Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Periodismo entre Fox y Xóchitl

Tenemos las notas diarias, muchas notas. Pero estas prácticamente solo recaban las declaraciones que luego son removidas por los analistas de forma tan sesuda que casi nos creemos su propia “realidad”.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Parece mentira pero hoy es todavía más difícil que ayer. Tal vez porque ayer estaba muy bien identificado el represor, el censor, en su propia historia. Y el de hoy es legitimado por la frustración de quienes por décadas soñaron con eso de que la izquierda –es decir “lo bueno”, “los buenos”— sí existía. En aquel tiempo, hace 24 años exactamente, a mi papá y a mí la cobertura independiente de una campaña presidencial opositora, a la postre ganadora, nos cobró no solo perder nuestro trabajo sino también el edén del periodismo libre que habíamos compartido con quienes al final nos lo cortaron. Esa es una de las muchas historias, incontables, de lo que costó forjar la libertad y una democracia que se ha quedado en ciernes. Desde un palacio virreinal surgen los ecos de los fantasmas del pasado, remasterizados por pseudo periodistas al servicio del poder, en el mejor montaje de un país inexistente.

Aquella cobertura de la campaña de Vicente Fox en el 2000 nos había dejado varias lecciones. La primera fue sobre nuestro propio experimento: la realidad está hecha de muchas realidades y, para verlas en su mayor parte, hay que estar allí, en cada pueblo, en cada locación. Contarlo en modo crónica, hablar de la gente, con la gente, y olvidarnos lo más posible de los protagonistas –de los “líderes”–, así se tratase del mismo candidato presidencial. La segunda lección fue aprender de la solidaridad de los colegas, esa misma que nos sacó de nuestro estado de confort de trabajar para uno de los principales medios informativos de México porque en el oficio más hermoso del mundo se viven los riesgos físicos, cierto, pero sobre todo los de esa censura que ahora, dos décadas y media después, vemos confirmarse. La tercera es que los toros siempre se ven mejor desde la barrera y la pura verdad es que hoy, a falta de esa crónica de la campaña de Xóchitl Gálvez, no sabemos realmente lo que está ocurriendo.

Tenemos las notas diarias, muchas notas. Pero estas prácticamente solo recaban las declaraciones, que la propaganda suele sacar de contexto, además, para luego ser removidas por los analistas en su espesor interpretativo, de forma tan sesuda que casi nos creemos su propia “realidad”. También hay encuestas, más que las necesarias, que se contraponen unas con otras pero que en su mayoría adelantan un triunfo holgado de la candidata del oficialismo Claudia Sheinbaum. Pero toda fotografía, como las encuestas mismas, son la apariencia, según sea tomada la imagen desde el estrado o al final de la multitud en una concentración.

Un amigo que se ha dedicado a la comunicación social y ahora participa como socio de una de esas empresas de encuestas me ha revelado lo que ellos mismos no logran descubrir en su causa: Están muy extrañados por los 20 puntos de ventaja que sus encuestas dan a la abanderada obradorista, no por esa ventaja sino porque, como nunca antes, aparece una tasa de rechazo a responder, que alcanza al 90% de los entrevistados. Mi amigo lo explica sin dudar: En el voto oculto está el triunfo de Xóchitl. Frente a sus dichos hay risas multiplicadas de los combativos militantes de las redes sociales, que ven la “realidad” desde una computadora. ¿Y qué tal si es mi amigo el que no está equivocado? ¿Entonces saldrán a decir el lunes 3 de junio que ese triunfo de Claudia solo se podía evitar con un fraude electoral de quién sabe quién? La falta de previsión ya pasó en las elecciones de Ciudad de México en 2021, ¿o no?

Muy aparte de estas consideraciones, hay estampas que no mienten. En el anterior mitin de la “marea rosa” en el Zócalo, en febrero pasado, me ubiqué en la parte trasera de la plancha del Zócalo, hasta los portales, para ver más de cerca la realidad, es decir a pocos metros de la gente común y a mucha distancia de los oradores, lo más lejos posible. Así pude saber que efectivamente la muchedumbre había colmado todo el espacio, sin los engaños de las fotografías que, aún registradas con drones, tienden a llenar los huecos por un efecto visual. Hace demasiado tiempo que mi papá me enseñó el truco: hay que rondar por atrás y detectar los espacios vacíos. Luego, calcular si las personas están situadas codo a codo para saber si se pueden considerar en el cálculo a cuatro humanos por metro cuadrado o hay que reducirlo a dos o tres.

Pero hay algo más que aprendimos en aquel 2000, cuando le llamamos “fenómeno Fox” al de la gente que llevó a ese personaje –esencialmente carismático, esencialmente sin partido–, que nos remite a la candidatura de Xóchitl: El factor cualitativo, donde no se requerían de medidas numéricas para avisar a través de nuestros reportes de un muy probable triunfo del guanajuatense, que muy pocos creían posible. Dirán que es lo más subjetivo del planeta, ya que tanto se dice que hay que hacer periodismo objetivo. Describir la pasión de la gente tiene su objetividad, sin embargo, porque no se trata de nuestra única pasión sino de la suya, cuando nuestra única pasión es la de reportear. Me niego aceptar que ser objetivo en el periodismo es reproducir simplemente declaraciones o verse muy inquisitivo ante un entrevistado, más para el lucimiento del entrevistador que para escudriñar en la verdad. O dotar de materia prima a los “expertos” que tienen que explicar las cosas como si los lectores fuesen unos lelos.

Pero uno no es de palo y tiene sus nostalgias de cobertura. Rescato algo de nuestro libro, el Fenómeno Fox (Planeta 2021), para que nunca nadie nos calle y que no se nos olvide de qué se trata esto. Viernes 2 de junio del año 2000, justo un mes antes de la elección y todos los pronósticos puestos en favor del candidato priísta Francisco Labastida Ochoa:

El cielo se derrumba sobre 14 mil personas que desbordan la plaza IV centenario de Durango en espera del candidato. Justo cuando la comitiva se traslada desde el aeropuerto –y luego de cinco años de sequía—se suelta el diluvio. Mucha gente aguanta. Mucha más busca refugio en los portales, bajo alguna lona, en los puestos. Con todo, cuando el candidato llega y se trepa a un templete con una gorra roja y una chamarra azul, protegido con un paraguas rojo y blanco, no son menos de cinco millares los duranguenses que en la plaza aguantan el chubasco. También el candidato. Todos, incluidos los reporteros, acaban empapados. No se moja el ánimo: ¡Ya ganamos!, ¡ya ganamos!”, corean sonrientes los foxistas, que al final de nuevo desbordan a los custodios y ahora son éstos quienes tienen que llevar a Vicente casi en vilo hasta la camioneta, bajo la lluvia que no cede y el grito que no cesa. “¡Hoy!, ¡hoy!, ¡hoy!”.

Aquel año, Vicente Fox ganó la elección presidencial por siete puntos porcentuales.

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