POR MARÍA LUISA RUBIO GONZÁLEZ
Pocas palabras levantan más ámpula en nuestra cultura nacional como la palabra “conflicto”. Pocas palabras más mal entendidas, también. Se le asimila a conceptos como “violencia”, “pelea”, “problema”. Y así como a la palabra, hacemos de todo para “evitar” un conflicto… logrando a menudo agravarlo, pues pocos conflictos hay más difíciles de atender como un conflicto añejado.
Empecemos por aclarar que conflicto no es sinónimo de violencia o de pelea; estas dos son a menudo manifestaciones de un conflicto mal atendido. Tampoco es sinónimo de problema. En realidad, el problema es parte del conflicto, que puede desagregarse en tres componentes: Personas involucradas (o grupos de personas), proceso y problema.
En las culturas orientales, la palabra conflicto se escribe con un ideograma que significa “crisis oportunidad”. Sobre el conflicto dice el Sun Tzu: “Todos los conflictos contienen la semilla de la creación y la destrucción”.
Pero ¿qué es un conflicto?. Hay diversas definiciones dependiendo de la perspectiva desde la que se emprende su abordaje, pero básicamene se trata de una situación en la que dos o más partes disputan intereses opuestos o recursos escasos. Surge de relaciones existentes entre las partes y refleja interacciones anteriores y el contexto en que se dieron: el conflicto es un proceso en el que se involucran percepciones y creencias.
Existen diversas formas de abordar los conflictos, pero quizá el primer paso es reconocer que es algo inherente a la convivencia humana, y por lo tanto es inevitable. Las causas de conflicto son tantas como formas tenemos de relacionarnos: de comunicación, por falta de información o diferencias en su interpretación, por intereses o necesidades, de recursos que se suponen escasos, de valores o creencias que se perciben como incompatibles, por la forma de relacionarse, causado por desigualdad de poder o de recursos.
En un solo conflicto a menudo podemos encontrar varias causas. Pensemos en el Metro capitalino a las 7:30 de la mañana: llega el tren al andén, ambos están atiborrados, las personas empujan para bajar o para subir. Hay un conflicto de necesidades (unos por bajar y otros por subir), que se encuentran en un mismo espacio (la puerta del vagón) por un tiempo limitado (lo que tarda en abrir y cerrar la puerta), potenciado por la forma de relacionarse (a empujones) y falta de comunciación (quién baja/quién no).
Precisamente entre los principales obstáculos que existen están la mala comunicación y el mal manejo de emociones (mi mal humor o mi estrés son míos), las percepciones incompletas de la realidad (no me deja bajar nomás para hacerme la malobra), los prejuicios y estereotipos (si no va cómodo váyase en taxi), visión de “todo o nada” (voy derecho y no me quito), y la acumulación de tensión (efecto “bola de nieve”). ¿Nos suena?
En el ejempo del metro, podemos encontrar un conflicto esturctural de fondo, relacionado con la desigualdad en la inversión destinada al transporte público con relación a otras formas de movilidad urbana.
Para muchos estudiosos, gran parte de los conflictos intergrupales o interpersonales tienen como contexto profundo las desigualdades en el ejercicio del poder y en la distribución de los recursos, y consideran que en tanto no se resuelvan esas desigualdades, no se puede pensar en la resolución de los conflictos, sino en su administración.
Pero en lo que se resuelven esas grandes contradicciones, podemos hacer el ejercicio de mirar los conflictos que vamos presenciando (siempre es más fácil mirarlos a la distancia), analizar sus causas y sus componentes. ¿Cuáles son las partes involucradas, cómo participan, cuáles son sus intereses, cuál es la relación entre ellas? ¿Cuál es el problema, es de comunicación, es de intereses o de necesidades, qué valores están en juego? ¿Cuál ha sido el proceso que ha llevado la situación a este punto?
Dos reflexiones finales:
En las escuelas de mediación, que es una de varias estrategias para abordar los conflcitos, hay una máxima que vale la pena recordar: Duro con el problema, suave con las personas.
¿Que para qué entrarle a esto de los conflictos? Porque, como dice El arte de la guerra: todos los conflictos contienen la semilla de la creación o de la destrucción. Parece que hemos estado sembrando la semilla equivocada.
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