POR MARIANA LEÑERO
Desde hace varios años adquirí la doble nacionalidad. En México uso el apellido Leñero y en Estados Unidos el Solar. Esta dualidad la asumo con orgullo, y aunque uso indistintamente uno de los dos pasaportes, en mi último viaje a México tuve que elegir el pasaporte americano porque el mexicano se había vencido. Quién iba a saber que esto provocaría todo un lío. Llegué al aeropuerto y entregué mis documentos.
-Uy señora, no creo que pueda viajar. Su boleto y pasaporte tienen que coincidir con lo que usted “es”.
-¿Coincidir con lo que soy?, hasta filósofa me salió la señorita.
– Pues es que mire, su pasaporte dice Mariana Solar y su boleto Mariana Leñero.
– ¿Usted cree que va a ser un problema?, soy la misma-, dije con voz temblorosa.
– Yo creo que sí, pero hágale el intento. Esperemos que allá arriba al revisar sus documentos no se den cuenta de la diferencia.
Tenía que confiar en mi suerte, será melón, será sandía, seré Solar, seré Leñero. Por primera vez, no me preocupaba tener que pasar por la monserga de desmantelamiento de pertenencias y toqueteo de intimidades, porque lo que quería era viajar a México. Que importaba el arco chillón, detector de metales, que espera y acusa como niña chismosa de primaria para que irremediablemente el timbre suene. Hasta podría sonreírle a la jovencita que te pide que salgas de la fila para revisarte con su pistolita estilo Star Wars. Estaría dispuesta abrir, sin reclamo, brazos y piernas y dejarme frotar todo mi cuerpo con esos guantes olor a globo apestoso. Siempre he querido echarme un pedo cuando me van toqueteando la entrepierna, pero aún no me he atrevido y ahora menos. Qué va, bienvenida la fajadera de cuerpo y chichis… y fue así como mi pensamiento se detuvo, ¿chichis?, ¿mis chichis? Me di cuenta que antes de confiar en mi suerte tendría que confiar en ellas. Ellas podrían distraer al policía que revisa tus documentos y evitar que se diera cuenta de la diferencia de apellidos.
Rápidamente me apresuré al baño, me quité la blusa y la cambié por una camiseta roída bastante pequeña que usaba de pijama y cubría poco mi pecho. Jalándola hacia abajo y enseñando más de lo que me siento cómoda en mostrar me dirigí a la entrada de la sala. Ahí estaban esperándome con miradas aburridas y pedantes un hombre en un estante y una mujer en el otro. Será melón, será sandia, seré Solar, seré Leñero. Echada para delante, con mis dos chichis firmes y dispuesta atacar, me robé un lugar y logré pararme enfrente del jovencito regordete, aburrido, pedante. Sin mirarme aún tomó los papeles, los revisó y antes de escribir en el boleto el código secreto que nunca sabré descifrar, su mirada se detuvo en la pequeña y sugestiva rayita donde mis dos pechos se besaban y apretaban uno contra el otro.
-Have a nice day- escuché con gran alegría.
Salí corriendo, ni me despedí. Me dispuse a pasar por toda la monserga que me esperaba, pero feliz. Acaricié mi camiseta roída acomodándola de nuevo en su lugar, rozando con cariño y brevemente mis dos pechos a los que amaba con todo mi corazón.
Cuando pude sentarme en el avión, abracé mis dos nacionalidades. Podía irme a México, donde soy Mariana y coincido con mis raíces, mi historia y mi vida. Y a la vez me despedía del lugar que he hecho mío y en donde comienzo a coincidir también con lo que soy.
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