“Cuando solicito la mirra de la templanza es porque aún espero que nuestro oficio pueda defender los hechos contables, existentes y vistos de las imaginadas soluciones sólo habitables en la propagada y en la publicidad del que ejerce el poder”.
POR IVONNE MELGAR
Como en la canción de Deseos Imposibles de La oreja de Van Gogh, esta vez mis peticiones pretenden ir a contracorriente y contra la prisa y el ruido que diluyen las voces disidentes en medio del sí o no.
Porque hay vida, colores, matices y palabras en medio del todo o nada.
Así que para 2024 quiero el claroscuro de quien mira de más y después de comprender la pauta del desorden encuentra alivio en el aprendizaje.
Porque me urge el reposo y no el de las vacaciones anuales sino uno que permita el disfrute del entendimiento, el gozo de la observación pausada.
Debo aclarar sin embargo que no estoy renegando de mi oficio de periodista, una tarea impensable sin la devoción a lo efímero y la inmediatez.
Pero ha llegado la hora en que esta reportera no es más una vampira del estrés, ese acicate de dilo tú primero, ya, grítalo, dale RT, comparte y viraliza.
Acaso porque el kilometraje se acumula y el principio de la inmediatez aniquila el de la trascendencia, hoy el deber cuando me llama también nos exige profundidad y templanza.
Y ante el reclamo íntimo de esas cualidades, mi carta de Reyes pide la comprensión propia y ajena para lidiar con este nuevo fuego, el de la llama baja, lenta, permanente; como una infusión de sabores de la que surge despacito un olor sorpresivo y penetrante.
Quiero entonces para este nuevo año la contemplación de la tormenta. ¿Es mucho pedir? Sin duda que sí, porque necesito la quietud del alma para registrar el tsunami de los hechos, prescindiendo de la compulsión tuitera y de cualquier modalidad acelere digital que perturbe el acopio de los detalles.
Y es que, como en la canción de El Rey del gran José Alfredo Jiménez, el consejo del arriero resulta indispensable y vigente porque no hay que llegar primero sino hay que saber llegar.
En medio del seudo periodismo que en estricto es propaganda, necesitamos preservar la esencia del oficio que parece evaporarse y que es la de dar cuenta de lo público, de los bienes comunes, intangibles y materiales que pasan por el ejercicio del poder, sea político, económico, empresarial, religioso, cultural, deportivo y, por supuesto, tecnológico.
Por eso, sin periodismo no hay democracia y sin democracia se pierde la aspiración a una sociedad donde la ley y la justicia se encuentren por encima de las voluntades personales. ¿Qué nunca las reglas que nos han regido fueron respetadas y que en los tribunales el que paga pega más fuerte? Vaya que sí. Pero esa adversidad no puede justificar el aniquilamiento de un anhelo colectivo sólo posible mediante valores convenidos entre todos.
De manera que, sin periodismo tampoco hay rendición de cuentas de los gobernantes a sus gobernados; de los empresarios a sus clientes y consumidores; de los altos mandos del clero a sus fieles; y de los jugadores a sus porras.
De ahí que nuestro oficio para ser considerado como tal debe seguir escribiendo la historia cotidiana de cómo el poder modifica, impacta, trastoca o mejora la vida de las personas.
Y escudriñar las acciones de quienes ejecutan, ostentan y tienen ese poder es la función sustantiva del periodismo, un quehacer molesto y enfadoso frente al abuso, la farsa y los montajes.
Cosa contraria sucede con los propagandistas que trascriben los auto elogios del gobernante y sus aduladores aun cuando en México y en el mundo existan voces que consideren que de eso también se trata nuestro oficio.
Por eso cuando pido que el periodismo no se confunda con las consignas políticas ni con los jingles de los publicistas estoy pensando también el dialogo virtuoso de quien consume un diario, una noticia, un espacio informativo, un noticiero y sabe distinguir entre un reportero y un predicador.
Y como no basta con discernir entre pregoneros y periodistas, en esta carta también suspiramos por un 2024 en el que siempre haya un margen de pudor y civilidad para que las “noticias falsas” se conviertan en meme, chiste y disfrazada propaganda.
Habrá quien a estas alturas de mis deseos para el 6 de enero esbocen con ternura o ironía una sonrisa ante la utópica espera, alegando que se llaman Reyes Magos pero que hay magias sepultadas por el nuevo tiempo, éste en que los poderosos hablan sin temor a Dios de sus realidades alternas, creaciones que los estudiosos de la cosa pública y populista denominan post verdad.
Porque efectivamente cuando solicito la mirra de la templanza es porque aún espero que nuestro oficio pueda defender los hechos contables, existentes y vistos de las imaginadas soluciones sólo habitables en la propagada y en la publicidad del que ejerce el poder abusando del mismo.
Y si reclamo el incienso del entendimiento es porque creo que el periodismo tiene el encargo de la memoria, no de las ilusiones ni de los sueños ni de las percepciones ni las creencias. No. Hablo de la memoria de los acontecimientos, del acopio de los sucesos, de la filmografía de lo que después llamamos historia y donde no hay cabida para inventos delirantes de autoproclamados héroes.
Ya hablaremos del amor y del enamoramiento en febrero y de los unicornios que los amantes visualizan en la entrega alucinante de sus pasiones. Pero hoy, en el inicio de 2024, en el enero frío de renovadas esperanzas, esta carta de Reyes implora el oro de la única magia que el periodismo necesita para serlo: el del respeto a la verdad de los hechos.
Sí, eso quiero, pido, deseo y espero: que nuestro oficio siga siendo el de las crónicas para el entendimiento de los bienes públicos que nos hacen ciudadanos de México y del mundo, independientemente de sus colores partidistas y sus emociones políticas.
Y que la post verdad y las realidades alternas tomen vuelo entre los escritores y los guionistas de series, cine y montajes circenses. Y que del periodismo se encarguen los periodistas.
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