DINORAH PIZANO OSORIO
El ritmo de la comunicación se incrementa día con día. Crece de manera exponencial la cantidad de elementos dispuestos en los diversos canales mediante los cuales nuestros sentidos dan pie a la conformación de ideas. Si echamos la vista atrás dos décadas, advertiremos que incluso la forma en que interiorizamos la relación con el mundo exterior cambió.
Algunos elementos de juicio. Pasamos del disco compacto al streaming por demanda. Es impensado siquiera salir a caminar con un dispositivo para cd, hoy tenemos en el smartphnone listas de reproducción para cada ocasión: ejercicio, estudio, días lluviosos, fin de semana, vacaciones… al infinito. Asumimos que la banda sonora de la cotidianidad depende única y exclusivamente de nuestra capacidad de encontrarle tópicos. Valor añadido, podemos compartirla bajo la ambición de obtener seguidores (sea Spotify, Apple Music, Deezer).
Asimismo, la confrontación de ideas por la vía remota estaba circunscrita al intercambio epistolar vía correo electrónico, novedoso y atractivo. Nos situaba de frente a la modernidad posicionar el cursor sobre la leyenda send. Hoy, para cualquier usuario de las redes sociales es impensado publicar comentario alguno sin recibir réplica en los 15 minutos posteriores. Ahí comienza un cambio recíproco cuya duración puede llevar incluso días.
La disponibilidad de mayor cantidad de elementos para la interacción con el mundo exterior, ¿implica mayor riqueza, desarrollo de la imaginación, consciencia de la otredad?
Desde un punto de vista particular, existe una visión reduccionista ante los temas de discusión general, incluso ante los supuestos gustos. Por ejemplo, en la cartelera cinematográfica encontramos cinco o seis producciones, no más. Cabría preguntar, ¿la ambición por alimentar la imaginación vía el cinematógrafo se reduce a menos de 10?
No es casualidad, países como el nuestro enfrentan la imposición del mercado global y la intención de alienar. La vecindad que guardamos con EEUU nos hace depender del llamado big six, que controla la producción de filmes en dicho país (Sony: 21.1 por ciento, News Corp: 17, Walt Disney: 16.7, Time Warner: 14.9, Viacom: 11, y Comcast 10.9).
Es un asunto de simple disminución de costos, una película que llene los gustos de ciudadanos de más de 50, 100 países será redituable y exitosa. ¿El contenido? Uno que permita la fuga y la dilución. El sentimiento de pertenencia a la globalidad como fin último de la cultura transnacional.
Hoy como país enfrentamos el proceso mediante el cual las generaciones en edad de consumir son orilladas a interiorizar como positivo y moderno al hecho de no decidir, sino recibir lo que se elabora en otras latitudes. Pertenecer a la arena global tiene un doble rasero, un filo dual peligroso: sucumbir para elaborar la idea de ser feliz, enfrentar la realidad desde lo local. La transición hacia un país con mayores elementos de crecimiento y juicio atraviesa ineludiblemente por generar contenidos locales, que cimienten y articulen la capacidad creadora de la sociedad en su conjunto.
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