La Torre Manacar, con sus 140 metros de altura, no será opacada por otros colosos de vidrio, tal como le sucedió a la Torre Mayor de Reforma, que pronto tuvo que codearse con otros gigantes.
POR RICARDO GUZMÁN
En la pantalla del Cine Manacar vi docenas de películas memorables desde que era un niño.
Para mi ese nombre extraño era un sinónimo de diversión y punto de encuentro. Recuerdo su fachada de algo que parecían ser mosaicos blancos. Era un edificio medio gachón multi usos y donde destacaba el Sanborns, uno de los más célebres de Insurgentes e hijo pródigo de la familia de los búhos en la era pre-Slim.
Cercano a mi casa en Las Águilas, o a la casa de mis abuelos en La Nápoles y las casas de amigos y familiares que vivían en las inmediaciones de Río Mixcoac y la Del Valle, el Manacar fue parte de mi iniciación al sétimo arte.
Luego todo cambió cuando llegaron las cadenas de cines y desparecieron las grandes salas que alguna vez hubo en la ciudad. Muchos años después “El Manacar”, tal como se le conocía a esa esquina, se convirtió en una torre majestuosa, con un trazo diferente, y la cual llegó en tándem con la magna obra vial Desnivel Mixcoac Insurgentes, hoy conocida por sus largos túneles o deprimidos.
Debo confesar que los centros comerciales no me llaman la atención y por ello no lo había visitado. Fue hace apenas unas semanas cuando descubrí que estaba en el error.
Les aseguro que ésta no es una nota vendida. Más bien una confesión de un cincuentón que se enganchó en la clásica nostalgia-por-default, y que le dio la espalda a esa obra del célebre Teodoro González de León, cuyo extraordinario legado arquitectónico se extiende por toda la ciudad.
La Torre Manacar, con sus 140 metros de altura, no será opacada por otros colosos de vidrio, tal como le sucedió a la Torre Mayor de Reforma, que pronto tuvo que codearse con otros gigantes.
Una pena que González de León haya fallecido un año antes de la apertura oficial en 2017.
Al llegar, me llamaron la atención dos cosas. Una, el amplio espacio libre en la esquina que se extiende hasta las entrañas del edificio. La otra es que en su vestíbulo lucía el mural semicircular del maestro Carlos Mérida titulado “Los Danzantes”, obra de 294 metros cuadrados que lucía en la entrada del cine original, y la cual estuvo ausente desde 1995, cuando el Cine Manacar fue derrumbado.
No hablaré de tiendas, ni restaurantes… y de la arquitectura, pues que se encarguen los medios especializados y Vitro (que presume ser proveedor del vidrio que luce en su fachada). En esta ocasión la invitación para los paseantes benito-juarences y anexos, es para que estimulen la producción de adrenalina a bordo de un zumbador Go Kart.
En el sótano número 7 de ese complejo urbano se halla K1 Speed México, una pista indoor con lo último en tecnología de karting y con las puertas abiertas para niños y adultos. Aquellos no-niños que tengan articulaciones comprometidas o generosas masas corporales, sean advertidos que meterse a un “kart” y manejarlo requiere de un notable esfuerzo físico.
Aquellos que acepten el reto de manejar uno de esos monoplazas eléctricos que presumen ser “de alto rendimiento”, les aseguro que el sacrifico habrá valido la pena.
Este es un lugar seguro donde sólo se restringe la entrada a quienes no alcancen una altura mínima de 1.20 metros. Los karts pueden romper la barrera de los 30 km por hora, dependiendo de la destreza del piloto y, por supuesto, de su peso. No es lo mismo un piloto de 50 kilos que otro de más de 90.
Yo fui invitado (al parecer se necesita una membresía anual de 150 pesos) y sólo puedo decir que fue mi experiencia a bordo de esos cochecitos, que se levantan escasos 15 cm del piso y cuyas ruedas están prácticamente alineadas con los pies del piloto, fue como volver a ser el niño que fui.
El primer kart que manejé fue en la famosa pista de Cuernavaca. Recuerdo que ir a la capital morelense revestía la oportunidad de manejar Go Karts y las 10 ó 12 veces que lo hice, lo gocé como pocas cosas en mi corta vida.
El Manacar logró lo que hace años no me pasaba. En esa esquina cambiante de mi ciudad que hoy luce majestuosa nuevamente me divertí como niño. Lo gocé de principio a fin. Bajar con piernas temblorosas, las manos entumidas, la voz ronca de todo lo que grité y con una sonrisa dibujada en el rostro que se quedó allí un par de días fue algo mágico.
Ah la fantástica adrenalina fluyendo y haciéndose sentir en mi cuerpo. Caray, qué cosa tan linda.
En verdad les recomiendo que lo intenten. Los Go Karts valen la pena. Total, si lo suyo es hacer compras, comer o conocer un edificio diferente que vale la pena visitar, encontrarán un valor agregado en su visita.
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