Claudia compró la culpa que se debía adjudicar al Presidente en la derrota del 2021 y ahora no sabe qué hacer con ella. Nadie parece asesorarla mientras más pinta de guinda la ciudad.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Fúrico recibió el presidente Andrés Manuel López Obrador a Claudia Sheinbaum durante su primera interlocución tras las elecciones fatídicas en que ambos resultaron derrotados el 6 de junio de 2021, al perder nueve de 16 alcaldías en Ciudad de México y prácticamente la mitad de las diputaciones locales de mayoría. La mayor derrota en la capital de lo que equivocadamente se ha dado en llamar “la izquierda” en 23 años, donde lo que más ha prevalecido es el sistema de clientelas políticas, desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta la misma Claudia.
Para López Obrador nada, ni las 11 gubernaturas ganadas por Morena en el país, compensaban tal descalabro; y, fiel a su estilo falto de autocrítica, endilgó la responsabilidad a las maneras moderadas de Claudia y su condescendencia con las clases medias. Y también a su disenso con la autoridad sanitaria federal con temas como el uso del cubrebocas, en contravención de la irresponsabilidad del propio Presidente. Ella asumió el regaño, abandonó el discurso moderado que mantuvo dignamente durante sus primeros tres años de gobierno, contrario a la polarización alentada desde Palacio Nacional, retomó los dogmas de sus tiempos universitarios y poco a poco se fue radicalizando el discurso que terminó, sin dar nombres ni apellidos, con la alusión de que esta ciudad es “de derechos, no de derechas”, como si la democracia y el derecho al sufragio efectivo no pasara por la diversidad ideológica.
Mimetizándose al discurso autoritario de Andrés Manuel, Claudia no cayó en la cuenta de que era el propio Presidente al que habría que pasarle la factura de la derrota en la capital, al torpedear en sus discursos a la clase media capitalina –siete de cada diez ciudadanos, si dejamos fuera los mitos de la lucha de clases— a la que él mismo se dedicó a estigmatizar como “conservadora”. Ni los integrantes de las capas inferiores de las clases medias estarían de acuerdo en que los colocaran en el rango de la pobreza; los vecinos de la colonia Doctores, por ejemplo, son los que llenan la tienda Liverpool de Parque Delta, en Narvarte, no los ricos, que compran en Polanco o en el extranjero.
En las elecciones del 2018, López Obrador ganó por un tris en la alcaldía Benito Juárez. Pero en su estrategia de la polarización ha tenido que recurrir con sarcasmo a llamar “aspiracionistas” y “conservadores” a los vecinos de la colonia Del Valle, lugar en que vivió y donde dijo que le gustaría volver a residir en su campaña de aquel año. Señaló a los de la Del Valle por poner solo un ejemplo que en realidad abarca a toda la demarcación, pues es la más homogénea en su nivel socio-económico en toda la ciudad y por cierto considerada la de mayor desarrollo humano en todo el país, cosa que no es mérito de ningún gobierno sino del hecho que aquí habitan hace mucho tiempo las personas con mejores niveles de ingresos per cápita, educación y salud. En el 21, Santiago Taboada obtuvo en su reelección la mayor votación de la historia local del PAN.
Y, claro, el alcalde juarense ya se destapó Santiago Taboada para liderar la alianza opositora por la Jefatura de Gobierno en los comicios del 2024, cosa que cayó como un trago amarguísimo en el Palacio del Ayuntamiento.
Pero es que Claudia compró la culpa y ahora no sabe qué hacer con ella. Nadie parece asesorarla mientras más pinta de guinda los espacios públicos y el transporte. Por eso recurre a la acusación, vía mediática o vía judicial –hasta ahora basada en más rollo que en pruebas—, contra titulares de las alcaldías opositoras, solo de estas curiosamente. Con tal desatino, en una de esas le puede salir el tiro por la culata. A diferencia del Presidente, que parece inclinarse por ella como su sucesora (eso si descartamos la pretensión de convertirla en “cartucho quemado”), la mandataria capitalina no se atreve a mostrar sus propias “corcholatas” a la Jefatura de Gobierno… porque en realidad no las tiene. Clara Brugada, la alcaldesa de Iztapalapa, se lanzó sola, huérfana, mientras los suspirantes que forman parte de su gabinete se mantienen quietos y callados. Al fin de cuentas eso también lo decidirá el Presidente. Pero en su momento arderá Troya y a los padecimientos de gobierno se añadirá la guerra intestina que pone en una oportunidad histórica a la oposición, sobre todo si va en alianza, que puede abarcar hasta el MC.
En las elecciones del 2018, López Obrador ganó por un tris en la alcaldía Benito Juárez. Pero en su estrategia de la polarización ha tenido que recurrir con sarcasmo a llamar “aspiracionistas” y “conservadores” a los de la colonia Del Valle, lugar en que vivió y donde dijo que le gustaría volver a residir en su campaña de aquel año.
Por si fuera poco, la militarización promovida por el gobierno hoy deja al descubierto los riesgos para los habitantes de la capital, lo que también será costoso a Claudia y su sucesor(a). De los documentos extraídos al Ejército por los hackers de Guacamaya se revela que la Secretaría de la Defensa Nacional está lista para reprimir, incluso a las activistas del movimiento feminista, con gas pimienta, un tema que se vuelve sumamente delicado.
En un manual de 30 páginas, el Ejército justifica efectivamente el uso de sustancias químicas para no provocar “actos lesivos” que afecten negativamente “la imagen de nuestro gobierno y de nuestro instituto armado”. Todas las armas no letales se pueden usar sin restricciones, pone el documento. Si las manifestantes entran –se refiere a las mujeres feministas—se deberán expulsar con escopetas de proyectiles 40 mm, con cañones de agua y granadas y agresivos químicos lanzados desde el techo, se consigna este martes en el periódico Reforma.
Sí: La Jefa de Gobierno tiene a su principal enemigo apenas cruzando el Zócalo, en Palacio Nacional.
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