El sueño que el empresario Neguib Simón Jalife tuvo allá por los 40 de hacer una suerte de utopía urbana se quedó corto y terminó siendo devorado por el tiempo y el trajín de la Región más Insurgente.
POR RICARDO GUZMÁN
Mi colega de El Norte Andrés Amieva era poseedor de un souvenir poco convencional que guardaba junto a uno de esos monitores de pantalla negra y letras anaranjadas típicos de inicios de los 90. El “mouse” no había sido inventado aún y todo se resolvía con las teclas “F”.
El recuerdito era una piedra que, según me explicó, obtuvo en un partido donde una Selección (creo que la Sub-23) había perdido gacho en el Estadio Azulgrana. La afrenta futbolera provocó la ira del respetable que procedió a demoler las bancas para convertirlas en proyectiles.
Jugadores, árbitros, directivos y periodistas tuvieron que refugiarse en el centro de la cancha lejos de las pedradas, pero cerca de los souvenirs.
Yo apenas debutaba como reportero y recordaba bien el escándalo de ese partido.
Buena para sacar el cobre cuando hay agravio balompédico, esa misma afición que demolía el recinto de la Nonoalco también me regaló un momento hilarante, donde Luís Roberto Alves “Zague” y sus calzones fueron protagonistas.
Aunque usted no lo crea amable lector, hubo una fugaz etapa en la cual la Selección se fue del Azteca para jugar partidos oficiales en el Estadio Azulgrana (larga historia en la cual le metieron a Televisa tremendo trallazo allá por donde las arañas hacen su nido).
Yo estaba cubriendo un partido donde el Tri goleó a algún rival de Concacaf. La selección trataba de salir por la estrecha calle Indiana, pero su camión no podía avanzar debido a la afición que había cerrado la vialidad. El tapón duró demasiados minutos.
Un grupo de aficionados ubica a Zague. Le echan porras, brincan y bailan hasta que se empieza a escuchar: “Zague usa Zaga, Zague usa Zaga, Zague usa Zaga…”, mientras señalan hacia donde está el delantero del América. Detrás del resistente vidrio del autobús el hijo del célebre Lobo Solitario logra escuchar el cántico y ríe a carcajadas dándole más vuelo a los aficionados, unos verdaderos maestros en el arte de la cábula futbolera.
Acá el detalle era que Zague era patrocinador de ropa interior Trueno, no de su competidor, Zaga. Entonces, la imagen del espigado delantero con una sonrisa tan grande como sus trusas era motivo de campaña nacional, en una estrategia publicitaria que acaba de revivir en 2018.
Por cierto, ¿alguien habrá preguntado a los dueños de Trueno por qué hacen alusión a un estruendo como imán para vender calzones?… ¿no era mejor Ropa Interior Rayo?
En fin, regresando al Azulgrana que en otra etapa de su vida solo fue el Estadio Azul, creo que sólo el embudo creado en ese rinconcito de la disfunción urbana llamado “La Ciudad de los Deportes” pudo ser escenario de tan singular encuentro entre el goleador, su ropa interior y la afición.
Estadio viejo y lleno de historias, el inmueble ha sido sede de innumerables eventos deportivos, conciertos, festivales e incluso de campañas presidenciales. Hoy sólo es un vecino casi ausente de la ensangrentada Plaza México, la cual parece suspendida en el tiempo y resistiéndolo todo.
Dicen que había planes para demoler el estadio y hacer uno de esos desarrollos inmobiliario tan de moda en estos días. También dicen que estadio seguirá allí por años, después de que el Atlante anunciará en marzo una inversión para el remozamiento del inmueble que ahora será sólo Estadio Ciudad de los Deportes.
El sueño que el empresario Neguib Simón Jalife tuvo allá por los 40 de hacer una suerte de utopía urbana se quedó corto y terminó siendo devorado por el tiempo y el trajín de la Región más Insurgente. El plan original incluía canchas de fútbol, albercas, frontones, arenas, zonas residenciales y comerciales. Era el México esplendoroso donde ir a San Ángel era un paseo y lanzarse hasta Tlalpan era plan de fin de semana.
Hoy, la utopía es sólo un río de coches que busca desesperadamente avanzar por Holbein ¡o huir de Holbein! Todo muy chilango. ¿O dónde más creen que sería posible que el consumado retratista alemán del Siglo XVI se codeara con Maximino “el mal carnal” Ávila Camacho?
Yo recuerdo los “olés” que se escuchaban los domingos hasta casa de mis abuelos en la calle de Atlanta, recuerdo las idas con mis hermanos y primos al boliche que estaba justo allí, donde ahora hay un Superama, o cuando mi papá nos llevó a ver a los Santos de Nueva Orleans contra las Águilas de Filadelfia en lo que fue el primer partido de la NFL en México. ¡La NFL en la Ciudad de los Deportes!… ¿qué otra historia habrá detrás de este tremendo balón suelto?
También me acuerdo de la piedra de Andrés y de ese cántico calzonudo para Zague.
Por cierto, si necesita ir por esos rumbos y lo hace en coche recuerde que allí juntito hay un Suburbia, un espacio Totalmente Estacionamiento donde también hallará ropa y moda a su alcance.
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