Las circunstancias nos han hecho pulsar ese botón (el de pausa) mismo que está a un lado del siga o del alto. Y si no es totalmente para mantenernos estáticos, como sería en las películas, videos o música; nos hemos pausado (ya sea confinamiento o aislamiento), para reflexionar a nuestro interior, ya sea en algunos casos, dejando a un lado las cosas vanas, o en otros aquellas que no nos dejan trascender.
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Entre tantos mensajes de aliento que recibimos en redes sociales, no me dejaran mentir, en su mayoría hay los que nos inspiran, nos dan ánimos de una u otra manera para continuar adelante y no desfallecer en esta pandemia.
Claro, he de reconocer que no todo es bello. También está la contraparte, esos que te provocan miedos, temores o incluso te hacen enojar, reclamar a los que mandan o toman malas decisiones.
En fin de todo hay en las redes, pero hoy quiero enfocarme en lo que considero es bueno y de provecho. Quiero referirme a un mensaje en particular que me llamó la atención porque abre los ojos de los que pudiera ser lo que nos ha sucedido y nos sucede.
Se trata pues de que hemos “pausado” nuestras vidas. Las circunstancias nos han hecho pulsar ese botón (el de pausa) mismo que está a un lado del siga o del alto. Y si no es totalmente para mantenernos estáticos, como sería en las películas, videos o música; nos hemos pausado (ya sea confinamiento o aislamiento), para reflexionar a nuestro interior, ya sea en algunos casos, dejando a un lado las cosas vanas, o en otros aquellas que no nos dejan trascender.
Están los otros, aunque creo que son los menos, que en sus pausas han tomado nuevos bríos y la pandemia los ha empoderado, haciendo de sus vidas buenas novedades.
Cada quien asumirá su pausa como más le guste, quiera o convenga.
En mi caso, como el de muchos, me cobije en la religión, sabedora que la Fe da fortaleza ante cualquier penuria y que sólo un Todopoderoso puede cuidarnos y mantenernos distantes del contagio, así sea que tomemos todas las precauciones.
En esa pausa tengo todo el tiempo para pensar en mi familia cercana y distante, en mis amigos que están aquí o lejos, en los peligros a los que se exponen, en los conocidos y los que ni siquiera lo son, pero que están en busca de un ingreso para sus familias y deambulan en las calles corriendo riesgos.
Y es precisamente de esas personas que se han quedado desprotegidas, de las que se tiran en una banqueta y se ponen a tejer cruces de palma. Si, leyeron bien, en pleno verano –cuando ya el Domingo de Ramos y la Cuaresma pasó–, es que este señor vende sus palmas a los transeúntes, confiando en tener suerte y echarse unas monedas a su bolsillo.
Qué me dice de esa familia con dos hijos que se esconden en un estacionamiento vacío y utilizando una caja de cartón ofrecen servicio de lavado de autos a la entrada de la colonia donde vivo, porque al esposo le quitaron el empleo de velador que tuvo durante unos meses
Así como ellos, hay muchos que están en mis pausas y que, ante mi también precaria situación, no me queda más que encomendarlos todos los días y que logren tener un techo que los proteja, un plato en su mesa para comer y una cama donde dormir.
Es por ellos y por esos sentires, por lo que agradezco tener esas pausas de espiritualidad en mi vida. Confió que los demás seres humanos las compartan.
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