Hace un año, luego del sismo, yo estaba segura que el PRI iba a despuntar electoralmente. Más allá de la tragedia, el evento era un regalo en bandeja de plata para que el partido en el poder mostrara su eficacia tecnocrática reconstruyendo de manera inmediata las viviendas dañadas, revirtiera las acusaciones de corrupción dando cabal transparencia a los fondos destinados a atender a las victimas e hiciera del tema, una cruzada nacional que nos iba a dejar a los mexicanos sin la duda de que, pese a los corruptos que habían demostrado ser, si sabían gobernar como lo afirmaban una elección antes.
Lo que demostró el terremoto es que no solo no sabían gobernar, sino que eran tan voraces que hasta aprovecharon el momento de crisis para llevarse incluso lo que las víctimas no pudieron rescatar.
Como todos sabemos, la indignación que esto causó fue parte de lo que dio por resultado el avance de una oposición que incluyó, entre sus múltiples agravios el duelo de una tragedia anunciada, que por cierto, en la Ciudad de México gobernada entonces por el PRD, también la ciudadanía le cobró su incompetencia.
La rapiña de la que nos quejamos ejemplificada en el sismo, desafortunadamente no es solo de parte del gobierno. Hay múltiples signos que muestran que la ciudadanía esta inmersa en este mal colectivo hasta el tuétano. Para prueba algunos botones: Los edificios donde persisten los anuncios espectaculares que sobre cargan dichas obras pese a que el terremoto mostró su peligrosidad siguen ahí, las construcciones que a un año del sismo siguen saltándose la normatividad del uso de suelo, que ciertamente la autoridad permite, pero que los particulares que promueven la obra siguen haciendo lo que sea para multiplicar su ganancia sin importarles absolutamente nada si afectan a terceros, y para rematar, las conexiones ilegales de electricidad que abundan en las calles de la ciudad (diablitos), que todos vemos pero que no hay forma de cuestionar, pese al peligro inminente que representan. ¿De quién son esos diablitos si los que vivimos en una calle somos nosotros mismos y nos conocemos?
Como parte de este rosario de actos que la ciudadanía misma avala sea como participe directa o con su silencio cómplice, hay un asunto que debería llevar a una reflexión e indignación de todos porque es del mismo calado de la insensibilidad que mostró la autoridad ante el sismo, pero en versión V.I.P personalizada. Se trata de los autos de lujo o último modelo mayores a los 250 mil pesos de personas que viven en la Ciudad de México pero que portan placas de Morelos. En la inmensa mayoría de los casos (habrá tal vez una excepción), emplacar estos carros en Morelos se hace para evitar pagar tenencia en la ciudad de México y en su caso, si se infringe alguna norma del reglamento de tránsito, no pueden ser sancionados porque su domicilio no esta registrado en lo local.
El punto más grave de esta acción es la misma que la de la rapiña contra las victimas del sismo porque se trata de aprovechar al máximo el último eslabón de la cadena de corrupción para sacar algqs obvio que to oculto, al contrario, circula libremente mostrando con osada mostrar CDMX. corrupcidiablitos) que todos vemos pún provecho personal. Es obvio que quien puede comprar un carro o camioneta de lujo puede pagar los servicios, los gastos inherentes al mismo y el costo que ocasiona circular, por tanto, buscar evitar pagar una tenencia no es un asunto solo de dinero, sino de mostrar esa actitud que hasta ahora algunos todavía aplauden, de “ser el más listo, el más hábil el más picudo”. Igualito pasa con quienes pese a tener sueldos, prestaciones, y beneficios muy por encima del promedio nacional, aún así se corrompen y abusan al extremo de lo que puedan, incluido emplacar sus carros en Morelos. ¿Ustedes ven alguna diferencia entre no resolver las afectaciones del sismo cuando se cuenta con los recursos económicos y la capacidad técnica, con emplacar un auto de lujo en Morelos, evitando pagar impuestos que sirven para que se mejoren las vialidades que ese mismo auto utiliza diariamente? En realidad el patrón de conducta es exactamente el mismo y el daño acaba afectándonos a todos. La voracidad no tiene limites y se presenta en múltiples formas.
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