Libre en el Sur

La tortilla española: Lazos heredados

Lo mágico de la tortilla española es que cuando aprendemos hacerla heredamos también secretos: cortar cuadritos desiguales por acá y por allá, que la cuelas, que la mueves, que más tiernita, que más doradita, que la volteas y  que la revolteas, en fin, monerías únicas de cada familia.

POR MARIANA LEÑERO

Cuando uno se casa, comienza el recorrido de adquisiciones, costumbres y tradiciones que se despliegan en un mostrador que te enseña peculiaridades familiares. Algunas veces fáciles de ajustar a las tuyas como cuando te pruebas el zapato perfecto. Otras se presentan incómodas como mosquitos de playa que tratas discretamente de asustar: memorias, extravagancias, manías, mapas de familia bordados en la vestimenta del que ahora es tu pareja.  

En el caso de mi matrimonio con Ricardo, la adhesión a las peculiaridades familiares no tuvo, según recuerdo, un impacto estruendoso. Muchas de las tradiciones estaban bordadas con el mismo punto de cruz pese a estar cosidas en distinta piel. No me eran ajenas. Como me dice Ricardo, seremos distintos, pero estamos cortados con tijeras parecidas.  Por supuesto que había diferencias. Por ejemplo, en una familia se gritaba poco y se escuchaba más. La cena de Navidad comenzaba cuando en la otra ya había terminado. En una familia la religión se trataba como pecado y en la otra era pecado no tener religión. Contrastes, unas veces más marcados que otros en especial en los inicios de la relación. Ahora, después de 26 años de matrimonio, aquellas peculiaridades ajenas se confunden con las propias.  

Una de las adquisiciones que más aprecio de mi matrimonio con Ricardo ha sido saber cocinar la famosa tortilla española.  A veces se me olvida que una vez no fue mía. Hoy cortar la papa y la cebolla, embalsamar el sartén con aceite y agitar la mano echando harta sal, me sale sin gran esfuerzo.

La tortilla española tiene su chiste, pareciera que la componen pasos simples: cortar, echar, mover, revolver y volver a echar. No es hasta que pones las manos en la masa, dirás en la papa, cuando te das cuenta de que cocinarla tiene retos suficientes como para tenerle su respeto.  Lo mágico de la tortilla española es que cuando aprendemos hacerla heredamos también secretos: cortar cuadritos desiguales por acá y por allá, que la cuelas, que la mueves, que más tiernita, que más doradita, que la volteas y  que la revolteas, en fin, monerías únicas de cada familia.

Aprendí a cocinar la tortilla española hace no tanto tiempo. Debieron pasar un montón de años para que realmente mis manos se acostumbraran a tomar un cuchillo y dirigirlo con precisión frente a la cebolla.  No sé si Lucy, mi suegra, miente bien, o si más bien me quiere mucho o porque no le quedó de otra, pero me tuvo mucha paciencia. “Ahí la llevas”, “ya casi”, “para la otra mejor”, “a ver déjame tratar a mi” ….  Eran las frases que me decía cada vez que me intentaba enseñar a cocinarla. Estoy segura de que si hubiera habido traductor simultáneo lo que quería decir era algo completamente diferente: “Ay, pero que escuincla más torpe”, “no tiene remedio”, “¿será que nunca aprenderá?”. Pero mentía bien y estoy segura de que esto ayudó a que un día fuera capaz de preparar este maravilloso manjar.

Y es particularmente especial que la tortilla española que Lucy me enseñó a cocinar, teje el caminito de una herencia histórica que se remonta a 1940. Es en este año cuando la familia Solar Calleja llega a México como refugiados de la Guerra Civil Española.  Pepita, la suegra de mi suegra era una artista en la cocina. La tortilla española constituía uno de los tantos manjares que ella sabía hacer y que había heredado de su madre: cortar cuadritos desiguales por acá y por allá, que la cuelas, que la mueves, que más tiernita, que más doradita, que la volteas y que la revolteas.  Lo hizo cientos de veces y alimentó generosamente a refugiados españoles que visitaban el restaurante que ella y su esposo administraban.  Ellos fiaban, pero difícilmente los deudores pagaban, eso no les impedía hacerlo de nuevo, una, dos, tres, cientos de veces. Todos eran hermanos de, primos de, amigos de… Tortilla española de generosidad y camaradería. Veintitantos años después, Lucy, puertoriqueña enamorada y esposa de un galán español, mi suegro, aprendió el arte de cocinarla a través de las manos de su suegra.   

Una de las adquisiciones que más aprecio de mi matrimonio con Ricardo ha sido saber cocinar la famosa tortilla española.  A veces se me olvida que una vez no fue mía. Hoy cortar la papa y la cebolla, embalsamar el sartén con aceite y agitar la mano echando harta sal, me sale sin gran esfuerzo.

Debo confesar que sorprendí a Ricardo cuando le pedí a Lucy que me enseñara hacerla. Mi deseo por aprender era únicamente porque en cualquier reunión nadie le dice no a una buena tortilla y alegra cualquier mesa de botanas. 

No fui consciente hasta hace poco que haber aprendido de Lucy a cocinarla me hizo parte de la historia de la familia Solar.  La tortilla española y su tradición honra no solo a los bisabuelos, abuelos, o padres de Ricardo sino también los de mis hijas. Toca enseñarles a ellas: cortar cuadritos desiguales por acá y por allá, que la cuelas, que la mueves, que más tiernita, que más doradita, que la volteas y que la revolteas.  Lazos heredados de comida como espacio de encuentro, de solidaridad, de identidad y de amor puro.

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