En uno de mis tránsitos por territorio juarense pensaba si en su perímetro podría anidar un thriller de proporciones “épicas” o por lo menos “meritorias”, dado que mi sentir sobre lo que me rodeaba en esos días era de un espantoso tedio frente a “lo mismo” de “siempre”.
POR DIEGO A. LAGUNILLA
En mis épocas “mozas” como decían mis abuelos, recuerdo que un querido amigo tuvo a bien ayudarme a tomar consciencia sobre ese género denominado como thriller, por su riqueza para provocar, entre otras cosas, una lluvia de emociones que conseguían atrapar la atención del lector ya fuera por sorpresa, alegría o tristeza. Vocablo que viene del inglés “to thrill” que se traduciría como la acción de “estremecer”.
Si mal no recuerdo, Alejandro (Solar) me hizo ver también que dichas historias se componen normalmente de “tres” líneas narrativas aparentemente inconexas que en algún momento convergen para dar un giro contundente en la historia y lograr definir un sentido general, que no se esperaba a lo largo de la trama; momento crítico que, de darse, porque muchas veces fracasa, remataría la “faena”.
En el cine encontramos ejemplos puntuales de ello como Oldboy de Park Chan-Wook (Old Boy (2003) – IMDb), Memento de Christopher Nolan (Memento (2000) – IMDb) y Pulp Fiction de Quentin Tarantino (Pulp Fiction (1994) – IMDb). En español resaltaría El Secreto de sus Ojos de Juan José Campanella (El secreto de sus ojos (2009) – IMDb), El Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro (El laberinto del fauno (2006) – IMDb) y El Club de Pablo Larraín (El Club (2015) – IMDb).
Por su parte y de manera “escrita” pondría a su consideración -también, entre muchas otras, claro está- Los Hombres que no Amaban a las Mujeres de Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres – Wikipedia, la enciclopedia libre), La Invención de Morel de Adolfo Bioy Casares (La invención de Morel – Wikipedia, la enciclopedia libre) -obra bestial– y El Ocho de Katherine Neville (El ocho – Wikipedia, la enciclopedia libre).
En uno de mis tránsitos por territorio juarense pensaba si en su perímetro podría anidar un thriller de proporciones “épicas” o por lo menos “meritorias”, dado que mi sentir sobre lo que me rodeaba en esos días era de un espantoso tedio frente a “lo mismo” de “siempre”; es decir, tráfico, ruido, perros, edificios, más edificios, tiendas de conveniencia y gente, mucha gente, que podría catalogar como despóticamente aburrida.
De arranque dije que no, por la falta de emoción, encanto, misterio, profundidad, sorpresa y tantas otras cosas que serían merecedoras de un cambio de ánimo y por supuesto de un “estremecimiento”; ahí volví a entender porque nuestra cuasi adicción a escapar como sea de tal estado ya sea en la pantalla, en la cantina o en la plaza comercial.
Tres momentos, me ayudaron a por lo menos tomar cierta distancia del fastidio, e incluso a esbozar lo que muy trabajado podría brotar como un thriller. El primero fue al circular por la colonia Acacias y encontrarme que en el regreso a clases a “alguien” se le ocurrió que era la mejor ocasión para repavimentar (re- encarpetar dicen las “autoridades”) las calles de Moras y Rodríguez Saro, que casi no son importantes para dar entrada y salida a un sinnúmero de vehículos, ¡no vaya usted a creer eso por favor!
El segundo, observar que todavía hay muchos “amos” que no les da la gana levantar las “gracias” de sus canes porque se sienten émulos del Charro Avitia y eso no es de “hombres” o atestiguar que otras gentes simplemente no lo hacen porque les da “asquito” (desearía sinceramente que cuando se secaran las evacuaciones de sus mascotas fueran ellos los únicos que las respiraran o por lo menos que las pisaran).
El tercer instante, se dio, cuando transitaba por Av. Insurgentes y un policía en bicicleta, de los “nuevos” de tránsito, me hizo el alto para revisar mi calcomanía de la verificación y aprovechando el viaje los papeles: licencia y tarjeta de circulación (con renovación y código “QR” respectivo -para los que como su servidor no lo sabían dichas siglas en inglés obedecen a “quick response”, esto es un “código de respuesta rápida”-), lo notable del caso fue que me dio literalmente ¡las gracias! por detenerme.
Entonces si quisiéramos armar un thriller “local” podríamos explorar dichas líneas sin conexión inicial que en algún momento de la trama deberían agruparse y caminar en un sentido compartido para provocar “centellas” con su desenlace.
Los “ingredientes” serían: 1) “Re-encarpetar” las calles de la Alcaldía 2) La contaminación por heces de animales en nuestras colonias 3) Un policía que agradece por hacerle caso.
Los cauces narrativos irían por lo que señalo, esto es, “alguien” del gobierno juarense tomó la decisión sin estudio previo de impactos, evidentemente, de repavimentar vialidades en uno de los peores momentos del año. Vecinos de la Alcaldía, no limpian lo que sus perros dejan sobre las banquetas o parques, por repugnancia y/o signo de estupidez y tres, la función de un representante de tránsito (a pie) dependerá de si se le atiende o no.
Tres temas, tres rayas, tres cosas absurdas que podrían juntarse sobre una línea argumentativa thrilleresca:
- Re-encarpetar, de encarpetar -guardar papeles en carpetas-.
- Evacuar, mediante un anexo, en su modalidad de alter-ego, “con cuatro patas”, en la calle.
- Acatar la norma impuesta mediante atención a un tercero uniformado.
En este sentido, el bosquejo germinal de un thriller en la BJ podría esbozarse de la siguiente forma:
Un cuarto de oficina como cualquier otro, con el logotipo de la Alcaldía en un segundo plano, lleno de papeles y más papeles en que un autómata (sin consciencia o juicio) archiva una y otra vez oficios que establecen tapar lo evidente; hoyos llenos de porquería, que una y otra vez reaparecen, para dejar igual el panorama citadino, incluyendo los dispositivos caninos como excretores secundarios siempre presentes.
Cada vez que el dependiente guarda una hoja en la carpeta, suena inmediatamente una caja registradora a su lado, la cual es vigilada por un oficial que poco a poco se desdibuja como un engranaje más del proceso. Su presencia es en sí una ausencia, pomposa, soporífera e inútil.
La toma se acerca al enlace “armado” quien presenta una mueca taciturna que cambia paulatinamente a un ligero guiño de beneplácito antes de borrarse (¿o debería decir barrarse?) bajo el sonido del dinero ingresado en la caja.
¿Habría algo más que agregar?
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