Ciudad de México, octubre 8, 2025 16:57
Revista Digital Octubre 2025

El terremoto que no fue

La república del cable reclama más enjambres, más invasión, más colmenas de plástico y alambre. República del cable. Los rizos atados a postes, a paredes, a vidas, a negocios, a explotación laboral, a fauna y flora que ya no entiende nada de su entorno.

POR RIVELINO RUEDA 

No podía ser otra cosa que un sismo de gran magnitud. Así se asimiló ese cataclismo de un martes de febrero de 2022 a las cinco y media de la mañana. 

El crujir de paredes, el estruendo de transformadores de luz eléctrica y los chicotazos de cientos de cables sostenidos inverosímiles de los postes no podían ser otra cosa que gemelos de los terremotos de septiembre de 1985 y de 2017.

Pero no. Era un tráiler que se metió por esta calle angosta de Concepción Méndez desde el Eje Central Lázaro Cárdenas hasta casi la esquina con Monte Albán. 

Cuando el chófer, un joven de unos 25 años, con los ojos inyectados de sangre por el mal dormir, por las drogas, vio que ahí no había salida, determinó clavar el embrague para meter reversa. Pero también para remachar la devastación que había provocado.

La marcha atrás fue, digamos, más destructiva que el primer evento. La caja del mastodonte madrugador terminó de reventar postes de madera, paredes añejas y ramas de árboles moribundos del invierno anterior.

“¡Párate hijo de gran puta!” ¡Párate!”, fueron los gritos más moderados de vecinas y vecinos corriendo detrás de una cabina de tráiler color azul metálico. En pijamas, en calzoncillos, en chanclas, las mentadas de madre corrieron aquí y allá.

No era un terremoto. Era la aberración de un muchacho obligado a cubrir turnos de trabajo despiadados, cuasi esclavistas… Más la suma de empresas de telecomunicaciones que cuelgan, un día sí y el otro también, cables, y cables, y cables, y cables de todos tamaños y colores.

***

El vecino que en un desalojo sacó a su nieto de dos años; el que lava sus autos en medio de la lluvia y que tiene como única razón de existencia su portón oxidado de estacionamiento; y el que nadie sabe bien a bien qué hace, discuten fervientemente qué hacer con el nuevo logro que han conseguido como líderes, unos, y achichincles, otros, de líderes vecinales.

“Esquedeque el cable tiene que cruzar toda la fachada”. “Haz el agujero más profundo para que no se vaya a caer esa cosa”. “Corta esas pinches ramas. Que se vea el cable y la lámpara, no esas pinches ramas verdes”. 

Las ‘obras públicas’ de uno y otro gobierno. Las que ayer fueron mantas de propaganda electoral colgadas ilegal e irresponsablemente en las fachadas de casas y edificios, hoy transformadas en lámparas de ‘alumbrado público’.

Están ahí empotradas, inservibles, lastimeras, absurdas, las de Von Roherich, las de Akabani, las de De La Garza Estrada, las de Romero Herrera, las de Taboada Cortina. También las eternas, eternas, eternas, del saltimbanqui Federico Döring.

Cuando ocurrió lo del tráiler, todos se volteaban a ver, todos levantaban los hombros y todos se preguntaban que a quién carajos le había pasado por la mente meter tanto martillo en las paredes, tanto taladro en las fachadas, tanto cable en los postes, tanta basura en los balcones, tanta sierra y machete en los árboles.

“¿Y si le hablamos a los ‘amigos’ de la alcaldía? Ellos seguro resuelven el problema”, comentó el que lanzó a la calle a su nieto en 2022, despuecito de la pandemia de Covid-19.

Pausa de cinco minutos: “Esto es por culpa de los vecinos de arriba”. “¿Verdad que ya sé de política?”, balbuceó el vecino que vive de cuidar su letrero de ‘no estacionarse’.

***

Hoy otro cable. Cómo no. Nueve de la noche. La niña sale del baño y el hombre trepado en el poste. Otro cable. Qué más da. El hombre reclama por la foto. El hombre amenaza. El hombre hiede insultos. El hombre dice que hace su trabajo. La empresa cablera, silencio.

En Obrero Mundial y Doctor Andrade, están los cables donde todavía el barrio colgó los tenis del camarada. La Buenos Aires es un museo en el arte de plasmar la vida de un compa en el tendido eléctrico. Las lluvias de este año han contribuido a esa magia. 

La república del cable reclama más enjambres, más invasión, más colmenas de plástico y alambre. República del cable. Los rizos atados a postes, a paredes, a vidas, a negocios, a explotación laboral, a fauna y flora que ya no entiende nada de su entorno.

El tendedero de miles de insectos. El paso de ardillas que ya dejaron huérfano de granadas al árbol rojo de septiembre. La evasión de los cacomixtles nocturnos que optan por trepar por los troncos abrumados del musgo verdoso de un otoño nauseabundo de verano. El sinquehacer pide más cables, más taladros, más martillazos. 

El terremoto que no fue está todos los días en las fachadas del barrio. En los ventanales de sal y lodo de todos estos tiempos. En la herrería que cumple ochenta años. 

En el tendido de telarañas que semana tras semana se acumulan, en un espectáculo bochornoso. Gotea el cable. Gotea el orín del perro. Gotea la hojarasca que viene a descansar en este delirio de plástico y alambre. Gotea un cielo platinado que recuerda que acaba de pasar el cumpleaños de Ana Laura. Gotea esta esquizofrenia.

Aquí nos tocó. ¿Qué le vamos a hacer? Ixa Cienfuegos paladea las nuevas formas de una urbe de alambres en el cielo. Juan García Madero y Amadeo Salvatierra, los Detectives salvajes, no dan crédito a la construcción de este absurdo. 

El terremoto que no fue es huérfano de epicentros, movimientos trepidatorios y oscilatorios, de grados en escala. Es cotidiano. Es el cable nuestro de todos los días.

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