RODRIGO CORDERA THACKER
El gobierno en turno está a unos días de cumplir un año ejerciendo el poder. Muchas cosas han pasado. Desde aciertos monumentales como dar asilo al ex presidente de Bolivia, Evo Morales; tanto como la pifia de Culiacán.
Se han promulgado leyes polémicas como la de la austeridad. Que, si bien todos estamos de acuerdo en que los gobiernos faraónicos del pasado eran una cachetada a los 60 millones de mexicanos viviendo en pobreza, esta ley puede menguar la operatividad de ciertas instancias de gobierno. Cosa debatible.
Este pequeño texto no intenta ni aplaudir al gobierno ni denostarlo, ya que el que lo escribe considera muy temprano hacer un balance real de las acciones de este nuevo gobierno.
Lo que me preocupa es el sentimiento antidemocrático que se percibe en los recovecos de la derecha más recalcitrante que hayamos visto en estos años de cambios. Y no estamos hablando de bots en twitter que por millares salieron como jauría enfurecida, a pregonar a las fuerzas armadas un golpe de estado contra un gobierno elegido de manera democrática. Tampoco hablamos de los millones de reenvíos por whats app de los tíos favoritos de todos, que también abogaban por un cambio violento y anticonstitucional.
Hablamos de articulistas, de opinadores, de personas con presencia en medios, que, a raíz de lo sucedido en Bolivia, se emocionaron pensando que un golpe de estado podría pasar en nuestra República. Hablamos de las desafortunadas palabras de un ex general del ejército mexicano, que, si bien está en retiro, sus palabras resonaron en los pasillos de la derecha.
En un país democrático y con libertad de expresión se valen muchas cosas. Se vale denostar al gobierno, aplaudirle, ser neutral. Pero no se vale pregonar un golpe de Estado. Eso los convierte en antidemócratas. Eso los convierte en fachos.
En un país democrático se vale hacer alianzas con otros partidos, sindicatos y otros entes organizados. Se vale generar coaliciones para ganar elecciones, se vale hacer política vamos. Pero no se vale atentar contra la democracia misma.
La oposición anda perdida, y esto puede resultar peligroso. El vacío de poder que dejan los partidos de la oposición puede ser tomado por gente aún más nefasta, que pregona por el golpismo, la liberación de todo sin control estatal y hasta el desmantelamiento del estado. Créanme que existen estos cuadros ultra, y que han agarrado poder a raíz del derrumbe de nuestro sistema de partidos. Un ejemplo vergonzoso es el Congreso Nacional Ciudadano, que dirigen cuadros regiomontanos, dispuestos a todo, menos a ceder sus privilegios.
La oposición debe reflexionar sin el hígado. Odiar o amar al Presidente no debe ser tarea de políticos profesionales. El ejercicio de análisis y de entender el fenómeno que es el Presidente es su tarea. Salgan a las calles, pregúntenle a la gente que opina de AMLO, verán que hay un pueblo que se siente representado y escuchado por el Presidente.
Pero prefieren seguir denostando y criticando, en vez de generar un discurso atractivo para otras capas de la sociedad.
Si creen que la generación de odio hacia el presidente les alcanza para las próximas elecciones, se destruirán ante un muro de afecto hacia el presidente.
En lo personal me preocupa el fanatismo de los dos extremos. El amor ciego al Presidente me parece que habla de una sociedad en proceso de crecimiento, pero no en un Estado de madurez política. Y los zafarranchos expuestos por la oposición, solo denota un clasiracismo que nos remonta a las épocas coloniales.
La defensa de la democracia será tarea de todos. Pero los que están en los puestos de poder, deben de rechazar toda afrenta a nuestro sistema democrático, provenga de donde provenga.
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