El fenómeno de la marea rosa es real. En Ciudad de México se reflejó en una votación cuyo porcentaje hizo casi empatar al bloque opositor con la coalición oficialista.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
No es fácil ser demócratas. Primero, esencial es reconocer la derrota cuando se pierde, resignarse a ella y recuperarse en la dignidad, porque tampoco es útil la autoflagelación sino el balance justo de los esfuerzos y las fallas para sumarse a esa lucha eterna que era la “brega” en palabras de Manuel Gómez Morín mucho antes de que el poder trastocara la lucha ejemplar del Partido Acción Nacional en favor de las libertades y la democracia.
Tampoco es fácil ser demócratas justamente cuando se obtiene el poder, sobre todo porque quien llega supone que siempre lo ha de tener y es difícil que no caiga en la tentación de enquistarse en él. Hoy es lo que se vive en México. A Morena no le es suficiente haber ganado la elección de diputados federales y locales de Ciudad de México y con sus aliados franquiciatarios se apresura al agandalle para formar mayorías calificadas… y rapaces.
Cuesta no decir que entre los millones de mexicanos que votaron por Claudia Sheinbaum no existe alguna aportación en sus vidas a la democracia que hoy les permite votar por la regresión autoritaria. El mismo Andrés Manuel López Obrador –que no es un demócrata porque cuando pierde no lo reconoce y cuando obtiene el poder pretende aplastar al diferente para perpetuar su proyecto político, no ha dado siquiera una caricia democrática en casi 20 años de evidente protagonismo político en la vida nacional.
En este lapso lo he preguntado reiteradamente, sin que alguien me pueda responder: ¿Qué gesto democrático ha tenido Andrés Manuel en toda su vida? Sigo esperando la respuesta y eso que el de Macuspana ya está por irse de Palacio. Los fieles obradoristas que no responden tampoco conceden; y de una manera tramposa vuelven a traicionar lo que dicen defender, envueltos en un galamatías de discursos y de hechos que se entrampan entre sueños cubanos y echeverristas. O en aquel triste “fraude patriótico” de tiempos de Manuel Bartlett, el alquimista convertido en un defensor de la patria, del que los avergonzados prefieren no hablar para no tener que justificarlo.
No es fácil ser demócrata. Me refiero ahora al dichoso “Plan C”: Varios de los que con su nombre y apellido participaron en los grupos cívicos por la democracia, como los primeros observadores electorales con esfuezos encomiables para enfrentar sin recursos todo un aparato de estado, que hoy callan ante lo que ocurre, deberían preguntarse si traicionaron antes o ahora, porque los dos momentos de su vida se enfrentan sin remedio. Anhelo el momento en que alguno de ellos denunice lo que está ocurriendo, la abolición de la institucionalidad democrática, no los de la marea rosa que se han mantenido en este lado de la baraja –está de moda llamarle “el lado correcto de la historia”– sino los que parecen no haber aspirado a un sistema de partidos políticos auténtico, de contrapesos, de evitar para siempre que se repitiera la deleznable historia de aquel PRI que ahora se desplaza a Morena sin la menor pena.
Deben saber, eso sí, que las consecuencias de ello tal vez no las alcancen a ver ellos, pero sí sus nietos.
Ha surgido el debate de si la marea rosa debe convertirse en un partido político. Me surgen sentimientos encontrados. La fuerza de dicho movimiento radicaba precisamente en que no tenía como motor a los partidos sino a una ciudadanía libre, ajena a las componendas y los acarreos. Al clientelismo que hoy está más vivo que nunca. El fenómeno de la marea rosa es real. En Ciudad de México se reflejó en una votación cuyo porcentaje hizo casi empatar al bloque opositor con la coalición oficialista. Para las diputaciones locales, efectivamente Morena y aliados obtuvieron el 48.9% de los votos efectivos mientras que la opositora Va X Ciudad de México y Movimiento Ciudadano, juntos, alcanzaron el 47.5%. Es pues una mentira que hasta los derrotados se creen de que la avalancha en los comicios del 2 de junio también pasó por Ciudad de México.
Pero solo una democracia fallida, compuesta de lagunas legales que ya prevalecían para no garantizar el espejo que el Congreso debería ser de esa proporcionalidad, en la que el oficialismo ni siquiera tendría la mayoría absoluta, y los agandalles, argucias, trampas al fin que constituyen el verdadero fraude al electorado y a la Constitución de manera tan cínica como que los diputados electos brinquen de un partido político a otro para facilitar un mayor número de curules que prácticamente lleven al bloque oficiialista a contar con la mayoría calificada, puede impedir una representación justa de la voluntad popular.
Por un lado, los partidos opositores, no solo los de la alianza sino tambíen Movimiento Ciudadano, deben asumir su obligación de pelear cada espacio que no le corresponde a sus rivales e impedir esto por trodas las vías legales y las movilizaciones necesarias de protesta, no por ellos sino por el respeto al voto popular. Por su cuenta aparte, los legítimos emisores de esas votaciones, representados en la marea rosa, deben ser liberados del yugo de los partidos a los que apoyó. Y con esa libertad –que debe manifestarse de ya y de lleno en las plazas públicas– discutir la conveniencia de ser un partido político, cuyo mayor reto deberá ser blindarse de los políticos tradicionales y también de los neopopulistas.
Leo en redes sociales diferentes opiniones al respecto. Tal vez la más insistente es que no se debe confiar en ex militantes del PRI, PAN o PRD para intregrar el partido de la marea rosa. Y, aunque pienso que no se les puede impedir participar, sí es importante proteger al nuevo partido de dirigencias compuestas por políticos oportunistas. Por supuesto que se puede reservar el derecho de admisión a los que tengan un historial de corrupción, pues esta idea no surge del pragmatismo sino de la convición de salvar al país del autoritarismo. Y no es como dice Guadalupe Acosta Naranja, que “con o sin”: La presencia de Xóchitl en la marea rosa me parece insoslayable porque su imagen sintetiza la honestidad y la reconciliación nacional, la tolerancia y la democracia. Y la esperanza que despertó para que algo de eso siga encendido.
La marea rosa, que así se debe llamar y no de otra forma para que no pierda su origen ni su esencia, sobre todo la de un fenómeno espontáneo de clases medias en favor de la democracia, debe tener un ideario amplio y de centro, que se niegue a la polarización y que aglutine a todos los que están hartos de ella. Donde quepan las causas comunes de los mexicanos, como la real intención de combatir la pobreza, la desigualdad y la corrupcíón, defender las instituciones democráticas e incluso fortalecerlas. Y también donde quepan las expresiones legítimas de las minorías, de género, de raza, de religión. Que sea el partido de las libertades, de la pluralidad y de los sueños que nos han roto.
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