Con el paso inexorable del tiempo, muchas de las costumbres y tradiciones propias de la época navideña en nuestra ciudad, algunas particularmente entrañables, han desaparecido. Desde el Árbol de Liverpool, las pastorelas y el Santa Clós de Sears hasta el nacimiento de Carlos Pellicer, entre muchas otras, no están más.
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Era la figura de un hombre fornido, grandote, con un bigote y una gran barba blancos. Estaba sentado en una caja de regalo y tenía las manos apoyadas en sus muslos. Lo rodeaban varios venados, en un escenario nevado. Vestía un traje rojo, como de terciopelo, con ribetes blancos. Llevaba una gorra del mismo color que terminaba en punta con una bolita roja. Al fondo se veía una chimenea y un trineo, su trineo. Los niños se asombraban de ver cómo se movía hacia adelante y hacia atrás, se agitaba, mientras soltaba tremendas carcajadas, una tras otra. Y así todo el día. Jo, jo, jo, decía. Jo, jo, jo…
Aquel prodigioso Santa Clós se hallaba en un aparador –una especie de gran vitrina—, justo en la esquina de la calle San Luis Potosí con la avenida de los Insurgentes, en la colonia Roma. Todos los años, desde 1955, estuvo ahí sin falta para alegría de miles y miles de chiquitines que lo visitaban y formaban verdaderos tumultos a partir de los primeros días de diciembre. Era el Santa Clós de Sears, uno de los íconos de la Navidad en Ciudad de México que hoy han desaparecido.
Nunca más veremos por las calles de nuestras colonias, como en la Cuauhtémoc todavía en la década de los setentas, aquellas parvadas de guajolotes que eran arriadas por campesinos ataviados todavía con ropa de manta y sombreros de palma. Ofrecían desde principios de noviembre las aves vivas para su engorda y sacrificio, como platillo principal en la Cena Navideña familiar.
Aunque las fiestas decembrinas siguen siendo para muchos una de las épocas del año más entrañables, la verdad es que muchas de las costumbres y tradiciones que la caracterizaban han ido desapareciendo con el paso del tiempo… y sin que hayamos recibido mucho a cambio, la verdad.
Y es que muchas de esas escenas que los niños capitalinos disfrutaban, como el Santa Clós de Sears, eran tan peculiares que no pueden tener sustituto. Otro ejemplo es el célebre Árbol de Navidad de Liverpool, que durante 48 años se instaló cada diciembre en la plazoleta frontal de esta tienda ubicada en la esquina de Insurgentes Sur y Félix Cuevas, hoy Eje 7 Sur. Era enorme y cada año presentaba un aspecto diferente, casi siempre adornado por los personajes favoritos de los niños, como por ejemplo los muñecos de Plaza Sésamo. La tradición se acabó en 2009, cuando las obras de la línea 12 del Metro obligaron a modificar el espacio donde anualmente se instalaba. No está más desde entonces.
Pero qué decir de costumbres tan bellas como la del envío de las tarjetas de Navidad. Eran hermosas. Estaban impresas a color y algunas en relieve, con escenas propias de la temporada. Algunos tenían posibilidad de mandarles imprimir su nombre debajo de una leyenda alusiva a las fiestas y de buenos deseos. “Que la alegría de la Navidad perdure a través del Año Nuevo”, ponía una muy tradicional. Era una forma de estar cerca de nuestros familiares y amigos. Recibir las tarjetas que traía el cartero a casa era una emoción incomparable. Algunos las colocaban en el arbolito navideño. Otros, sobre una pared de la sala, como otro adorno de estas fechas. Asombra saber que el servicio Postal Mexicano llegó a manejar más de un millón de piezas durante las vísperas navideñas. Pero más asombra que hoy esa costumbre prácticamente ha desaparecido.
Nunca más veremos por las calles de nuestras colonias, como en la Cuauhtémoc todavía en la década de los setentas, aquellas parvadas de guajolotes que eran arriadas por campesinos ataviados todavía con ropa de manta y sombreros de palma. Ofrecían desde principios de noviembre las aves vivas para su engorda y sacrificio, como platillo principal en la Cena Navideña familiar.
Algo similar ocurrió con los Santa Clós que año con año se ponían en la Alameda Central, sobre todo sobre la avenida Juárez, frente a pequeños escenarios hechos de triplay. Ofrecían a los pequeños la posibilidad de tomarse una foto con el mismísimo Santa Clós, o a partir del 1 de enero con los tres Reyes Magos. En un principio, había que dar un adelanto y anotarse en la lista para recibir en la casa su fotografía en blanco y negro pocos días después. Luego, con la llegada de las cámaras Polaroid, la entrega era inmediata. Un día las autoridades decidieron retirar a esos personajes y reubicarlos en las inmediaciones del Monumento a la Revolución, donde se fueron perdiendo…
Tampoco existen hoy, prácticamente, las posadas de barrio que los vecinos de la cuadra organizaban cada año. Hoy le toca a fulana y mañana a zutanita, se programaban los turnos. Había por supuesto piñata, colaciones, ponche caliente y letanía que se rezaba mientras se llevaban en procesión a las figuras de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, generalmente acompañados del buey y la mula… Las posadas aún se celebran en muchas parroquias, pero con una asistencia vecinal cada vez más reducida.
Curiosamente, la costumbre de poner el arbolito navideño no sólo persiste, sino que se ha incrementado. Incluso hay varios viveros especializados en las cercanías de la capital, como el que está por el rumbo de Amecameca, en el Estado de México.
Diferentes factores influyeron para que poco a poco desapareciera otra bella tradición que por ejemplo en la entonces delegación Benito Juárez tenía exponentes notables: el Nacimiento, pero como un atractivo abierto al público, a la manera del célebre Belén que instalaba en su casa de las Lomas de Chapultepec el poeta tabasqueño Carlos Pellicer. Los visitantes formaban pacientemente largas colas para entrar a verlo, allá en los años sesentas y setentas del siglo pasado. En nuestra demarcación hubo también varios muy famosos. Uno de ellos el que se instalaba en un garaje en la calle Bartolache, en la colonia Actipan. O el de la colonia Independencia, cuyos autores optaron por no instalarlo más debido al costo de la energía eléctrica que implicaba. Tampoco está el que una pareja de personas de la tercera edad ponía en su casa de Narvarte…
Una buena noticia es por cierto la convocatoria hecha este año por los sacerdotes de la parroquia del Señor del Buen Despacho, en la colonia Tlacoquemécatl, para un concurso de nacimientos. Esa puede ser una manera de rescatar la vieja tradición introducida a México por los misioneros Franciscanos que se instalaron en el barrio de Mixcoac a finales del siglo 16.
También son cosa del pasado las entrañables pastorelas navideñas que se escenificaban en numerosos escenarios de la capital y que poco a poco se fueron extinguiendo. Queda una, para fortuna nuestra, que ha persistido durante 32 años. Es la Tradicional Pastorela Mexicana que produce y dirige Rafael Pardo, que ha tenido por escenario entre otros el Convento de Churubusco, el Convento del Carmen de San Ángel y que ahora se monta en un bello escenario exterior del Instituto Helénico de avenida Revolución
Extrañamos también la Iluminación, que en tiempos del regente Ernesto P. Uruchurtu cubría no solamente la Plaza de la Constitución, sino también las principales avenidas de la ciudad, como Insurgentes y el Paseo de la Reforma, además de calles con Madero, 5 de Mayo y Venustiano Carranza, en el Centro Histórico, que entonces olía a castañas asadas, que diversas vendedoras ofrecían en las esquinas con sus anafres de carbón.
También se iluminaban árboles de la Alameda Central y se colocaban figuras alusivas en diversos puntos de la capital. Independientemente del cuestionable derroche de energía eléctrica que eso significaba, la verdad es que daba a gran parte de la ciudad un ambiente navideño y festivo inigualable con miles de luces blancas, rojas, verdes.
Curiosamente, la costumbre de poner el arbolito navideño no sólo persiste, sino que se ha incrementado. Incluso hay varios viveros especializados en las cercanías de la capital, como el que está por el rumbo de Amecameca, en el Estado de México. Cada vez son más las familias que adquieran los árboles naturales que se expenden en diversos centros comerciales, como Walmart, Comercial Mexicana o Soriana, así como en las tradicionales “romerías”, que aún persisten en las afueras de los mercados públicos. Sin embargo, en la mayoría de estos puestos ahora se ofrecen adornos muy vistosos, pero hechos de plástico y otros materiales no tradicionales.
También son cosa del pasado las entrañables pastorelas navideñas que se escenificaban en numerosos escenarios de la capital y que poco a poco se fueron extinguiendo.
Ya no se consigue con facilidad el heno y el musgo para los nacimientos y menos las típicas y a menudo desproporcionadas figuras de barro que representaban lo mismo a José y María, que al Niño Jesús, a los pastores, a los Reyes Magos y a diversos animales. Hoy son de plástico o si acaso de pasta.
A cambio de tan lamentables pérdidas hoy tenemos una oferta creciente de luces navideñas económicas, intermitentes, que cambian de colores, procedentes casi todas de China. Piñatas hay, aunque de puro cartón, sin la tradicional olla de barro. Y no es fácil ahora degustar unos buenos tejocotes, además de los cacahuates y las jícamas. Santa Clós y los Reyes siguen llegando a la mayoría de las casas, aunque los juguetes que dejan a los niños ya no son como los de antes. Nos quedan también, a veces, los villancicos. Y por supuesto la nostalgia…
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