Cierto que ya no salgo de compras al supermercado, y mucho menos hago vida social, pero siempre existe y existirá el espejo que me recuerde ese anhelo por tatuarme y el desenlace que tuvo.
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
En mi quehacer de reportera tuve la oportunidad de conocer no sólo a personajes de la política, sino también del medio artístico. Viene a mi mente en este momento la gran cantante Eugenia León. De “Fandango aquí”, una de las primeras canciones con las que se dió a conocer en 1985, al ganar el festival de la OTI en Sevilla, España, se suma un sin fin de melodías como “Luna” del reconocido álbum Juego con Fuego de 1991, y que llegó a ser de uno de mis favoritos.
En precisamente con esa canción de “Luna” que me remonto a la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas, en uno de los tantos Festivales Cervantinos a los que tuve oportunidad de asistir, en esa ocasión meramente como espectadora. Aunque he de confesar que por mi acreditación junto con otros compañeros de profesión, tuve un lugar privilegiado y desde donde se podía apreciar a la cantante en todo su esplendor.
En ese tiempo, luciendo un escotado vestido que la hacía ver por demás sensual, ella mostraba en su espalda un no tan diminuto tatuaje, que según yo y si mi memoria todavía no me falla, era una flor; una rosa finamente delineada.
Al contemplar a esa artista, pero más su gráfico, decidí que algún día tendría uno parecido e incluso durante el brindis acostumbrado después del concierto, que espero no equivocarme era el de clausura de tan magno evento, comenté que un tatuaje similar sería mi próxima intervención a la que sometería mi cuerpo, toda vez que cuando estudiante me atreví a perforarme la oreja en una promoción que tenía Liverpool, anteriormente dicen porque no fue mi tiempo, llamado el Puerto de Veracruz, casi en pleno zócalo de la ciudad de México.
Para tal hecho, estuve acompañada por mi hermana Patricia, quien todavía relata a propios y extraños que termine desmayada de la impresión. A diferencia de ella, yo todavía conservó el orificio, incluso fue hasta hace unos años que tuve que quitarme el arete que incluía la oferta de la tienda, para reemplazarlo por otro.
Desconozco si en esa mi época de juventud estaban de moda los tatuajes, como lo son en estos últimos tiempos; lo que sí es que la idea me rondó por muchos años, aunque finalmente conociendo un poco más del tema me enteré que más que un pinchazo con una pistola exprofeso para el orificio extra, ese dibujo en la piel requería de en demasía valentía y lo primordial, que se hiciera con todas las medidas de sanidad e higiene.
Mi proyecto se fue desvaneciendo, más cuando precisamente durante ediciones del Festival Cervantino, la autoridad municipal permitió la instalación de vendedores y/o artesanos que ofrecen todo tipo de artículos esotéricos, pero también dibujos o piezas de cierto valor cultural, sin dejar a un lado las mascadas o pañuelos configuradas por ellos mismos. Un sin fin de productos, casi todos elaborados por ellos mismos.
Un lugar apartado tenían los artesanos que ofertaban hacer los tatuajes, mostrando una gama de dibujos a escoger. La mera verdad, por las condiciones en que se montaban los puestos, sobre todo el que no tenían la extrema limpieza que requería esa operación, dejo de interesarme el tema, aunque en los últimos años ha causado furor entre hombres, mujeres, jovenes y adultos. De lo anterior he constatado en los años que asistía al gimnasio o en su defecto, al ser notorios por unos shorts o unas camisetas a portar. Eso si, queda claro que no cuestiono: cada quien es libre de hacer con su cuerpo lo que le venga en gana.
En otro texto me he referido a mi dermatitis nerviosa, enfermedad que por cierto en este tiempo de pandemia, se ha focalizado en mis brazos y manos, ya no tanto manifiesta por la incontrolable comezón, sino por los moretones que han aparecido, en su mayoría sin que yo me dé cuenta.
Quisiera decir que esos manchas moradas que a veces sangran, así como aparecen, se desaparecen. Pero no es así, las que ahora conozco como “eczemas” disminuyen de intensidad, sin embargo no se disipan totalmente, quedando las marcas de su presencia por esas partes de mi cuerpo. Sé que en mucho, el tema de los moretones, tiene que ver la edad y el que conforme se envejece la piel se torna más delgada.
Creo haber relatado que en una ocasión, cuando todavía me animaba a ir al supermercado más cercano, la cajera que amablemente me atendió no quitaba la vista de mis brazos, y tímidamente me preguntó si era yo violentada; pregunté el motivo y respondió señalando mis marcas moradas: “por esos moretones”. Antes de poder explicarle que no sufría violencia, se apresuro a ofrecer su ayuda. Fueron momentos incómodos, pero salí avante.
Pese a que por la época que nos encontramos, las emociones suben y bajan, me he armado de valor, y en esta cálida temporada aún visto con playeras que dejan ver esas imborrables huellas a las que hoy en día me refiero como “mis tatuajes” que sin yo quererlo, y mucho menos haberlos planeado de esta manera y mucho menos confeccionado, han de perdurar el resto de mi vida.
Cierto que ya no salgo de compras al supermercado, y mucho menos hago vida social, pero siempre existe y existirá el espejo que me recuerde ese anhelo por tatuarme y el desenlace que tuvo.
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