En esta novela del realismo mágico, el pasado reciente se vuelve lejano y los habitantes de la gran urbe olvidan repentinamente su propia desgracia, sus muertos, y se convierten en siervos… de la desesperanza.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Ciudad de México no es el lugar de las maravillas pero en ella se viven historias que ni en las películas de ciencia ficción son posibles. Aquí la magia hizo la labor, que no el gobierno, de hacer entender a la gente que es preciso usar cubrebocas y evitar salir a la calle. Y 19 meses después de la más trágica de las crisis de salud pública del último siglo, es el propio gobierno el que parece desesperado porque los chilangos ya salgan del confinamiento voluntario.
Recordemos un poquito: Esa autoridad es la que debió exagerar en las precauciones para evitar una tragedia que se convirtió en mayor; y, no conforme con no haber cumplido con su función y en los hechos quedar rebasada por comunidades enteras como la de la alcaldía Benito Juárez, que mandaron por un tubo las “evidencias” contra el cubrebocas que se pregonaban una y otra vez desde el decadente espacio en que la política doblegó a la ciencia (por lo que hay cuentas pendientes, por supuesto), es la que ahora llama egoístas a los que tuvieron la sapiencia de procurar su salud.
Pese a las omisiones, decía, en este caso los chilangos hicimos entender a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, que debía ella usar cubrebocas y también los demás, los de su séquito y, aunque tardíamente, llamó a hacerlo, cosa que abona en desagravio de sus propias irresponsabilidades frente a la irresponsabilidad mayor de Palacio Nacional.
Pero luego –y particularmente después de las elecciones del 6 de junio— Claudia hizo suya la urgencia de López Obrador, con tal de ser la ungida para el año 2024. Ha refrendado con ello su lugar en el corazón del Presidente, que la protege en todo terreno. Pero lo que no se entiende es que no haya aprendido la lección electoral, que la dejó despojada en nueve de las 16 alcaldías. Y que prefiera entonces pintar de guinda los espacios públicos… y claudicar.
En ese contexto, este lunes dio inicio la etapa que supondría un antes y un después en la realidad sanitaria, el cambio al semáforo epidemiológico verde. Pero nada más falso, y lo saben capitalinos como los que aparecieron entrevistados en CNN, donde dijeron claramente que “eso no quiere decir que salgamos a la calle como si no hubiese pasado nada”. Fueron ellos los que lo dijeron, no la mandataria.
Para ella, el simple enunciado de que ha avanzado la vacunación y ha bajado la tasa de positividad de los contagios es suficiente para ir al festín… político.
Lo malo son quienes, ingenuos-inocentes-indolentes, se lo toman literal, y atiborran las plazas comerciales y el centro histórico de Coyoacán, y regresan para aportar su cuota de contaminación vehicular en una ciudad que al menos había ganado algo de cielo azul.
Este es apenas el prefacio de la fiesta del semáforo verde, una novela del realismo mágico que no menciona una sola vez la palabra virus, donde el pasado reciente se vuelve lejano y los habitantes de la gran urbe olvidan repentinamente su propia desgracia, sus muertos y los de los otros, y se convierten en siervos… de la desesperanza.
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