Libre en el Sur

Mis recuerdos en las cajas de zapatos

Conservar momentos que he vivido, lugares que he visitado, incluso recordar a esas personas que se nos han adelantado, a través de las imágenes siempre ha sido y es imprescindible en mi vida.

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Al momento desconozco la cantidad, pero tengo álbumes  y sobres de papel repletos de fotografías de mi vida, de mi numerosa familia, mis ancestros, viajes con Paco, vivencias con amigas y amigos, vestigios de mi quehacer periodístico… E incluso, he de confesar, que también de mi otra vida como mujer casada.

Muy a propósito, creo que previo a mi matrimonio fue la única ocasión en que me deshice de fotos, como si las imágenes que atesoraba de otros tiempos con otras personas, dañarían o perjudicarían mi nueva relación. Qué tonta fui, considero hoy.

Y si bien me refiero a las fotografías de antaño que eran impresas en papel, no hago a un lado las imágenes en la nueva modalidad digital, mismas de las que tengo varias carpetas tanto en memorias de Usb y de Cd, pero también guardadas en mi laptop.

Viene a mi mente una querida amiga que después de realizar un extraordinario viaje me visitó y entregó un “recuerdito” (souvenir, para ser más elegante). Yo le pregunté por las fotos que tomó durante su trayecto, a lo cual me contestó “todas están en mi mente”.

Así como ella, que almacenó cada detalle de su travesía en la cabeza, yo hago lo propio en un gran espacio del clóset y en un amplio cajón. Además de los cuadros que cuelgan en una pared de mi casa, dando testimonio de tantos hechos y sucesos en estos ya muchos años de vida.

De ese muro destacan las imágenes  de  mi madre antes de casarse, de mi padre siendo apenas un bebé, el recorte de un periódico del terruño  informando del enlace matrimonial de mis padres, o también de la emblemática foto familiar con mi abuela Catalina, a unas horas del inicio del Nuevo Milenio, y de mis sobrinos: Fátima y Jorge jugando, Sergio con su entonces cachorro “Buddy”, de María José con sus padres en un cumpleaños.

He de resaltar entre ellas, la de ese domingo en Xochimilco que Paco y yo disfrutamos con mi amado cuñado Juan Carlos, después de haber acudido a dar gracias a la Virgen de Guadalupe, hecho del cual también guardo otra decena de  ilustraciones, toda vez que fue la primera vez que visité la nueva Basílica, lo cual es imperdonable después de vivir tantos años en la Ciudad de México.

En fin, siempre quedan y están aún pendientes fotografías que por motivos del material del que está construida la vivienda, no han podido formar parte de tan improvisada galería, razón por la cual he tenido que utilizar las mesas y el mueble de la sala, el tocador del dormitorio para dejar muestra de otros añorados momentos.

Al igual que muchos, me considero una persona nostálgica, a tal grado que al abrir un álbum o tomar una imagen, me remonto al pasado, a ese instante que contemplo. Así, me veo caminando con mi hermana en el centro del terruño, con menos de 10 años de edad, de la mano de mi tía bisabuela Rebeca, destacando el que siempre a Patricia y a mí nos vestían iguales debido a un exquisito gusto que tenía Catalina por la ropa infantil española.

Qué decir de esas fotografías con el grupo de amigas, casi todas de ellas compañeras de escuela desde la primaria, secundaria en el benemérito Instituto Lasalle. De la Preparatoria Oficial de la UG, y  más recientes de las reuniones de ex alumnos de la Escuela de Periodismo  “Carlos Septién García”.

Revivo igualmente esos tiempos de reportera, en dos o tres redacciones de periódicos, o de entrevistas a un afamado actor, o a mandatarios en turno, funcionarios, legisladores, incluso guardo de un diálogo con Luis Donaldo Colosio.

Mi afición por conservar fotografías la heredé de mi padre.  Su escritorio estaba lleno de imágenes de papel, bajo un grueso vidrio,  las paredes de su despacho atiborradas de imágenes enmarcadas; recuerdo esas tardes que pase con él, distribuyendo en cajas de zapatos las que correspondían a cada de los ocho miembros de la familia, o aquellas  en las que sólo aparecía con mi madre, de sus hermanas y sus respectivas familias, y las de mi no menos querida abuela Ventura.

Sin embargo, antes de fallecer mi padre cambió  el orden de las fotos y las revolvió en cuanto álbum encontraba o adquiría, por lo que las cajas de zapato con el nombre correspondiente quedaron vacías, de lo cual me dí cuenta cuando con motivo de mi arribo al quinto piso fui a buscar reproducciones de mis primeros y otros años de infancia.

Mi ascenso a clase Tostona resultó siendo tan importante que pedí a mi hermano Arturo se diera a la tarea de hacer una recopilación de parte de mis vivencias, desde mis primeros años de nacida, hasta ese entonces. Dicha encomienda cariñosamente cumplió y agradezco enormemente.

Todavía hay muchas ilustraciones en espera de integrarse a un álbum, presumir en un marco, o guardar en archivo y memoria. No obstante segura estoy que antes de concluir esta maldita pandemia, lo que aún veo lejano, cumpliré esa asignación pendiente, aunque tristemente ya no será  en cajas de zapatos.

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