La cuarentena ha significado un tremendo desafío para madres y padres por el cansancio físico, psíquico, emocional, social, económico y de recursos que ha significado.
POR DINORAH PIZANO
Todas las personas adultas tenemos diferentes características de nuestra personalidad, tales como valores, habilidades de afrontamiento y flexibilidad, que han determinado cómo hemos vivido la pandemia. Hoy quisiera referirme a la forma en que niñas y niños lo están percibiendo y que podríamos no estar notando.
Si bien es cierto que el papel de las y los padres y tutores consiste en ejercer un cuidado amoroso, protector, proveedor y facilitador de una buena educación y nutrición, ¿cómo poder desarrollar tan importante labor cuando no tenemos ningún control sobre un virus que amenaza nuestra existencia y la de los que más amamos?
La cuarentena ha significado un tremendo desafío para madres y padres por el cansancio físico, psíquico, emocional, social, económico y de recursos que ha significado. Estar permanentemente confinados entre cuatro paredes, con la disposición de estar 24/7 enfrentando todo lo que acontezca al paso de los interminables días, con nuestros hijos e hijas, ha sido agotador.
En este periodo hemos experimentado una circunstancia excepcional que pocas generaciones han podido atestiguar. Una nueva “realidad social” cuyo dramatismo y fatalidad nos han mostrado nuestras facetas desconocidas y las de otras personas.
Hemos podido presenciar reacciones individuales y colectivas de muy diversa índole. El temor, la discriminación, el individualismo, el egoísmo, la persecución, en unos casos. La solidaridad, la empatía, la valentía, la generosidad, la humanidad, en otros más.
Nos hemos además ocupado de cuidar nuestros entornos de la prevención de contagio, de su limpieza, de comprar el súper, de cocinar. Hemos estado en comunicación con familiares vulnerables que requieren compañía o sólo por seguir en contacto.
Los medios de comunicación por su parte, no han cesado de transmitir la propagación del virus a lo largo y ancho del mundo. Informando con detalle minucioso, cada nueva cepa o forma de transmisión. Todo ello comentado y editorializado por nosotros, por envío o recepción de mensajes, llamadas telefónicas o por intercambio con otras personas.
Hemos expresado opiniones optimistas y alarmistas, con la seguridad de que niñas y niños no están escuchando y sin embargo, han estado poniendo más atención que nunca.
Es en este ambiente tan complejo en el cual nuestros hijos e hijas han tenido que lidiar ya por más de 4 meses por la presencia del “bicho”. Han requerido que les dediquemos tiempo, que juguemos, que hablemos o miremos una película en familia. Han pedido a gritos sentirse a salvo. Han necesitado de continua contención y refuerzo de su seguridad.
Desde la perspectiva de su entorno académico, la gran mayoría de las escuelas no parecían comprender de qué se trataba “la escuela virtual”. De un día para otro hubo la necesidad de implementar un sistema emergente de educación en línea y, por ende, de su propuesta pedagógica. Nos convertimos en co-teachers en esta nueva etapa.
Predominó el envío de más tarea de la que harían si estuvieran en clase presencial. Las autoridades educativas no parecían estar fijando más prioridad que la de terminar los contenidos marcados en los libros de texto y elaborar un gran número de manualidades, presentaciones y exámenes orales.
En suma, el mundo tal y como lo conocían niñas y niños, dejó de existir. La infancia ha atravesado un momento poco comprensible, sobre todo para las y los más pequeños.
No van a la escuela porque están de vacaciones pero sin poder divertirse al aire libre. Sus madres, padres o tutores están permanentemente en casa. Si resulta difícil comprender esto para el mundo adulto, más aún para el mundo infantil.
En medio de esta crisis, con frecuencia perdemos de vista que las y los pequeños absorben toda esa carga. Aunque estén jugando o parezcan distraídos, perciben y se angustian por la situación.
Antònia Grimalt psicoanalista titular con funciones didactas de la Sociedad Española de Psicoanális dice al respecto: “De la capacidad receptiva y de escucha de los padres depende la detección de angustia en el niño. Si no existe esta disponibilidad, a menudo pasará sin ser identificada; el niño tendrá poco espacio mental para contener un aglomerado de sensoemociones, protoemociones sin nombre que pueden evacuarse en una crisis de angustia, o “ataque de pánico”, descrito como una sensación de terror acompañado de intensa taquicardia, sudoración, mareo, náuseas o sentimiento de muerte inminente.”
Asegura que incluso pueden ocasionar fantasías en relación a la posibilidad de que enfermen y pueda estar en riesgo sus vidas. Ante esta angustia, prepondera un pensamiento egocéntrico en el que el miedo principal se manifiesta en relación a su propio cuerpo y al de las personas que conocen y quieren.
Por lo anterior resulta que ante el estrés y la incertidumbre que surgen en la convivencia en aislamiento, las niñas y niños no cuentan con los recursos para manejar la ansiedad que les provoca.
Tampoco dominan la noción de tiempo y espacio los infantes más pequeños de hasta 5 años. Para ellos lo que sucede afuera se desvanece, ya que no existe un punto de referencia.
Sus actividades del día a día, sus rutinas de arte, cultura, deporte o esparcimiento, la posibilidad de planear una agenda lúdica, se esfumó repentinamente. Las clases escolares dejaron de ser lo que eran y aunque están de vacaciones, saben que no existe la posibilidad de encuentro con sus pares.
Quedaron restringidos a una vida compartida con su célula familiar, mientras desapareció todo contacto con el mundo exterior, que incluye a sus familiares con los que no conviven frecuentemente.
Por todo lo anterior, estoy convencida de que cada uno desde su lugar, tenemos la responsabilidad de detenernos a pensar cómo sumamos, qué recursos les ofrecemos, cómo podemos acompañarles para que una situación tan compleja no se torne en algunos años en una experiencia traumática que niñas y niños recuerden con dolor y tristeza.
En definitiva, debemos detenernos a analizar y observar lo que les sucede y cómo protegerlos. Se torna absolutamente necesario reforzar los conceptos de “familia”, “seguridad” y “amor” como conceptos integradores para que no sufran procesos disruptivos que los marquen negativamente de por vida.
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