Por ahora los viajes, por lo menos al extranjero, han quedado en suspenso. No así, quiero confesar, la presencia de quien ahora es mi ángel de una manera permanente.
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Paco mi pareja y yo hemos tenido la buena suerte de viajar al extranjero en varias ocasiones, anteriormente una vez al año. Sólo en una ocasión tuvimos la mala ocurrencia de hacerlo en un tour, con horarios establecidos que implican madrugar, levantarte y desayunar a la carrera, treparse al autobús, mirar los sitios con límite de tiempo, comer un lunch y atenerte al ritmo y el programa del guía. Y decidimos que de ser posible no volveríamos a pasar por una experiencia igual.
Así pues, optamos mejor por tomar el control de nuestras actividades en los lugares que visitamos y cuando fuera posible, que varias veces fue así, alquilar un auto para movernos con autonomía y a nuestros tiempos, un tanto a la aventura. Fue un acierto.
Claro, mientras se trataba de una ciudad o país cuyo idioma fuera el español y los lineamientos de tránsito nos lo permitieran, no teníamos mayores problemas para encontrar el sitio buscado, el hotel o hostal para descansar, los lugres típicos para comer y los atractivos turísticos obligados o incluso, otros que nos sorprendían en el camino.
Pero cuando se trataba de un país donde el español no era el idioma, y nuestro conocimiento del inglés (lengua mundialmente conocida, dicen) no nos era suficiente para entablar el diálogo; Paco siempre invocaba a un ángel. Sí, un ángel, uno de esos seres sobrenaturales que se encuentran en varias religiones, como en la abrahámica que a menudo representa a los ángeles como seres celestiales benevolentes que actúan como intermediario entre Dios y la humanidad.
Así pues, en las muchas veces que no encontrábamos la dirección correcta y los agentes de tránsito o los transeúntes poco ayudaban para entendernos, pasamos horas dando vueltas por las mismas glorietas y calles, hasta llegar a la desesperación por mi parte, Paco, siempre confiado, decía que encontraríamos al ángel que nos guiaría.
Recuerdo la primera vez que sucedió. Viajábamos de España a Portugal, Lisboa para ser más precisos, y en el camino, sin tenerlo programado nos encontramos con la disyuntiva de pasar por la ciudad y puerto de Porto o continuar hacia la capital lusitana. No dejamos pasar la oportunidad; pero antes de pensar en comer o beber para saciar nuestra sed y descansar de la incómoda postura que representa un viaje de varis horas; lo primordial era asegurar el hospedaje, toda vez que por el tiempo, ese mismo día no llegaríamos a nuestro destino final.
El hotel más cerca del puerto no tenía más que una habitación disponible, donde tenías que caminar agachado, en cuclillas, casi, para entrar. Era una especie de bohardilla. Eso sí, te servían un desayuno gratis.
Lamentablemente, en el puerto los restaurantes o locales de comida estaban ya cerrados a esas horas, e invocando al ángel de Paco, se nos abrieron las puertas de un pequeño comedero o merendero, bajo el puente y a la orilla del río Duero. Modesto, pero sin duda original y romántico.
A las delicias de la comida se acompañaron vasos de oportos, dulces o secos, según el gusto, y para rematar esa noche, los propietarios, músicos ellos, nos tocaron y deleitaron con una serie interminable de fados, e incluso puedo presumir que me compusieron mi fado. Claro está, no entendía la letra, sólo que mi nombre, Rebeca, predominaba en la nostálgica canción.
Pasaron las horas en ese local y cuando finalmente nos pidieron retirarnos para cerrar; tuvimos que optar por buscar asilo en el hotel, cuya habitación mi espalda no olvidará.
Al día siguiente, camino ya a Lisboa, aprovechamos que en el trayecto pasaríamos a la Capilla de la Virgen de Fátima; pero apenas quedaban minutos porque el horario de visita estaba por concluir y no lograríamos conocerlo. Gracias al ángel de Paco, nuevamente la hicimos y nos deslumbrarnos con la imagen de la Virgen y conocimos sus alrededores.
Posterior a esa bendecida visita, teníamos que retomar camino a Lisboa, donde amigos de mi madre, ambos españoles, esperaban nuestro arribo. Sin embargo de nada valieron las instrucciones para llegar a su domicilio. La ciudad es inmensa y no lográbamos llegar. Y nos alcanzó la noche. Fue cuando Paco me recordó que había un ángel y sin más, paró el auto y preguntó a un joven que pasaba, sin saber el portugués y sólo mostrando la dirección, cómo arribar a tal calle y la numeración de nuestro destino.
Era un ángel. Y nos ayudó: en menos de unos 15 minutos estábamos con nuestros anfitriones en su casa.
Posterior a esa “aparición” fueron múltiples las ocasiones en que el ángel nos apoyó en nuestros viajes. El más reciente, por decirlo, aunque ya pasó algunos años, fue en Italia, por los caminos de la Toscana y más concretamente en Milán, ciudad cosmopolita que nos cautivó, duramos más de dos o tres horas en llegar al hotel, donde teníamos la reservación… hasta que un ángel nos orientó…
Por ahora, los viajes, por lo menos al extranjero, han quedado en suspenso. No así, quiero confesar la presencia de quien ahora es mi ángel de una manera permanente. Mejor dicho, se han integrado o convocado en un equipo de ángeles que no sé, a estas alturas y por las circunstancias, si es con fines deportivos de competición.
Además de mi pareja, mi madre y parte de mi familia, quiero dedicar este texto a ese ángel, la persona que ya adopté (¿o ella me adoptaría?); que me trae consuelo espiritual, emocional y material en estos tiempos donde ya casi todas las puertas se han cerrado y son pocas ya las amistades que puedo frecuentar o me procuran como antes, en este mi tiempo de crisis.
Y no me refiero tanto a la tan mentada pandemia, sino a este acompañamiento que mi ángel me ha brindado al inicio de mi desempleo; desde pasar varias horas buscando y descartando múltiples ideas para que obtenga ingresos, hasta compartir conmigo además de su compañía una parte de su raquítico sueldo.
Pero más allá de todo, esa persona (MI ÁNGEL) me ha acercado a la espiritualidad. Gracias a ella he logrado retomar lo que desde la niñez nos han enseñado en la Iglesia Católica. Aplicando diariamente los conceptos religiosos me ha dado la fe y fortaleza para continuar en este camino que no es fácil, y menos en mis actuales circunstancias.
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