Lo de Stella son palabras mayores. Pero no por ello la deslealtad repetida entre las parejas o los amigos es cosa menor, sobre todo porque solo el que lo sufre sabe lo que impacta en su vida.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Paula Beer es una extraordinaria actriz alemana, revelación, que con apenas 21 años ganó el premio en el Festival de Venecia, en 2016. En su más reciente trabajo personifica a quien lleva el nombre de la película, Stella (2023), dirigida por Kilian Riedhof, que en estos días navideños se exhibe con propósito involuntario en la Cineteca Nacional.
Un tanto escondida de la fama, tanto la estrujante película como la actriz logran presentarnos algo que va más allá del dilema que lleva a veces a los seres humanos a la traición y dispara al corazón del espectador agnóstico que pasa la vida justificando que el arrepentimiento no es más que parte de una narrativa que pretende que carguemos con culpas, como si ese arrepentimiento no fuese más bien la vacuna contra ellas.
La historia de Stella Goldschlag, una judía con voz prodigiosa que creció en Berlín y cuyo sueño de ser estrella de jazz fue frustrado por el surgimiento del nazismo, nos motiva una reflexión de veras importante si pretendemos darle a la Navidad un significado más profundo y salir de esa vorágine irracional, del “pisotear los unos a los otros”. Una lectura más sensata, humanista de los evangelios nos revelará que cuando Jesús dijo que el arrepentimiento es una condición para la salvación no se refirió a las hogueras infernales sino a la inevitabilidad de un infierno en la vida si se provoca daño al prójimo sin nunca arrepentirse. Lo primero es inevitable, parafraseando a los budistas, lo segundo es opcional. Y hay tantos que optan, ególatras, por no arrepentirse…
La culpa no surge entonces de la falla, sino de la incapacidad de arrepentirse. No es sino el propio ego el constructor de esas culpas. ¿O quién es el único que tiene derecho a no arrepentirse? Solo el que nunca falla, el que es perfecto. Además, la elusión implica una falta de responsabilidades afectivas, aquello que conforma la miseria humana, ante el daño que se provoca a otras personas. En los lugares comunes de la falsa sencillez está decir que uno es bueno por ser compasivo. Pero, como dice el Dalai Lama, solo es compasivo el que puede ver que el otro está sufriendo.
Algo que no le ocurrió a Stella cuando delató como agente de la Gestapo a centenares de judíos, invadida por el miedo de acabar en un campo de concentración. Las consecuencias de sus actos resultaron funestas; y, aunque pasada la guerra le resultó barato en términos de cárcel, no se libró del juicio de la historia pero sobre todo de ella misma. Fue la culpa no resuelta la que la llevó a delatar a un segundo judío después del primero, algo que finalmente quedó fuera de control. Detrás de su belleza de ojos claros, Stella aparece en la actuación de Paula Beer como una mujer fría y calculadora, la que hace las cosas por sobrevivencia legítima. El desenlace sin embargo nos constata una tragedia para ella misma. Volver a traicionar como un patrón de perfil psicológico es justamente la consecuencia de la evasión de la culpa. O mejor dicho: de la culpa provocada por no reconocer los actos que dañan. No estamos hablando por supuesto de aquellas culpas endilgadas injustamente de los padres a sus hijos.
Lo de Stella son palabras mayores. Pero no por ello la deslealtad repetida entre las parejas o los amigos es cosa menor, sobre todo porque solo el que lo sufre sabe lo que impacta en su propia vida. El daño provocado es eludido por quien vive la vida como si nunca se equivocara y entonces no tiene por qué corregir nada. Ni siquiera tiene porqué dar explicaciones de sus actos. Tristes y crueles a la vez son los que no entienden la palabra de Jesús, ni cuando con toda la parafernalia social ponen su arbolito de Navidad y que dejan los buenos deseos para los demás solamente en mensajitos de WhatsApp, sin siquiera un poco de ecumenismo, la mínima espiritualidad de la que está hecho el amor incondicional: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. O tal vez el que no se arrepiente tenga una mejor fórmula para que este mundo sea mejor.
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