Cuidemos lo sembrado, pensemos en lo que sembraremos y hagamos de nuestra ciudad la más arbolada del país, no la del culto al cemento y la varilla.
POR VÍCTOR MANUEL JUÁREZ
Hablando de Palmeras y traiciones, los especialistas aseguran que la emblemática Palmera de Reforma murió por falta de agua, espacio y sobre todo porque fue atacada por un mortal escarabajo (denominado: picudo rojo), y no por descuido, como afirman muchos.
Nos desgarramos las vestiduras por el fallecimiento de la emblemática Palmera, sembrada ahí hace más de 100 años, pero poco decimos o negamos, desde los altares del poder y el conocimiento, del derribamiento de más de 200 árboles en la zona maya para dar paso al tren maya. Es más, se agendan citas con ecologistas y ambientalistas, y se cancelan por diversos pretextos. No hay ganas de dialogar, mucho menos de proteger el medio ambiente.
Y lo mismo sucede en otros ámbitos que atañen a la naturaleza, la biología y el cuidado del medio ambiente. Vemos, así, la posible extinción de una treintena de árboles, de diversas especies, para dar paso y espacio a los nuevos museos de la modernidad: las plazas comerciales. Las constructoras y su voracidad n tienen límites ni conciencia.
Un posible ecocidio –a la vista de todos– en el mero centro de la capital del país, justo ahí en la colonia Del Valle, que tanto presume de sus zonas arboladas de jacarandas en flor, y que, por la construcción de un nuevos centros comerciales o edificios en condominio, amenazan la existencia, además de las jacarandas, palmeras, aralias, capulines y cedros.
De regreso a la palmera de Reforma, la bióloga Ivonne Guadalupe Olalde Omaña, especialista en árboles del Instituto de Biología (IB) de la Universidad Nacional Autónoma de México(UNAM), aseguró que dichos árboles pueden ser atacados también por hongos y bacterias. No es raro ver en la ciudad a dichos gigantes con las copas y ramas secas.
La bióloga de carrera explicó que cualquiera de dichos patógenos afecta la parte del crecimiento, la más tierna y delicada se halla en la punta y en el centro, de donde emergen las hojas; al dañarse esta zona muere toda la palma. No es como un árbol que tiene varias ramas.
Y detalló más en explicativa entrevista, publicada por diversos universitarios: “Es difícil determinar cuándo inicia su enfermedad, porque como son plantas altas es complicado mirar a esa altura si llega algún patógeno. A veces nos percatamos hasta que las hojas se secan y se empiezan a doblar, lo cual indica un daño avanzado.
“La reciente muerte de palmeras en diversos sitios de la Ciudad de México ha sido la suma de hechos desafortunados, porque estos organismos no son mexicanos; fueron retirados de zonas costeras.
“La palma aludida es del género Phoenix canariensis, que viene de las Islas Canarias, España. Estaba rodeada de pavimento, en un espacio pequeño, además de que en la capital mexicana tenemos un periodo de lluvias abundante y luego uno de sequía; no es la mejor condición”.
Hasta ahí la explicación científica de por qué se nos mueren las palmeras, mortandad que data del 2013 y que comenzara en las zonas costeras y se extendiera al centro del país. La científica también considera que el morir las palmeras es “una oportunidad para sustituirlas con especies nativas mexicanas que sean más adecuadas para la ciudad, además de verificar qué variedad es la adecuada para cada sitio”.
O sea, dejarnos de cuentos a través de encuestas y recuerdos del pasado y realizar una buena elección, con base al suelo, el área disponible, ver si las especies son frutales, ya que se sabe que unas especies –como el capulín, el tejocote o el limonero– son buenos para los parques, pero no para las banquetas.
Como es el caso de las banquetas que circundan la construcción de una gigantesca plaza comercial, ubicada en Amores y Miguel Laurent, colmada de jacarandas, palmas, aralias, capulines y cedros, árboles que han sido catalogados y bordeados por los vecinos en un intento de protegerlos ante el avance de la construcción. Las constructoras nos han traicionado, les puede más el dinero que la vida.
Así que cuidemos lo sembrado, pensemos en lo que sembraremos y hagamos de nuestra ciudad la más arbolada del país, no la del culto al cemento y la varilla. De las palmeras, bellas y gigantescas, queda por decir que se estima existen 15 mil ejemplares en la capital, de las cuales 492 no tienen más remedio, por lo que deben ser sustituidas por otras especies arbóreas, de preferencia nativas del país.
En especial me inclino por la Araucaria, majestuosa y gigantesca, pero es de los bosques del cono sur y su crecimiento y cuidado exige rigor, compromiso y muchos años de cuidado, como la sembrada por mi abuela Ana, allá en la calle de Pestalozzi.
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