Libre en el Sur

Votas y te vas

 

Todo voto que se ejerce en libertad es útil. Porque el voto es el arma más elemental de la democracia. La varita del mago, la espada de los tres mosqueteros, la pluma que con una cruz marca el destino del gobernante que se va por inútil, descarado, abusivo, falto de empatía, sobrado de excesos, de incapacidad de comunicación con sus gobernados, de burla sistemática a lo que se comprometió y del olvido de la decencia en el goce del poder. Y se quedará, quien creamos que cumplirá por lo menos lo más básico, que refrendará sus compromisos en sus actos cotidianos y cuidará el recurso escaso siempre, pero suficiente cuando se administra sin dolo. Esto quiere decir que el voto no es solo poner a alguien, sino es también y sobre todo, quitar a otro, sustituirlo, apostar por la alternativa. Ni duda queda, en la época del desencanto universal más que por un ideal, se vota contra un gobierno que provoca rabia, molestia por los desastres acumulados que se reflejan en un espacio público que en vez de mejorar, empeora, que opaca las calles de miedo y quita libertad.

A veces banalizamos el voto, no le damos la importancia que merece porque no entendemos lo que es no tener ese derecho. Somos afortunados, con todas las rudezas de nuestro país podemos decir que somos ciudadanos y la nación que nos alberga llegó a un punto en que no puede evitar tomarnos en cuenta. Por eso es muy mezquino no votar, abstenerse o anular el voto. En un sistema político como el nuestro, el voto nulo es un absurdo, no sirve, no cuenta. Es como una botella en el mar que no le llegará a nadie y si acaso, fortalecerá a la opción en el poder porque entre menos votos, la maquinaria corporativa de los partidos se impone.  Por eso no se vale poner pose de superioridad y pretender estar por encima de esos que ejercen su derecho al voto. Porque para decirlo muy claro, esa estrategia de fingir que “los desprecio con mi silencio electoral” sinceramente ese si es un acto político inútil, porque el resultado de la elección se decide con los votos ejercidos no con los ausentes. Y no faltará quien diga que no va a votar porque “todos son iguales” y no se da cuenta que ese argumento es como un boomerang porque, ese es el país que somos y si todos son iguales, eso lo incluye. Sobre todo porque aquí no hay entes superiores, dioses del olimpo, políticos perfectos que se van a aparecer para salvarnos, esto es lo que hay, esto es lo que somos y por tanto, si creemos que todos los políticos son la misma cosa y nuestros estándares están muy por arriba, a lo mejor es tiempo de bajar del pedestal y hacernos cargo de la parte que nos toca como comunidad, como sociedad, como país.

Foto: Especial

Lo que tal vez no se entiende del todo, es que el voto es una conquista histórica, es el resultado de la rebelión del pueblo contra el poder monárquico, contra los que se decían representantes de dios en la tierra por divina gracia. Es el paso más importante de la era moderna porque además, es la forma más simple, básica, elemental de participación política. Complicado reunirse, ponerse de acuerdo, discutir horas y horas, dividirse tareas, hacer acciones, movilizarse con otros. Eso implica dedicación y esfuerzo, tiempo de ocio personal invertido en  la vida pública generalmente sin pago alguno, salvo el compromiso, la mística propia y las ganas de querer un mejor entorno inspirados en aquel viejo proverbio chino, “Antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu barrio.

Frente a esto ¿Votar? Huy que fácil, cuando se tiene el derecho, cuando uno traspasó las barreras burocráticas de las exclusiones que buscan marginar a tantos en todo el mundo, entonces es sencillito, cosa de pararse temprano, una lavadita de cara y a tachar la boleta. Y con ese voto no solo se elige una opción de gobierno sino que envía un mensaje muy potente: el haber aprendido a poner limites, a exigir, a mandar a la banca de la oposición a quien falló y no merece seguir en el cargo. No se trata de una revancha porque en la democracia siempre hay una siguiente oportunidad, el que hoy se va, en todo caso, que lo intente de nuevo y después, más adelante, cuando demuestre que aprendió que el voto ciudadano no se compra con despensas, podrá volver a pedirnos que confiemos.

Este 1 de julio estamos convocados a votar poco más de 89 millones de mexicanos.  Para romper la inercia, para marcar un antes y un después, para salir de este atolladero nacional en que caímos juntos, necesitamos votar más de 62 millones (70% del electorado). Romper nuestro propio record y mandarle así una señal al mundo de que eso que leen de nosotros, de ciudades decadentes algunas, poblaciones arrasadas otras, caminos inseguros tantos, miedos compartidos, pero sobre todo ganas de vivir, eso es lo que muchos, la mayoría, compartiremos por un día.

La lección es esta: quien no vota no cuenta. Lo que diga es fugaz como una sugerencia, una opinión, un consejo, pero no influye, no incide, no decide. Es políticamente irrelevante. Votar al contrario es un derecho, una obligación y es participar de la fiesta cívica más importante de la democracia. Votar es hacer patria.

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