Pudieron hacer creer a los incautos que las siglas N-95 o KN-95 daban la fuerza moral necesaria para sobreponerse a cualquier mal. Nada difícil ante un público que consume las mentiras de las mañaneras.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Desde el principio tu nombre debió ser puesto en alto. Y sin embargo te llamaron inútil, te ningunearon con “evidencias” inexistentes. Te usaron, eso sí, para dividir a la gente: entre los que te querían y los que no. Provocaron un falso debate para beneficio del que vive de la polarización, que es el mismo que no da resultados y entonces contamina con el virus de la demagogia. En la UNAM tuviste una defensora de primera; por eso luego esa institución fue acusada de “neoliberal”, por contradecir a los que justificaban que el Presidente te hiciera “fuchi guácala” y te cambiara por “detentes”.
Mario Molina, nuestro Premio Nobel de Química, murió poco después de sustentar tus beneficios, de adelantarse con otros científicos de varios países a advertir que el coronavirus se contagiaba a través de su forma en aerosoles y que por ello tu uso era una mejor protección que la tan cacareada “sana distancia”, que así le llamó el gobierno mexicano a la distancia social por propaganda. En su momento, Molina también fue descalificado. Lo que pasa es que en la medida en que se van confirmando los conocimientos de los que sí saben, no solo se calla como si nunca se hubiese dicho sino que se recurre a la confusión para que se olvide que en otros tiempos te vilipendiaron. Claro, después de más de 600 mil muertos…
El comercialismo también te devaluó. Como si lo que estuviera en juego fuese un asunto de estéticas y no de protección de la vida, otra parte de ignorantes, una vez que aceptaron tu buen desempeño, te negaron por feo y buscaron versiones chafas pero bonitas: Que de payasito sonriente, que de Bugs Bunny o simplemente de figuritas. O con “bigotes”. Sin importar certificación sanitaria alguna, los impostores se valieron del glamour o la sensualidad para diseñar modelos de retazos que le vayan a prendas diferentes, sea para su oferta en los vagones del Metro –bara-bara– o en las esquinas convertidas en tendederos. O la venta fashion, con “cubre” de marca: Licras que se amoldan a la piel del rostro para destacar los cachetes y dar la exacta combinación con los párpados teñidos, resaltar los ojos, mientras las moléculas del virus entran y salen de la nariz como por la puerta de su casa.
En realidad les faltó creatividad, que ya pudieron hacer creer a los incautos que las siglas N-95 o KN-95 daban la fuerza moral necesaria para sobreponerse a cualquier mal. Nada difícil ante un público que consume las mentiras de “las mañaneras”. Pudieron decir, por ejemplo, que existe “evidencia” de su efectividad en Júpiter y que ello ha sido probado y comprobado por la interplanetaria 4T y sus representantes sanitarios, contrario a todo lo difundido por la “infodemia”. Pero no: te trataron como un pequeñoburgués caprichoso y terco, conservador. Más cuando gobiernos municipales emanados de otros partidos políticos te adoptaron y publicitaron tu uso hasta en esculturas de próceres.
Pasó una cepa y otra; llegaron las vacunas con su esperanza, volvió la desesperanza cuando se supo que su efectividad era temporal. Llegó la variante Ómicron. Y cada vez tus bondades salieron más a flote, como la única barrera real que no consistiera en encerrarse entre cuatro paredes la mitad de la vida. La estafa de los cubrebocas “patito” comenzó a ser desvelada cuando se supo que por su fina tela se colaban virus aún más finitos. La verdadera “evidencia”, la del mundo, puso al fin en mayor evidencia la falta de solvencia moral del gobernante contagiado dos veces, despreocupado de contagiar, así como su mal ejemplo al “pueblo bueno y sabio”.
Algunos afortunadamente, querido cubrebocas, te valoramos siempre.
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