Libre en el Sur

No solo se acumulan años

Como en el País de las maravillas de Alicia, te trasportas en un  laberinto psicodélico y terrible. Te inundan muebles que no caben por las escaleras,  hoyos que hay que resanar,  paredes maltratadas, puertas caídas, polvo y más polvo.

POR MARIANA LEÑERO

Esta monserga de cambiarse de lugar: la mudanza. No solo se mueven muebles, cuadros y variedad de objetos, sino se remueven historias, recuerdos, polvo y chingadera y media.  Entre más años se vivió  en el lugar, más cosas hay que encontrar, que trasportar, que limpiar, que mover, que tirar y que guardar.       

Hace 20 años, yo no conocía a la japonecita pulcra e incómodamente organizada Marie Kondo. Por el contrario, me consideraba una chingona acumulando objetos que pensaba me serían útiles algún día y que además me ahorrarían dinero. No contaba que con el tiempo la memoria se endurece y se oxida,  los objetos quedan olvidados  y se termina sin saber cuáles eran y a dónde se dejaron. Por supuesto compras más y ahora tienes doble.

Cuando uno se muda, se enfrenta a la realidad de que en la vida no sólo se  acumulan años y  arrugas en la frente y los ojos sino también objetos cargados de recuerdos. Objetos  que se quedaron en pausa esperando un día ser descubiertos.  Parecieran tesoros sin mapa. Tesoros que las circunstancias obligaron a encontrarlos con la duda sobre el impacto que causarán en el momento del reencuentro.

Es ahí cuando la cosa se pone fea.  Igualito a la película Toy Story. Juguetes dramáticamente abandonados viviendo a expensas de la memoria y del nivel de inmadurez de sus dueños. Tristes, resignados, mandilones y  victimizados con una esperanza incómoda. O como la versión mexicana: La muñequita fea de Cri Cri. Haciéndose vieja con cara estirada y desechada en el sótano. Pese a estar acompañada de un ratoncito que le ofrece  su amistad y la del plomero y la de la escoba  y la del recogedor, no logra difuminar la terrible realidad de que sus amigos del mundo la tiraron por ahí…

Lamentablemente esos objetos que si bien te sacan una sonrisita o lagrimita cuando los descubres, no olvidan que fueron desechados injustamente.  La venganza aguarda.  En el día trágico de la mudanza te saludan regocijándose de la monserga que te espera. Venganza cruel y despiadada. Aparecen cajitas, cajotas, libros,  floreros, discos de vinil, diskettes, máquinas de escribir, ropa grande, ropa chica, ropa de bebé, listones, mecates, corcholatas, clips, folders, ligas, peines rotos,  bolsas mojadas, un calcetín sin par, un zapato pasado de moda, un suéter con hoyos, pantalones para un tú que ya no eres tú…Y la lista continua. 

Te preguntas: ¿dónde los guardas?, ¿dónde los tiras?,  ¿los quiero?,  ¿no los quiero?  Mientras te preguntas, enloqueces. Como en el País de las maravillas de Alicia, te trasportas en un  laberinto psicodélico y terrible. Te inundan muebles que no caben por las escaleras,  hoyos que hay que resanar,  paredes maltratadas, puertas caídas, polvo y más polvo.

En el viaje por este laberinto pasan por tu vista y tu cartera toda la lista de oficios que  te enseñaron en la escuela: mudanceros, carpinteros, plomeros, tablaroqueros, cerrajeros, herreros, pintores… Todo gira rápidamente y en un acto de desesperación  terminas aventando todo lo que encuentras en cajas que de nuevo no volverás abrir.  Desde ahí, eres capaz de escuchar  la voz de los objetos gritándote:

-Me abandonaste, pues ahora te chingas. A ver a dónde piensas guardarme cabrón. ¡Hazte de una vez responsable de lo que acumulaste!  Llora, carga, limpia suda, paga…

Habría que aprender de Marie Kondo, no sólo para presumirse simple y desinteresado  sino para librarse de esta experiencia. De tener que lidiar con esas malditas cajas. Hay que recordar que  en ellas no solo nos esperan recuerdos y olvidos sino objetos abandonados y  resentidos que se vengarán,  te agotarán hasta las axilas y te harán  acumular no sólo más objetos sino más arrugas en la frente y en los ojos.

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