El nuevo tren puede convertir al Aeropuerto Intercontinental de Querétaro en la opción más lógica frente a la inaccesibilidad crónica del AIFA.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Uno no necesita aterrizar en el Aeropuerto Intercontinental de Querétaro para entender su ventaja. Basta detenerse a observar, como lo haría un paseante en los parques lineales que atraviesan el Querétaro moderno, ese que creció sin aspavientos, pero con una planeación urbana que envidiarían muchas capitales. Allí, donde florecen las jacarandas que decoran los circuitos con su azul de noviembre anticipado, se despliega una ciudad que aprendió a mirar al futuro sin perder sus raíces. Esa cercanía entre lo contemporáneo y lo histórico es lo que da sentido a la terminal aérea más prometedora del centro del país.
Apenas este domingo, la presidenta Claudia Sheinbaum y el gobernador Mauricio Kuri dieron el banderazo al inicio de las obras del Tren México–Querétaro (TREM), que tendrá una estación precisamente en el AIQ. Una línea de 225 kilómetros que conectará la Ciudad de México con Querétaro en dos horas, con trenes que alcanzarán velocidades de hasta 160 km/h, beneficiando a más de cinco millones de personas. El proyecto será construido y operado por la Sedena a través de GAFSACOMM, y se estima que concluya a finales de 2027. Este tren puede convertir al aeropuerto queretano en la opción más lógica frente a la inaccesibilidad crónica del AIFA.
Porque mientras el Felipe Ángeles continúa siendo una hazaña de propaganda, complicado para llegar y limitado en sus accesos, el AIQ ofrece vialidades de concreto, anchas y seguras. En 2024 movilizó más de dos millones de pasajeros —exactamente 2,074,950— con vuelos a destinos como Houston, Chicago y Cancún, frente a los poco más de seis millones del AIFA, cuyo crecimiento aún depende de decretos más que de convicciones ciudadanas.
En carga, la diferencia se explica: el gobierno federal obligó a trasladar toda la carga aérea del Aeropuerto Internacional de Ciudad de México hacia el AIFA en 2023, lo que distorsiona cualquier comparación real. Aun así, el Aeropuerto de Querétaro, por su ubicación estratégica y su vinculación con el desarrollo industrial del Bajío, es hoy el quinto en volumen de carga nacional, de manera orgánica, sin imposiciones administrativas.
Pese a tener menos pasajeros, el AIQ presenta un dinamismo genuino en sus operaciones, alentado por la industria, el comercio y la conectividad creciente. El Aeropuerto de Querétaro cuenta con una pista de 3,500 metros de concreto hidráulico, capaz de recibir aviones de gran calado como el Boeing 747 y el Airbus A380; opera 24 horas al día, con capacidad para hasta 45 operaciones por hora. Su terminal de pasajeros, de 1,383 metros cuadrados, atiende a 400 personas cada hora.
Recientemente, la aerolínea española Iberojet anunció la apertura de una ruta directa entre Querétaro y Madrid, fortaleciendo la conexión entre el Bajío y Europa. Además, desde el AIQ se puede conectar hacia Asia —específicamente a Seúl— a través de alianzas internacionales, mostrando que Querétaro, discretamente, se ha insertado en las rutas del mundo.
El AIQ está ubicado en los municipios de Colón y El Marqués, a 32 kilómetros del centro de Querétaro capital, a solo 20 minutos del Querétaro moderno, y próximo a las zonas industriales y tecnológicas que definen el presente productivo de la región. A escasos tres minutos, el Parque Industrial Aeropuerto (PIA) se extiende con orden y discreción: un complejo de 80 hectáreas que alberga a más de 25 empresas, muchas de ellas extranjeras. Entre ellas destacan corporativos como Brose, especializado en autopartes para BMW, Daimler y Ford, y la firma aeroespacial Bombardier, símbolo del crecimiento industrial del Bajío. A pesar de su dinamismo, el parque ha sido diseñado con infraestructura eficiente y sostenibilidad, respetando el ambiente sano y equilibrado de su entorno.
En este paisaje de expansión cuidadosa, comienza a perfilarse también Ciudad Aeropuerto de Querétaro, un proyecto concebido no como una urbe desbordada, sino como un ecosistema urbano que integre zonas industriales, comerciales, habitacionales y de servicios alrededor de la terminal aérea. Pensada para crecer sin estridencias sobre más de 800 hectáreas, Ciudad Aeropuerto aspira a consolidar un espacio ordenado, donde el desarrollo no sea un sinónimo de saturación, sino una extensión lógica del Querétaro que supo prever su porvenir.
Desde el AIQ se puede llegar a Tequisquiapan en 35 minutos, a Bernal en 40, al centro histórico de Querétaro en 30, y a los Viñedos del Marqués en apenas cinco. Los viñedos —como La Redonda, Vinos del Polo, Viña TX y Puerta del Lobo— ofrecen catas, recorridos, talleres de embotellado y festivales. Puerta del Lobo, en particular, se ha consolidado como un parque enoturístico de referencia, con más de 180 hectáreas dedicadas al vino, la gastronomía y la hospitalidad. Pero el reto sigue siendo que estas experiencias no se conviertan en privilegios de élites, sino en oportunidades de convivencia accesibles para las familias de clase media.
El balneario El Piojito, con más de dos siglos de historia, aún resiste como símbolo popular de la zona. Ubicado en El Marqués, fue un espacio de descanso para figuras como Venustiano Carranza. En sus inicios, cada lunes se cobraba un pequeño gravamen que iba al cura del pueblo para sufragar una misa por las almas de los bañistas. Ahí pervive la idea de lo comunitario, de lo compartido, del descanso como un derecho y no como un lujo.
Querétaro capital, asentado en un valle rodeado de colinas suaves, ha conservado ese carácter íntimo de ciudad accesible. El Querétaro moderno, en cambio, se ha expandido sobre las laderas y planicies más elevadas, construyendo parques, lagos artificiales, ciclopistas y zonas urbanas que no asfixian el paisaje. Desde esos puntos altos se puede mirar todavía el horizonte limpio, donde los atardeceres incendian de naranja los contornos y el aire fresco baja como bendición nocturna.
Cada árbol que ha logrado crecer allí no es sólo un adorno: es una pequeña victoria contra el plomo del sol, contra el desierto que alguna vez quiso imponerse. Bajo cada sombra reciente late un acto de resistencia, una lección silenciosa sobre cómo también el urbanismo puede ser un ejercicio de esperanza.
El entorno natural es generoso: el clima es semiárido templado, con una temperatura promedio de entre 16 y 20 grados; veranos con lluvias suaves y cielos limpios casi todo el año. La altitud, cercana a los 1,950 metros sobre el nivel del mar, ofrece aire seco y buena visibilidad para la operación aérea. El terreno, de suelos llanos y bien drenados, permite tanto la urbanización como el cultivo de vid y nopal. La vegetación original de matorral xerófilo convive hoy con proyectos paisajísticos que integran jacarandas, fresnos, álamos y pastos ornamentales en parques urbanos y áreas de esparcimiento.
El desafío está ahí: que esta expansión urbana y turística no derive en gentrificación. En Bernal, el Consejo Indígena ha denunciado la presión sobre pobladores y la especulación inmobiliaria. Tequisquiapan, que alguna vez fue refugio accesible para vacacionistas modestos, se ha encarecido de forma progresiva. Es hora de garantizar que esos pueblos no pierdan su alma ni su gente, que los nuevos desarrollos consideren tanto la belleza como la equidad.
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