‘El momento se difumina en las ramas con las que acaricio todas las querencias, solidaridades, incondicionalidades contra el dolor, casi todas con nombre de mujer’.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Tímidas parsimoniosas brotaron al fin las flores de las jacarandas junto a una pirámide de cristal estilo Louvre que hay en la explanada de Liverpool Insurgentes adyacente a la calle Parroquia, en la colonia Actipan. No me explico que fue, si el cambio climático que regateó las lluvias en el último tercio del año pasado o el capricho de saberse un poco menospreciadas por los desamores de tiempos convulsos. Pero ellas, las primeras en anunciar el gran concierto en violeta, lila y morado por las rutas más conocidas y también por las más raras de esta amada y sufrida ciudad, se retrasaron dos meses en salir a escena, como las caprichosas que demandaban la presencia de los pájaros en las ramas que iban quedando pelonas después del verde cuales larguísimos dedos entrelazados que con los años van multiplicándose en su escultural naturaleza.
Las jacarandas ya eran mías antes del amor; y por los tapetes que van formando sobre las banquetas, solía caminar para distinguir mejor su inconfundible aroma que es dulce pero no empalaga. Pero no por mías me las quedaba yo. He tomado mil fotos de jacarandas y en un momento de la vida regalé una imagen muy especial para ser colocada en una foto de perfil del whats que pudiera decir todo lo que ella significaba para mí. Aquella jacaranda se volvió tan imborrable como la insólita historia. En el amor que le había sido prohibido caminamos de la mano por la Alameda Central mientras caían los pétalos. Ella no lo supo nunca, pero era lo que nadie más le podía dar. Tenía el copyright de mi pasíón.
Curiosamente por esos días, en marzo del 2019, Francisco Ortiz Pinchetti recordó en este sitio la osadía de Tatsugoro Matsumoto, uno de los primeros inmigrantes japoneses que arribó a México, justo un año antes de la primera emigración masiva de pioneros de ese país a Chiapas, en 1897.
Así lo describió:
Cuando Matsumoto llegó a la Ciudad de México, la colonia Roma estaba en su apogeo y era uno de los barrios más elegantes de la capital y el preferido de los nuevos ricos. La mayoría de las casas eran muy amplias y tenían grandes jardines, por lo que surgió la necesidad de tener a alguien encargado de cuidarlos.
Matsumoto, sin duda, era el indicado para diseñar y cuidar los jardines de las residencias elegantes de todo el barrio pues más que un jardinero, era algo semejante a un “arquitecto paisajista”.
Pronto adquirió tal fama que el presidente Porfirio Díaz le encargo hacerse cargo de los arreglos florales de la sede presidencial, el Castillo de Chapultepec en ese entonces, y lo nombró jardinero oficial del bosque que rodea al emblemático cerrito. En las fiestas del Centenario, en 1910, preparó para la delegación de su país un jardín japonés con un pequeño lago, al lado del llamado Palacio de Cristal, que luego sería convertido en el Museo del Chopo, en la actual colonia Santa María la Rivera.
Ese mismo año llegó a México su hijo, Sanchiro Matsumoto, quien le ayudó a administrar su negocio al que su padre no le ponía cuidado. Juntos comenzaron a crear un gran emporio con todo y las dificultades del movimiento revolucionario en México.
Al estabilizarse la situación política después del enfrentamiento armado, los Matsumoto recomendaron al presidente Álvaro Obregón (1920-1924) plantar en las principales avenidas de la ciudad de México árboles de jacaranda, que Tatsugoro había introducido desde Brasil y había reproducido con éxito en sus viveros.
Para asombro de sus colegas mexicanos, las condiciones climatológicas resultaron ser adecuadas para que al inicio de la primavera el árbol floreciera. Además Tatsugotro consideró que la flor duraría más tiempo que en su lugar natal ante la ausencia de lluvia en la capital durante esa temporada, como en efecto ocurre.
Su intuición fue acertada. El árbol de jacaranda se reprodujo ampliamente en la Ciudad de México, al grado de considerarse flor nativa. Desde entonces podemos disfrutar de la magia de las Jacarandas en flor en los meses de marzo y abril, como ahora. Matsumoto jamás regresó a Japón Se quedó a vivir en la aquí hasta 1955, año que murió a los 94 años de edad. Aún existe en la colonia Roma la florería que fundó.
Por entre los túneles que forman enormes extremidades entre las dos aceras, en la calle de Amores en la colonia Del Valle Sur, que mucho más al norte da cuenta de la esquina donde se cruza la Morena que da nombre a esta columna, y también en la calle Concepción Beistegui, en los linderos con Narvarte, he paseado a la gente que me quiere con la intención de que sean mis turistas del corazón.
Al brotar sus flores, las jacarandas provocan un vilo entre el invierno y la primavera, apenas un minuto antes de desatar la melancolía, que es justo ese momento tan vívido en que las tristezas dejan ver sus momentos de alegría. Me encanta saberlas como el símbolo no oficial de esta gran ciudad, donde registradas con los drones desde el cielo impactan en cualquier parte del mundo gracias a la ocurrencia que tuvo un jardinero japonés de introducirlas en sus viveros y lograr como un mago que el árbol tropical se volviera el favorito de nuestro clima templado en las alturas de un valle que antes fue lago.
Puestas las jacarandas de fijo en mi vida, tengo en la sala un bonsai con sus características hojitas ovaladas, que nacen y que mueren todo el tiempo, frente a los recuerdos del vino y los besos largos de un momento histórico que ya se difumnina en las diversas ramas –así, como larguísimos dedos entrelazados— con las que acaricio todas las querencias, solidaridades, incondicionalidades contra el dolor, casi todas con nombre de mujer. Que la sequía no sea sequía con la miel de las jacarandas, que de algo sirva la sed cuando no llueve para que esas flores le duren más a la primavera. Yo prometo cuidar siempre de ellas.
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