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EN AMORES CON LA MORENA / El tercer ojo

Un multiverso, término acuñado por el psicólogo William James en 1895 y que en estos tiempos de soledad plena ha sido explotado por los videojuegos, es utilizado en la película como una metáfora de dicha fragmentación mental para convertirla en una producción delirante, dramática y hasta horrorosa a pesar de su parte de comedia, con la que parece quedarse una buena parte de los espectadores.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Yo soy todo lo que siento. Joy.

La pandemia del coronavirus obligó al reacomodo de prácticamente toda la humanidad. El conformismo preponderante en los años posteriores a las Guerras Mundiales, y la consiguiente repetición de ideologías facilonas como si fuesen remedios divinos, terminaron por provocar un sinsentido que se cobró caro a la hora de la muerte por un virus al que la ciencia multimillonaria realmente no pudo contener sino hasta seis millones de fallecimientos después.  

En principio parece que no hay una lección aprendida. No desmerece el consumismo, la vorágine, el caos, el ruido, el tráfico, la huída. No se ha revalorado el poder del silencio y del ser y el estar. Científicos que se autoelogian, gobernantes que se quedan pasmados –e indiferentes– ante la evidencia de la muerte y todavía se creen dignos de merecer esos cargos; laboratorios que prefieren guardarse las vacunas antes que regalarlas. Y nuevas guerras que ponen en vilo al mundo. Lo primero que hay es la reparación de la máquina, los números que reemplazan nombres y apellidos. La destrucción, la autodestrucción. El castigo y el autocastigo.  

Esta manifestación colectiva tiene su forma individual; por supuesto que la pandemia agarró más desprevenidos a unos que a otros. Personas que no se hicieron cargo de su historia a tiempo le dan la espalda a la sobrevivencia de la que fueron beneficiarios y optan por la existencia en el caos; se les escapan los fantasmas que cobran forma cuando afectan la otredad con tal inconsciencia que caminan sobre sus propias ruinas sin darse cuenta. Es como un linaje de duelos inescrutables, como cuando la protagonista de Todo en todas partes al mismo tiempo, la ganadora del Oscar a mejor película en este 2023, le reclama a su padre haberla dejado ir cuando ella decidió irse de casa. Una escena en desagravio del psicoanálisis y los psicoanalizados, a los que injustamente se reprocha responsabilizar a los padres cuando en realidad están rompiendo cadenas de daño.

Es de festejarse que la Academia ha volteado hacia estas expresiones artísticas de un cine con acentos piscológicos, existencialistas y humanistas que no se atoran como hasta hace poco tiempo en la corrección política y la demagogia

Por fortuna, el espacio de la destrucción en el ser humano no es total, y hay quienes desde la resignificación del dolor buscan la reinvención en alguno de sus universos posibles, a través de la creatividad, nunca exenta de cuestionamientos y búsqueda de respuestas, por supuesto. Lo que sí permite el caos, tan magistralmente representado en Todo en todas partes al mismo tiempo, una cinta dirigida al alimón por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, excedida en artes marciales y violencia pero que no da concesiones a la conformidad, es la oportunidad de reparar la mente como se repara el alma y las vasijas según una tradición japonesa.

Evelyn, protagonizada por la malaya-china Michelle Yeoh, que ha ganado sin discusión el Oscar a mejor actriz, ha presionado tanto en la vida a su hija Joy, que le fracturó su mente de la misma forma en que a ella se la fracturó su padre. Algo que va incluso más allá del “deber ser”, pues las sociedades modernas presionan para destacar en todo y ese todo termina siendo un “desastre”, como lo confiesa la propia Evelyn. Así, en esta trama todo es posible… pero nada importa.

Por supuesto que la película es una producción que cautiva en tamaño y efectos especiales. Pero lo importante está en su guión. Abarca el maternaje, la inclusión, el amor y los vínculos afectivos, los sistemas de control…

Un multiverso, término acuñado por el psicólogo William James en 1895 y que en estos tiempos de soledad plena ha sido explotado por los videojuegos, es utilizado en la película como una metáfora de dicha fragmentación mental para convertirla en una producción delirante, dramática y hasta horrorosa a pesar de su parte de comedia, con la que parece quedarse una buena parte de los espectadores. Pero en realidad es tremenda, una bofetada para cada uno de los que han optado en la vida por no resolver lo propio y pisotear las dignidades ajenas, ese maldito vacío que va afectando a los otros sin medir las consecuencias.

Somos seres condenados a la libertad, decía Jean Paul Sartre. La esencia se va construyendo a partir de la existencia, es decir que la existencia precede a la esencia. El filósofo y escritor francés afirmaba que no se elige desde la inconsciencia sino desde la conciencia. En el momento que se elige, no se elige a otros sino a la responsabilidad propia. Nada justifica pisotear, es el canto de la película galardonada, a la que hay que tenerle paciencia hasta la segunda parte para entenderla mejor.  

En la reconstrucción de este mundo destructivo está también la esperanza, semillas que germinan, cuando los “salvadores” se convierten ya en seres que se reconocen frágiles, capaces de poner límites, cuidar su dignidad y pedir el abrigo que también necesitan. Es de festejarse que la Academia ha volteado hacia estas expresiones artísticas de un cine con acentos piscológicos, existencialistas y humanistas que no se atoran como hasta hace poco tiempo en la corrección política y la demagogia. Ellas hablan, La Ballena, El triángulo de la tristeza, Argentina 1985, y también Pinocho de Guillermo del Toro, que se ha llevado otra estatuilla a su casa, son ejemplos elocuentes de ello.

De lo poco que se le puede agradecer a un pinche virus. Pero de lo mucho que la humanidad puede sacar ventaja. Un estado de conciencia superior, el tercer ojo de Evelyn. Claro: Siempre que se quiera.  

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