Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Pandemia postraumática

Incapaces de dar soluciones con enfoques humanistas, la nueva epidemia de estrés postraumático es solo un dicho de las autoridades sanitarias.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Somos sobrevivientes y aún no nos damos cuenta. La cifra de más de seis millones de muertos que conservadoramente ha dejado la pandemia del coronavirus en el mundo –según datos de los gobiernos– nos pone frente a una verdad difícil de contradecir: pudimos ser uno de ellos.

La ciencia formal, esa que se ha desarrollado en el mundo occidental, se ha puesto solita en el nicho del entredicho, al no tener una respuesta cabal a tal catástrofe. Sus defensores suelen autoexaltarse con el éxito en las vacunas, donde por cierto permaneció la mezquindad de los laboratorios privados que se valieron del propio conocimiento para hacer negocio.

Sin embargo, si consideramos las sumas estratosféricas invertidas en la investigación científica desde la peste española (y en la academia que ha formado un ejército de centenares de miles de médicos en todo el mundo), los resultados son pálidos y encueran una soberbia. Y es que no porque no se diga nos debemos acostumbrar a que no se diga.

Bajo la “evidencia” del método científico, las personas son convertidas en meras cifras oficiales, una estadística sin nombres ni apellidos. Los gobiernos, unos más insensatos e incompetentes que otros, por supuesto, terminan por culpar de las fallas al azar cuando no a los propios enfermos, como los que presentaban comorbilidades. Una ciencia utilizada por los gobernantes que es peor que la religión a la que suele señalar: “Cuando a uno le toca, le toca”.  

Crispa que tardíamente la Organización Mundial de la Salud, donde confluyen los gobiernos que caracen de autocrítica, habla del beneficio de una atención psicológica adecuada cuando son los sistemas de salud pública en el mundo las que han menospreciado las propias investigaciones occidentales relativas a las condicionantes emocionales de las enfermedades y también su prevención.

Incapaces entonces de dar soluciones con enfoques humanistas, la nueva epidemia de estrés postraumático es solo un dicho de las autoridades, y en el caso mexicano acusa un evidente fracaso que suma aún más víctimas de otras enfermedades. Por más que se empeñen en ocultar las consecuencias de decisiones subordinadas enteramente a la política y no a la ciencia, con todo y sus limitaciones.

Sin soslayar la valiosa ayuda de los amigos, que son contención, y de los líderes religiosos, cuyos consejos espirituales abonan a la calma de quien sufre, entender la importancia de la psicoterapia en el caso de estas crisis, que muchas veces tienen en un sinvivir a la gente, se vuelve un tema urgente. Para ello hay que romper el estigma que confunde la locura con tal ayuda y también ideas fijas de que la única solución son los paliativos medicamentosos.

En la cotidianidad post covid nos enteramos a diario de los desencuentros y las soledades, las rupturas amorosas donde los protagonistas son convertidos en piezas de recambio. Las muertes “secas”, que es cuando la vida pierde valor y no hay un efecto de compensación alguna; y las “invertidas”, aquellas muertes que no obedecen a la secuencia natural de la vida, como cuando un abuelo entierra a su nieto.

No todo lo que se haga llamar psicoterapia lo es, sin embargo. También hay charlatanes, de los que en estos contextos de desolación se vuelven presa fácil los enfermos. A veces, para colmo, sale peor el remedio que la enfermedad, lo que termina por afectar no solo al paciente en cuestión sino a las personas con las que se relaciona. De mi propia experiencia y de lo que he platicado ampliamente con amigas y amigos psicólogos y otros que han llevado terapia de manera seria y comprometida, una pauta para no caer en el engaño es recordar que no hay procesos terapéuticos tersos, así sean breves, pues de lo que se trata es de remover las emociones –e incluso desbloquearlas— para que salga aquello que nos provoca el daño. Lo demás son cosas de “doctora corazón”, que además cobra caro. 

La misión para la recuperación emocional de los individuos se antoja más difícil cuando no es probable que el gobierno mexicano y sus tentáculos estatales promuevan la salud mental con los componentes de la psicología, más de 120 años después de los formidables descubrimientos de Sigmund Freud que detonaron una multiplicidad de escuelas para atender las emociones y los comportamientos, ya sea desde las raíces de la persona o bien desde su urgencia.

Incluso la red de hospitales psiquiátricos será disminuida en su capacidad tras una reforma aprobada a la Ley General de Salud, en junio de 2022, en que supuestamente se reconoce por primera vez que la atención a la salud mental debe ser “universal y apegada a los derechos humanos”. ¿Y luego? Vaya a ser como el reemplazo del Seguro Popular por el Insabi… Justo me acabo de enterar de un caso en el que un paciente con ideación suicida fue rechazado de internamiento sin causa justificada en uno de estos hospitales.  Y qué decir del tiempo que transita de una cita a otra en casos de enfermos de ansiedad y depresión, dos de las cinco psicopatologías más diagnosticadas en México.

Tan solo en el primer año de la pandemia por Covid-19, la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó un 25%, según un informe publicado por la OMS, donde se resumían los efectos de la pandemia en la disponibilidad de servicios de salud mental. Supuestamente la preocupación por el posible aumento de las afecciones mentales había llevado al 90% de los países encuestados a incluir la salud mental y el apoyo psicosocial en sus planes de respuesta frente al coronavirus.

En lo dicho por la OMS está que poner atención en la salud mental es fundamental para el bienestar general en estos tiempos posteriores a la pandemia. Solo que en el caso de México, las psicoterapias tienen un costo por consulta privada que va de los 300 a los 2,000 pesos, de acuerdo con diveersas fuentes. Los que pueden pagarlo no deberían echar en saco roto entrar en tal proceso. El problema es que la gente pobre no puede acceder a ello.

Ante la falta de apoyos gubernamentales, los mexicanos somos condenados a vivir en nuestro propio “neoliberalismo”, publicitariamente llamado así para condenar lo privado sobre lo público… ¡por quienes niegan lo público!

Este gobierno tomó efectivamente como modelo de salud pública el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), aún con sus deficiencias históricas; pero resulta que ahora se ha precarizado más el servicio del propio IMSS, además de la no resuelta insuficiencia de camas y la dramática falta de medicamentos, lo que ya es un escándalo. Basta ver las filas infames de los días recientes en que bajo el calor cercano a los 30 grados adultos mayores –que pagan por el servicio a través de las empresas para las que trabajaron ellos o sus familiares— debieron soportar para obtener sus medicamentos, entre los que no se cuenta la aspirina, que no la hay. Eso ya no ocurría con los “neoliberales”.

Los responsables actuales del sistema de Salud se han atrevido a negarlo de la misma forma que niegan el dolor de quienes lo padecen, como los padres de los niños con cáncer, que también debieron recibir apoyo psicológico y en cambio fueron tratados como mentirosos. Por si fuera poco, las familias mexicanas gastan cada vez más más de su propio bolsillo en atenciones privadas.

Paradójicamente, el 18 de agosto del 2022 el propio IMSS boletinó: “hoy sabemos que en un sentido psicológico y fisiológico nuestros sistemas de defensa y supervivencia no han dejado de estar activos la mayor parte del tiempo desde que inició la pandemia, provocando una actitud defensiva ante las amenazas reales o no, una situación que ha afectado directamente a la salud mental”. En el discurso oficial, en el IMSS se tratan anualmente a 3.5 millones de personas con alguna enfermedad mental. ¿Alguien conoce un caso en el que el IMSS dé sesiones psicoterapéuticas u otro servicio de salud pública donde los pobres tengan acceso a ellas?

Esto es lo que sí hace el Seguro: Cursos en línea en https://climss.imss.gob.mx/ “orientados a promover el equilibrio físico y mental, y se brindan herramientas para que los usuarios identifiquen el estrés y prevengan trastornos mentales como ansiedad, depresión o abuso de bebidas alcohólicas o tabaco”. Además, vaya, “se cuenta con redes sociales como Facebook @imss.mx y Twitter @Tu_IMSS, donde se dan recomendaciones a la población para promover la salud mental, siendo medios informativos veraces que suelen ser de ayuda para resolver dudas en torno al tema”.

Un buen botón de muestra sobre el engaño, las verdades a medias y las promesas incumplidas de nuestro gobierno en torno al manejo del Covid es el de “la vacuna mexicana”, que se iba a llamar Patria. Hasta el 17 de abril pasado, cuando El Universal lo consignó, se habían invertido 422 millones 897 mil 939 pesos, de acuerdo con una solicitud de información al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). “El plan gubernamental está a punto de ser rebasado”, sentenció el diario, cuando la pandemia está a punto de llegar a su fin.

Faltan las cuentas, por supuesto. Y toda la verdad que poco a poco se irá desvelando junto con inminentes desatenciones de otras enfermedades y el monstruoso daño colateral (incluidas las secuelas pisco emocionales), en un sistema de salud que colapsa en medio de la farsa a la que la gente parece ya acostumbrarse.

Andrés Manuel López Obrador se burla de las bromas sobre sus propios dichos y se atreve a decir ahora que los servicios médicos mexicanos serán no solo como Dinamarca, sino que mejores. Eso sí es una locura. Para documentarlo en el caso de la salud mental: En Dinamarca hay 58.3 psicólogos por cada cien mil habitantes. En México solo 12… “Soy un hombre de palabra”, frasea el Presidente para dibujar su propia caricatura. Pero la salud será uno más de una larga lista de sus fracasos que serán impresos para la historia con el nombre de la muerte.

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