“La cara de mis abuelos empezó a coger un color raro raro, les salió a los dos a la vez una línea perfecta de color amarillo que fue subiendo lentamente de la barbilla hasta la frente, como si alguien les estuviese derramando un vaso de limonada espesa en la coronilla”.
POR ALEJANDRA OJEDA
Mi madre tenía 24 años cuando se enteró de que estaba embarazada de mí. Justo acababa de terminar sus estudios como técnica de radioterapia y aún vivía con mis abuelos. Siendo la más pequeña de seis hermanos, ya se había quedado sóla en la casa. Mis tíos se habían ido a hacer su vida, casi todos en la isla, pero ya no tan cerquita. Ella tenía una vida de veinteañera, saliendo los fines de semana: acampadas, botellones, fiestas y en definitiva, el día a día de una joven en los 2000.
Lo bueno es que mis padres se querían mucho. Eran la pareja a la que todo el mundo admiraba, siempre sociables y viviendo el amor rodeados de sus amigos. A todo iban juntos, se dejaban espacio y se buscaban, en un equilibrio que yo trabajo cada día por alcanzar. Ahora veo sus fotos de justo antes de tenerme y no me puedo creer el cambio tan radical que tuvo que dar su vida. Luego pienso en mí, con veintitrés años… seguro que se me caería el niño al váter.
Mi madre lo tuvo claro desde el primer momento, un día me dijo: “desde el día en que lo supe, ya te sentí. No podía hacer otra cosa más que tenerte”. Aunque por supuesto, hubo alguna llantina de por medio. Pero lo realmente complicado era contárselo a mis abuelos. Ella estaba que se derretía del miedo, así que lo habló primero con sus hermanas, que corrieron a acompañarla a dar la noticia.
Aquella tarde estaban mis abuelos abrazaditos viendo juntos una película y mi madre pensó: “madre mía con lo a gusto que están, la bomba que les voy a soltar ahora…” Llegado el momento, habló Olivia -una de las medianas- “bueno, les tenemos que contar algo”. Entonces, sólo con eso, mi abuela ya supo de qué se trataba:
–Ay Olivia, ¡Estás embarazada! ¡Qué alegría!
–Nono, yo no.
–¿Entonces tú, Ana Delia? ¡El tercero, qué bien!
–Nono, yo no soy…
Mi abuelo, que no tenía ni un ápice de duda, -porque mi tía Olivia se había casado hacía poco y sabían que estaba intentándolo- le dijo:
–Entonces tú Olivia, venga dilo ya…
–No papi, yo no soy… Es Elsa.
–¡Venga ya! ¡Sí, claro!
La cara de mis abuelos empezó a coger un color raro raro, les salió a los dos a la vez una línea perfecta de color amarillo que fue subiendo lentamente de la barbilla hasta la frente, como si alguien les estuviese derramando un vaso de limonada espesa en la coronilla. Entonces mi madre se levantó, cogió una silla y la puso delante de su padre, se sentó y le dijo: “Soy yo papi” “Alex y yo hemos hablado. Acabamos de terminar radioterapia y nos van a dar trabajo ya porque somos la primera promoción y acaban de abrir un nuevo servicio. Ya estamos buscando piso… queremos seguir adelante”
Él la escuchó, la miró, se levantó y se fue. A mi madre se le cayó el alma a los pies, se descompuso enterita como si sólo quedase un charco de Elsita y unas manos sujetando con mucha delicadeza a la pequeña criatura que llevaba dentro de sí. Pero mi abuela le dijo, “tranquila que ahora vuelve, sólo se fue a respirar”. Mi madre se recompuso y se acurrucó en su regazo, como si quisiera sentirse bebé por última vez. Ella la abrazó y le decía que se tranquilizase… “está bien Elsita, está bien.”
Efectivamente, al poquito volvió mi abuelo y le dijo:
–¿Tú lo quieres tener?
–Sí, quiero
–Vale, pues que las cosas sean como me has dicho. Tienes que buscar un piso, aquí no puede ser porque yo no quiero a padres de visita. El bebé es de los dos y los dos se responsabilizan.
–Sisí, ya estamos buscando un piso
Y ya entonces, todas las preocupaciones quedaron en la gaveta: “¡Pues qué bien!, ¡Otra nietita más!” y abrazos con besos y quizás algo de lágrimas pero siempre de alegría. Nunca sabremos si mis abuelos estaban realmente preocupados, porque a partir de ese entonces no hubo un sólo reproche. Les ayudaron a encontrar piso, mi abuela les enseñó todo lo que sabía de maternidad y desde ese momento, dentro de la barriga, yo sentí el amor. Me daban besos, me cantaban Las Mañanitas y yo me quedaba acurrucadita con las voces lejanas que me acunaban desde fuera de la barriga.
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