Libre en el Sur

Morir en tiempos de pandemia

Al dolor que siempre causa la pérdida de un ser querido, sea cual fuese la causa, este confinamiento agrega una transformación en la forma de despedirnos de esas personas a las que no volveremos a ver, tocar, sentir e incluso oler.

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Cierto es que esta pandemia no sólo ha cambiado la forma de vivir, sino también la de morir, señala María Ayuso en un atinado artículo publicado en La Nación de Argentina. Y es que al dolor que siempre causa la pérdida de un ser querido, sea cual fuese la causa, este confinamiento agrega una transformación en la forma de despedirnos de esas personas a las que no volveremos a ver; tocar, sentir e incluso oler.

Aquí hago un paréntesis porque a mi difunto padre lo que más me gustaba cuando lo visitaba, era ese humor que expedía, después claro está, de rociar loción en un papelito que guardaba en el bolsillo de su camisa. Muy coqueto el señor.

El tema es que actualmente, por cuestiones epidemiológicas, ante un fallecimiento se impiden los velatorios, misas o reuniones familiares.

Para algunos, o quizás muchos, la tradición de velar a nuestros muertos no es del todo agradable, (incluso hay quienes dejan por escrito o hacen saber que se omita esa parte del funeral), para la mayoría de los mexicanos, más cuando nos referimos a los católicos, el pasar las últimas horas con quien ya sólo existe en un cuerpo inerte y sin respiración, es reconfortante.

No importa el desvelo, el cansancio que causa estar en incómodas y frías sillas de un salón dedicado exprofeso y escuchar una y otra vez los rezos para que el alma de nuestro difunto se vaya en paz. (Aquí me refiero nuevamente a los que profesamos la religión católica). Otros dirán que el recibir condolencias no sólo de la familia cercana, sino también de las amistades o simplemente conocidos, llega a alentarnos y nos recuerdan los lazos que existen con nosotros o se tenían con el difunto.

Y ya pasadas las horas, en la gran mayoría de los casos el trasnoche, llegaba la hora de acudir a la celebración eucarística, oficiada por un sacerdote, a menudo  conocido por la familia. Esa misa es la consabida despedida que hacemos del cuerpo de nuestro ser querido; después de ahí, actualmente se le traslada a un crematorio, aunque recordemos que anteriormente era en los panteones donde se dejaba “depositaba”, dicen ahora, los restos.

Seguramente con muchas omisiones en esta descripción que les presentó; pero en mucho. Este virus temible  ha cambiado el procedimiento para decir adiós. Y no hablo de cuando fallecen por el mentado Covid, eso es otra reseña, sino en caso de una muerte natural, accidente u otro tipo de enfermedad. En estos casos el proceso de duelo se vuelve complicado. La misma autora mencionada al principio refiere que atravesar la pérdida de un ser querido nos confronta a encontrar un nuevos rituales o ceremonias que nos permitan tanto el contacto con el recuerdo de la persona fallecida, como reconocer su ausencia. Este tipo de acciones son esenciales.

En un momento donde algunas ceremonias como los velatorios o reuniones familiares o de gente allegada emocionalmente no se pueden hacer en los períodos posteriores al fallecimiento, hay muchos profesionales del área de la psicológica y la espiritualidad que recomiendan, primero, poder hablar de estas cuestiones en familia, tanto entre quienes están viviendo juntos, como con los que están a la distancia. Aquí, y debo reconocerlo, me conformaría con muestras de afecto,  grandes abrazos virtuales y acompañamientos en los rezos. Claro, hasta que se nos permita hacerlo en persona.

También refiero que me motivaron a escribir este artículo pérdidas muy sentidas  que he tenido en estos meses y ante las cuales me  he visto imposibilitada o impedida de dar abrazos, muestras de cariño o simples condolencias. Va pues para Mily, Gilda, Lupita y Luli.

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