ARGEL GONZÁLEZ
Algo huele mal en la calle de Basilio Badillo, en ese viejo edificio pintado de rojo que alberga a la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”. La fetidez no es reciente. Hace años que de su entraña emanan desagradables tufos, los mismos que hoy han salido a relucir con la denuncia de acoso sexual que ha hecho Priscila Alvarado Solana, alumna de esa institución y con quien me solidarizo como ex alumna de la Septién, como mujer, feminista, periodista, historiadora y docente.
Y me solidarizo con ella porque fue capaz de levantar la voz en un espacio escolar que quedó atrapado en el tiempo, en el recuerdo de su “pasado glorioso” –si es que una vez lo tuvo- y en donde sus directivos hacen caso omiso de las inquietudes y reclamos de los estudiantes, trátese de asuntos académicos, acoso sexual o bullyng al interior de las aulas.
Hace 18 años egresé de la EPCSG y desde entonces supe que las cosas no iban bien. Algo ya olía a descompuesto: Directivos encubridores y permisivos, profesores sin perfil, sin grado académico, sin experiencia profesional en los medios, sin cultura general, sin amor a la docencia ni preparación o capacitación alguna en la práctica docente. Su único mérito: ser amigos o conocidos de alguien que trabajaba en la escuela.
Por eso, aún sin conocer personalmente a Priscila, le creo. Porque sé que la dirección de la institución y su más cercana estructura docente responde a un patrón machista y misógino, con fuertes resabios heredados de la Acción Católica Mexicana, de la que teóricamente se independizó en 1966.
Y lo sé porque ellos me censuraron la primera vez que quise colaborar en el periódico escolar Diálogos con un reportaje sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y luego me llamaron a sus oficinas para decirme que había temas prohibidos en la escuela, a pesar de que en los salones de clase no dejaban de repetir que “el periodismo era el parlamento de los pueblos”.
Recuerdo además que en la coyuntura electoral del año 2000 a mí y a un grupo de distinguidos alumnos nos prohibieron también realizar un foro de discusión acerca del escenario político del país y un simulacro de elección que involucró a la comunidad, tal como entonces lo hicieron diversas instituciones de educación superior como la UNAM, la UAM, la Ibero y otras escuelas más.
La solicitud fue rechazada porque consideraron que la Septién “podría ser etiquetada como panista, priista o perredista” (Sic), de acuerdo con el candidato ganador del simulacro y en cambio me invitaron a sumarme a una serie de conferencias donde los más destacados ponentes eran el comediante Jorge Falcón y la comentarista de espectáculos egresada de la Septién, Paty Chapoy. Por supuesto que rechacé la invitación. De cualquier manera, desafiamos la prohibición y lo realizamos con todo y la negativa del director Manuel Pérez Miranda de cortar el listón inaugural y firmar los reconocimientos de participación.
Yo le creo a Priscila cuando dice que denunció al profesor Enrique Mandujano, su acosador, en un taller al que no asistieron más de diez personas y que estaba presente el director de la institución educativa, Víctor Hugo Villalva Jiménez y que éste pasó por alto la grave acusación. Le creo a Priscila porque de la misma forma denuncié por libidinoso y acosador al profesor de Literatura, de apellido Hermida y no ocurrió nada en los cuatro años de la carrera.
Tampoco me creyeron cuando fui a denunciar a un compañero de grupo –un enano mental, le llamaba a ese alumno el profesor de Técnicas de reporteo, Nelson Notario (Qepd)- porque me hostigaba y agredía por el hecho de que mis calificaciones eran más altas que las de él y eso desataba su ira.
Cuando pedí mi cambio de grupo, el director me lo negó y no fue hasta que mi madre cansada de esta situación le exigió que me respaldara a mí y no al sujeto, quien por cierto, cobardemente negó las acusaciones y hoy día imparte clases en la Septién.
Pude cambiarme de grupo sólo porque mi madre amenazó con denunciar en los medios la serie de irregularidades de la escuela. “Señora, la ropa sucia se lava en casa”, le dijo entonces la cabeza de la institución. Así, tal como ocurre en las familias que guardan turbios secretos: “La ropa sucia se lava en casa”.
No te conozco Priscila, pero te creo y me solidarizo contigo. Porque independientemente de las “pruebas” que dice tener tu acosador y de la denuncia penal que ha anunciado que interpondrá, sé que no es ético y en cambio sí absolutamente reprobable, que un docente se involucre con una alumna, independientemente de su edad, de si es o no mayor de 18, en cualquiera de los casos es gravísimo.
Ninguna persona en sus cabales tendría razón para intentar seducir a una estudiante cuando sobre él pesa la alta responsabilidad y el honor de educarla. Los recintos escolares no son espacios para ligar o seducir, son sitios para construir el conocimiento, para formar a las nuevas generaciones de educandos. Quien no sepa esto o no quiera acatarlo que se vaya de las instituciones académicas. Ser docente implica un alto grado de compromiso ético y el ex director académico no lo tuvo, carece de toda herramienta pedagógica para poder ejercer como profesor.
Si hoy día las mujeres luchamos por el respeto en las calles, por no ser perturbadas con el que algunos llaman “inocente piropo”, por qué entonces debemos soportar el asedio en el entorno escolar y peor aún si éste proviene de una persona que ante los ojos de los estudiantes debería tener autoridad moral, ser ejemplo de integridad y rectitud.
Además de que te creo Priscila, te agradezco por denunciar, por no hacerlo desde el anonimato, por tomar las redes sociales en principio y después acudir de manera personal a enfrentar al periodista de marras en la conferencia de prensa a la que convocó. Y te lo agradezco porque cuando era una joven estudiante como tú no fui capaz de levantar la voz y enfrentar a la institución. ¿Pero sabes qué es diferente ahora Priscila?
Que a diferencia tuya yo no tuve compañeros solidarios, ni compañeras solidarias. Eran otros tiempos. Siéntete afortunada por contar con ellos, porque se atrevieron junto contigo a denunciar lo que ocurre en una escuela donde la ropa sucia, mugrienta, hedionda, se lavaba en casa.
Me gustaría decirte Priscila que has dado una batalla muy importante que sentará precedente para acabar con una añeja situación en el país, porque de ninguna manera es algo nuevo que los profesores, aprovechando la relación de poder que media entre educadores y educandos saquen ventaja de ello, al punto de hostigar sexualmente a las estudiantes y poner en juego su paso por la academia.
Mi solidaridad, sororidad y admiración a Priscila, porque a pesar de la falta de preparación de muchos reporteros que desconocen la perspectiva de género en el ejercicio periodístico, les hiciste frente, a pesar de que se ensañaron contigo al poner en duda tu estado de salud mental y hacer comentarios dolosos. Por desgracia el medio está lleno de gente como ellos y eso implica que debemos seguir luchando para que eso cambie.
Sé que estás dolida y te abrazo fuerte, pero te aseguro que después de este episodio en tu vida estás lista para seguir contagiándonos a muchas mujeres de tu valor y decisión. Yo te creo y apoyo y te nombro como Priscila Alvarado Solana para que las chicas que ahora están leyendo te tengan como un referente y nunca duden en denunciar a los acosadores.
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