Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Matachangarros

Los pequeños establecimientos que han logrado sobrevivir tras la pandemia, a pesar de las altas rentas en la zona, ahora están en riesgo por la oferta de tiendas de autoservicio.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Tras la pandemia, la ciudad está cambiando rápidamente de fisonomía. Y no solo porque con el pretexto de la “reactivación económica” el gobierno capitalino apura cambios de uso de suelo para permitir más edificaciones de los grandes desarrolladores (tan amigos siempre de los políticos). Por supuesto que eso no está exento de un impacto social, entre lo que está la aceleración de la gentrificación que justamente se dio a partir de las restricciones sanitarias de los estadounidenses –esas sí de veras— para proteger a sus ciudadanos.

En las colonias Roma y Condesa, ya es habitual escuchar que se habla inglés y ver a los gringos sentarse en cafés, bares y restaurantes, según sea su condición social, pues los hay desde jubilados hasta los llamados “nómadas digitales”, que son jóvenes que por su quehacer pueden trabajar en la computadora portátil donde sea. El problema de la gentrificación, ya se ha dicho lo suficiente, es que expulsa a los habitantes originarios de los barrios, lugares cuyas costumbres e identidad se van desdibujando. Al encarecerse dichas zonas también desaparecen pequeños establecimientos que no solo son soporte económico de familias sino que aportan valiosos elementos de la tradición urbana, parte de la historia viva de nuestra ciudad.  

Para los extranjeros prevenientes de países desarrollados, Ciudad de México, viva de día y de noche, es atractiva porque cuenta con gran calidez humana, el ambiente festivo y sus colores y una gran oferta cultural, además de rincones hermosos para vivir o estar que no piden nada a los de ciudades europeas pero sin obligarse a gastar tanto como en sus lugares de origen. A la benéfica derrama económica para la capital poco a poco se da una segregación de hecho donde los capitalinos no pueden acudir ni como paseantes de fin de semana por los altos precios de los sitios de consumo.

Justificado el desarrollismo donde lo menos importante es la persona, que además de depredador ambiental ha destruido inmuebles emblemáticos de lo que fueron nuestras colonias, la gentrificación llega a la Alcaldía Benito Juárez con la explosión desproporcionada de grandes almacenes comerciales, que van anulando a los pequeños comercios. Hace unos días fue inaugurada otra tienda de La Comer en la colonia Del Valle, la tercera de esa cadena de las localizadas en un radio menor a kilómetro y medio, sin contar que hay otros dos amplios establecimientos de la marca en Mixcoac y San José Insurgentes, no lejos de allí.

En un rincón de la nueva tienda, El Bistro”, los comensales de las oficinas y comercios de la zona pueden consimir ahí mismo un menú completo por 119 pesos (sopa, ensalada, guisado, postre y agua fresca con refill, además de una telera o cuatro tortillas ), precio que en muchos casos queda por debajo de lo que pagan en otros pequeños restaurantes de la zona.

Uno de los argumentos esgrimidos por los vecinos que en su momento se opusieron al proyecto, realizado en un edificio funcionalista de los años cuarenta, que ocupó un laboratorio médico, y que está incluido en la lista de inmuebles con valor artístico del INBAL, fue justamente que no eran necesarias más tiendas. Una respuesta simple y cómoda a tal opinión es que “para todos hay” y que estas tiendas son fuente de empleo, lo que es relativamente cierto. El problema es que, a la par del regreso paulatino del autoritarismo político en nuestro país, la economía, que en estos tiempos debería ser más comunitaria (“consume local”) se está centralizando cada vez más en grandes capitalistas, que cuentan con las facilidades mientras que a los pequeños se les abandona con la falta de una política de estímulos.  

Lo sabemos: Ellos enfrentan por un lado el comercio informal, también creciente, que no está obligado a pagar impuestos ni un local y sus servicios, y tampoco a ceñirse a reglas sanitarias, por ejemplo; y por el otro el imbatible oligopolio de los supermercados. La informalidad tiene sus mitos, como que los dueños de los puestos con personas pobres, cuando en realidad los que atienden son explotados por líderes ligados también a la política. Entre las víctimas se encuentran también los locatarios de los mercados públicos, patrimonio intangible de esta ciudad. Con otros dramas de la postpandemia, como la deshumanización de la que aquí hemos hablado, para muy pocos el tema merece siquiera una charla.

La Comer Del Valle, que así le llaman, está ubicada en la calle Miguel Laurent, entre el Eje de Gabriel Mancera y la calle de Amores, que en ese tramo es bellísima por sus jacarandas. Paradójicamente en la misma manzana se encuentran las oficinas de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, que emitió una opinión favorable para el desplazamiento de la tienda en 24,000 metros cuadrados, incluidas las fachadas y crujías de tres edificios protegidos por el INBAL.

En la estrategia de La Comer está por supuesto captar a un sector de consumidores de la zona que tiene acceso a productos de calidad y precios más altos, al estilo de su filial City Market: Quesos y carnes finas, pescados y mariscos, incluidas algunas especies exóticas, un departamento de vinos y licores basto y elitista. Por supuesto el impacto de su oferta en artículos de deportes, ferretería y frutas y verduras será evidente como lo ha sido contra las tiendas de abarrotes, mercados, tlapalerías y papelerías, pero la nueva amenaza es para las pequeñas fondas o restaurantes que sobreviven básicamente de la “población flotante”, que es la gente que trabaja, estudia o transita por esta demarcación y que se estima que sobrepasa un millón de personas al día.

La pandemia terminó con restaurantes de añeja tradición como El Buen Bife, El Candelero y el Marie Callender’s. Sus clientes pertenecían a una clase media pudiente, entre los que estaban políticos, empresarios y profesionistas exitosos. En contraste, los pequeños establecimientos han logrado sobrevivir, a pesar de las altas rentas en la zona. Pero ahora las tiendas de autoservicio van por esos mismos clientes.

Con otros dramas de la postpandemia, como la deshumanización de la que aquí hemos hablado, para muy pocos el tema merece siquiera una charla.

El caso es que en un rincón de la nueva tienda, El Bistro”, los comensales de las oficinas y comercios de la zona pueden consimir ahí mismo un menú completo por 119 pesos (sopa, ensalada, guisado, postre y agua fresca con refill, además de una telera o cuatro tortillas ), precio que en muchos casos queda por debajo de lo que pagan en otros pequeños restaurantes de la zona. Solo un francesito cercano, El Bistro Marion, ofrece un menú completo que es 25 pesos más caro, pero evidentemente ofrece platos más especiales.

La Comer cuenta con la ventaja de que el costo de sus insumos es el mismo con el que adquieren los productos que venden, cosa imposible para los dueños de los pequeños restaurantes. Además de que los clientes pueden sentirse a gusto entre farolitas, se les pide no dejar propina a los empleados, pues “el servicio es lo que nos distingue”.

Ello, sin contar que en otras áreas de comida para llevar se pueden llevar tres tlacoyos rellenos por 31 pesos o un kilo de coctel de camarón por 142 pesos, menos de la mitad de su precio de lista.

A las 4 de la tarde del miércoles 17 de mayo, día de su inauguración, las 20 mesas del “Bistro” de la Comer –algunas ubicadas en una terraza con vista en alto a la colonia Del Valle—, estaban ocupadas. Los “guisados” a escoger fueron lasaña a la boloñesa, pollo en mole rojo o chile relleno. En medio del bullicio del festivo consumismo que se hacía presente en los dos niveles de la tienda, los comensales gozaban las mieles del mundo moderno sentados a las mesas de mármol. Había llegado, al fin, una opción accesible pero más “fifí”. ¿Quién le podrá competir a tal felicidad?

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