La oportunidad de hacer de la consulta popular una herramienta de democracia real y empoderamiento ciudadano está perdida. Es una consulta ciudadana que nace muerta, porque nace desde los poderes formales del Estado y no desde la ciudadanía.
POR LAURA BALLESTEROS MANCILLA
En un país donde la simulación se ha convertido en la base de la ejecución de los símbolos del actual grupo político en el poder, y estos a su vez en la única actividad de gobierno consistente en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, no extraña que estemos en la antesala de una consulta popular que no es consulta. Así como han promovido desde el gobierno una “rifa no rifa” del “avión no avión” presidencial, o un “pacto no pacto” con el crimen organizado. Es el sello.
Y es que ante esta constante estrategia de simulación, la oportunidad de hacer de la consulta popular una herramienta de democracia real y empoderamiento ciudadano está perdida. Es una consulta ciudadana que nace muerta, porque nace desde los poderes formales del Estado mexicano, y no desde las bases ciudadanas. La incapacidad de construir la temática de la pregunta desde la ciudadanía organizada y no organizada, con un criterio de representación directa previo, hace que esa pregunta confusa sea una producción más del hiper presidencialismo mexicano que una de política ciudadana desde las bases.
No nos engañemos, las reglas aprobadas para la Consulta Popular siguen privilegiando a los poderes formales, los ciudadanos no pueden seleccionar las preguntas de las consultas directamente, por ejemplo. Y aun cuando el Congreso haya votado a favor o en contra, el tema de la consulta ha sido seleccionado por el Presidente, y no por una razón democrática o de justicia, que de querer encarcelar expresidentes ya lo hubiera hecho. Sin embargo, en la antesala de la sucesión presidencial, esta consulta se presenta como una estrategia política y electoral, de movilización y propaganda dirigida a sectores clave para el líder de Morena, operada en la arena digital, mediática y territorial por este, su partido, el partido oficial.
Una herramienta también de cohesión interna. Sí, lo que promocionan como un ejercicio inédito de democracia, es simple y llanamente un ejercicio de territorialización de las bases obradoristas, las cuales estarán probando en todo el país las máquinas de cara al 2024.
Claro que no extraña que ante la enorme deuda que tenemos los mexicanos con la democracia, que no ha generado la igualdad y el desarrollo que prometió, los jingles con los que nos gobiernan desde Palacio Nacional, convenzan a un porcentaje de la población que con ejercicios como este la democracia ahora es real y no como antes. Aún cuando las mediciones formales como el “Democracy Index” nos haya restado puntos en diversos indicadores, y nos coloque en los últimos dos años en la antesala de la categoría de “democracia autoritaria”.
Sin embargo, esta no es la primera vez que se intenta usar a la consulta popular como un mecanismo de control partidista. Basta con recordar cuando el PRI intentaba someter a consulta la desaparición de los plurinominales o cuando el PAN sobre el ajuste del salario mínimo. Es por ello que vale la pena cuestionarnos si estos ejercicios de participación ciudadana están hechos para nuestro beneficio o simplemente fortalecen aún más al poder político del sistema de partidos, y sus liderazgos. Y de ser así, qué debe cambiar. Son útiles, sí, pero hoy siguen siendo útiles para fortalecer el monopolio del sistema político y de partidos, no para los ciudadanos.
Mientras las propuestas y la movilización vengan desde una lógica de gobierno y de partido, su objetivo será sumar votos y poder político, y no así participación ciudadana. Este es el caso de la consulta popular sobre los expresidentes próxima a realizarse. Yo por eso, y porque la justicia no se consulta, no votaré en ella.
En la banqueta:
¿La respuesta para la ciudadanización de las herramientas de participación ciudadana como las consultas populares, o las iniciativas populares, es la apertura hacia las firmas electrónicas? Si el poder territorial de los partidos tradicionales es lo que hoy los sostiene, a primera vista no hay razón para no considerarlo.
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