Libre en el Sur: 22 años resistiendo olvidos

La transición hacia lo digital no implicó renunciar al barrio, ni diluirse en la vorágine de lo efímero. Al cumplir 22 años, Libre en el Sur sigue contando las historias que importan: la defensa del espacio público, la memoria de los barrios, la denuncia de la corrupción disfrazada de modernización, las luchas vecinales que de otro modo quedarían sepultadas bajo los grandes titulares nacionales.

STAFF / LIBRE EN EL SUR
FOTOS: FRANCISCO ORTIZ PARDO
La historia de un medio no se mide en números. Se mide en la huella que deja en quienes necesitan una voz distinta. Hoy, Libre en el Sur cumple 22 años de haberse fundado en un México que ya era complejo, pero que en 2003 aún respiraba otros aires: la prensa impresa mantenía su vigencia, las redes sociales apenas se intuían en el horizonte, y la información todavía se sentía como un bien que merecía ser trabajado, confirmado, defendido.


Veintidós años. No es un aniversario cualquiera. En la numerología espiritual, el 22 es considerado un número maestro: el “Maestro Constructor”, capaz de transformar las ideas en realidades duraderas. Simboliza la concreción de sueños, la resistencia frente al olvido, el equilibrio entre el idealismo y la acción concreta. Libre en el Sur ha encarnado ese significado: ha construido un lugar, una comunidad, una mirada crítica desde el sur de la ciudad hacia un país que necesita, más que nunca, voces independientes y memoriosas.

Cuando surgió en 2003, el sur de la Ciudad de México —en especial la Delegación Benito Juárez— carecía de un medio que contara sus historias pequeñas, su vida cotidiana, sus luchas vecinales. La gran prensa nacional, ocupada en las cúpulas, miraba poco o nada hacia los barrios. Libre en el Sur nació como un periódico impreso de distribución gratuita, entregado casa por casa, buscando que los vecinos se vieran reflejados en sus páginas. No era un boletín institucional ni un altavoz oficialista: era –y sigue siendo–periodismo a ras de suelo, periodismo con memoria, periodismo que escucha a la gente.

Sobrevivir ha sido, desde entonces, un acto de resistencia. Frente a las crisis económicas que golpearon a los medios impresos, muchos cerraron, se vendieron, o abandonaron sus principios editoriales. Libre en el Sur resistió.
Cuando la transformación digital desdibujó las fronteras entre noticia y entretenimiento, el equipo eligió no perderse en la marea: apostó por el rigor, la confirmación, el respeto al lector. Cuando ser periodista en México se convirtió en un acto de riesgo —ante la violencia, la precariedad, la estigmatización—, Libre en el Sur decidió no ceder. No había detrás grandes capitales ni pactos de protección. Lo que había —y sigue habiendo— era una convicción íntima: la información verdadera es un servicio público.

No fue fácil decir adiós al papel. Para un medio que nació tocando puertas, dejando ejemplares en cafeterías, en edificios, en mercados, abandonar el impreso significó también una pequeña muerte. Pero fue una decisión valiente: apostar por la vida, no por la nostalgia.


La transición hacia lo digital no implicó renunciar al barrio, ni diluirse en la vorágine de lo efímero. Libre en el Sur siguió contando las historias que importan: la defensa del espacio público, la memoria de los barrios, la denuncia de la corrupción disfrazada de modernización, las luchas vecinales que de otro modo quedarían sepultadas bajo los grandes titulares nacionales.
En la era de la inmediatez ansiosa, de la viralización del escándalo trivial, nuestro medio optó por mantener un ritmo propio. Publicar menos, pero con sentido. Informar no para cazar clics, sino para construir ciudadanía.

Y aquí volvemos al número 22. En su significado más profundo, el 22 habla de transformar sueños en realidades concretas. Así ha sido la historia de este medio: una construcción paciente, palabra sobre palabra, piedra sobre piedra, sin sucumbir a la tentación de la levedad ni a la presión de la censura.

En tiempos donde las Fake News son más rápidas que los hechos, donde la verdad pesa menos que una declaración efectista, Libre en el Sur ha insistido en contrastar, verificar, profundizar. En tiempos donde el espectáculo sustituye a la memoria, donde lo viral sepulta lo verdadero, este medio ha apostado por una ética sencilla y difícil: confirmar antes de publicar, entender antes de opinar, escuchar antes de juzgar.


El periodismo mexicano enfrenta hoy un entorno asfixiante: precarización, amenazas, censura velada, plataformas digitales que premian la emoción superficial y castigan la reflexión profunda. Sostener un medio independiente en este contexto no es un negocio rentable. Es, simplemente, un acto de fe: fe en el lector que aún busca verdad; fe en la dignidad de la palabra escrita.
Estos 22 años no son solo un testimonio de supervivencia. Cada nota que documentó una injusticia, cada reportaje que rescató una memoria barrial, cada denuncia que evitó una privatización disfrazada, cada entrevista que amplificó una voz ignorada, cada crónica que devolvió humanidad a las estadísticas, ha sembrado algo más valioso que la fama: ha sembrado conciencia, ha sembrado ciudadanía, ha sembrado resistencia.

Hoy sabemos algo que no sabíamos cuando comenzó esta historia: Que sí existen lectores que buscan más que titulares ruidosos. Que sí hay quien prefiere la profundidad sobre la inmediatez. Que sí vale la pena resistir.
Libre en el Sur ha sido, desde sus orígenes, un ejemplo de lo que en otros países se conoce como periodismo de proximidad. Un periodismo que no busca la espectacularidad, sino la verdad que late en las calles, en los parques, en los mercados, en las comunidades que dan vida a la gran ciudad.

En España, medios como ElDiario.es o InfoLibre han revitalizado la prensa local, entendiendo que la democracia comienza en los municipios, en los barrios, en los debates vecinales que la gran prensa ignora. En Estados Unidos, iniciativas como Block Club Chicago o Berkeleyside en California demuestran que una comunidad bien informada a nivel barrial defiende mejor sus derechos y construye un tejido social más fuerte. En Argentina, medios como La Voz de Córdoba o El Litoral de Santa Fe sostienen, desde hace décadas, la identidad de sus provincias frente a la centralización de Buenos Aires.

En México, sin embargo, el periodismo de proximidad es casi inexistente. Ni siquiera en el ámbito digital ha surgido una red fuerte de medios locales verdaderamente independientes. La mayor parte de los portales reproduce las agendas nacionales, mientras los barrios, las colonias, los pueblos, quedan condenados al olvido o a la desinformación.

Libre en el Sur ha sido una excepción. Narrar la historia de un parque salvado por vecinos. Denunciar la tala ilegal de árboles centenarios. Acompañar la defensa de un mercado tradicional amenazado por centros comerciales. Rescatar los nombres, las fiestas, las memorias vivas que hacen de una colonia algo más que un código postal. Todo eso ha sido, durante 22 años, parte de la vocación silenciosa de este medio.
Construir comunidad. Defender la identidad barrial. Proteger la historia viva frente a la modernización que a menudo significa destrucción. Recordar que una ciudad es mucho más que torres y tráfico: es su gente, su memoria, su dignidad.



En estos años recientes, Libre en el Sur ha encontrado también una nueva riqueza: el fortalecimiento de su revista digital a través del relato, ese género periodístico híbrido que exige tanto la veracidad de la información como la profundidad de la reflexión, y que, a diferencia de otros formatos, es insustituible en su demanda de calidad estilística y literaria.
No es un reportaje tradicional, ni tampoco una simple columna de opinión. Es un espacio donde la mirada del periodista se funde con la voz narrativa, donde el rigor de los hechos se entrelaza con la fuerza de la palabra bien escrita. En una época dominada por la prisa y la superficialidad, apostar por el relato como forma de periodismo es una declaración de principios: creer que la verdad no solo debe contarse, sino también conmover, conmocionar, permanecer.

La mayoría de estos relatos han sido escritos por experimentados y reconocidos colegas, cuya trayectoria da testimonio de un periodismo que sabe unir la ética con la belleza, la crítica con la memoria, la información con la emoción. Ellos se han incorporado a la travesía de manera profesional, generosa y solidaria.
Esta apuesta, única entre los medios locales —y aún nos atrevemos a decir que en el periodismo nacional—, ha convertido a este medio no solo en un espacio de información confiable, sino también en un refugio para quienes creen que el periodismo puede y debe ser, además de útil, profundamente humano y literario.

La historia de Libre en el Sur es, en el fondo, la historia de un pequeño barco que ha navegado mares a veces serenos, a veces huracanados, sin perder jamás el rumbo. Su brújula no ha sido el aplauso fácil, ni los patrocinios gubernamentales, ni la moda ideológica. Su brújula ha sido siempre la responsabilidad con quienes leen, piensan, sienten, y viven en esta ciudad inmensa, contradictoria, herida y hermosa.
Celebrar 22 años no es un punto de llegada. Es apenas un nuevo puerto del largo, fascinante trayecto. Un compromiso renovado: seguir levantando, cada día, la casa de la palabra verdadera, contra el viento, contra el olvido y la desesperanza.
