Lo vallesino es identidad de varias colonias que comparten el origen de pueblos originarios y de la gran Hacienda de San Borja. López Obrador lo reduce a morada de ‘conservadores’.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Llegué a vivir a los rumbos de la colonia Del Valle hace 25 años, aunque mi familiaridad con el lugar data de más atrás, cuando mi papá me llevaba de niño a la redacción de la revista Proceso en Fresas 13. De ahí que he disfrutado toda la vida el legado cultural de la zona, sus parques principalmente, pero también sus historias y sus sitios patrimoniales, sus cafés –y la nostalgia de lo que ya no es-. La de Del valle ha sido, por así decirlo, el corazón de nuestro quehacer periodístico en Libre en el Sur, el lugar de donde surgen las motivaciones para explorar en las colonias de toda la demarcación juarense.
En la estrategia simplista del presidente Andrés Manuel López Obrador, que ha reducido el valor de nuestra casa al de la morada de los “egoístas” y “conservadores”, lo que de paso, según él y de manera exclusiva, está ligado al “clasismo” y a la “corrupción”, se ignora que lo vallesino es una identidad de varias colonias, unas que llevan el nombre Del Valle, otras no, además de que comparten el mismo origen histórico de pueblos originarios y de la gran Hacienda de San Borja (Actipan, Tlacoquemécatl, Del Valle Sur, Centro y Norte, Insurgentes San Borja y Nápoles), y su vecindad con las entrañables Mixcoac, al poniente, y Narvarte hacia el oriente. ¿De dónde somos realmente los que habitamos el terruño?
Salvo por Insurgentes San Borja, que abarca una muy pequeña fracción de hermosas casonas adyacente a la avenida Insurgentes Sur, entre los ejes de San Antonio y Ángel Urraza, ninguna de las versiones de la colonia Del Valle es de la mayor plusvalía de la demarcación, como sí lo son San José Insurgentes y Crédito Constructor o incluso Insurgentes Mixcoac. Pero supongo que López Obrador quiso decir la Del Valle para referirse a algo tan impreciso como “los ricos de la BJ”, como si además no pudiese haber conservadores en la Portales o la Álamos, colonias de formidable tradición e historia que por cierto se han encarecido por el fenómeno de la gentrificación.
Nada más alejado de la realidad, pues, en el comentario del Presidente. Un lugar emblemático de la colonia Del Valle es el Centro Urbano Presidente Alemán, el fantástico “trasatlántico” de 1,100 viviendas que Mario Pani construyó en 1947 y frente al cual quedó estampado en los carretes de cine el tranvía de Luis Buñuel, donde hoy habita una cantidad importante de adultos mayores, muchos de ellos jubilados de la burocracia y que viven con sencillez. Ellos dieron a la ciudad y el país un gran ejemplo de acuerdo colectivo para protegerse y sobrevivir a los embates del Covid-19; restringieron áreas comunes antes que nadie y también se encerraron antes que nadie. Pero en los dichos de López Obrador hay señalamientos sin conocimiento.
Ciertamente en la vida cotidiana de la colonia Del Valle padecemos a vecinos que curiosamente defienden a franeleros que “rentan” espacios de estacionamiento en la calle a cambio de ciertas prerrogativas, como que les aparten a ellos mismos un cajón. No hay relación alguna entre egoísmo y clasismo, entonces. Al mismo tiempo, conozco residentes que le roban a su propio tiempo de descanso para emprender un esfuerzo en favor del ámbito comunitario, justo a pesar de que en la mayoría de los casos se trata de gente que tiene requerimientos laborales durante buena parte de los días.
Constatamos sobre todo que mujeres, convertidas en líderes vecinales, participan con tesón en la defensa de las áreas verdes y el espacio público, por ejemplo, o frente al abuso inmobiliario. La crítica y el combate no distingue partidos: los residentes se han visto obligados a defenderse de funcionarios de los tres niveles de gobierno en los últimos 20 años. Puedo recordar que hace apenas unos meses Leonora Esquivel, una conocida activista ambientalista y animalista, denunció que el gobierno de Claudia Sheinbaum –la favorita de López Obrador– ignoró sus alertas y súplicas para evitar la tala de 32 árboles en un predio de Avenida Coyoacán, a manos de un desarrollador que contó inexplicablemente con el permiso de las autoridades de Medio Ambiente.
De la misma forma, hemos advertido sobre conductas individualistas e irresponsables de ciertos habitantes, no solo en la Del Valle sino en toda la demarcación, por ejemplo de aquellos que sueltan a sus perros en jardines y pasillos de los parques en franca violación de la Ley de Cultura Cívica ante lo cual debería haber una autoridad más enérgica. Pero frente a ellos se plantan otros que abren debates, reflexiones para que esta situación cambie.
En la Del Valle y anexas he cultivado amistades con filias añejas o nuevas al actual Presidente de los mexicanos; tal vez varios de ellos encajarían en lo que el tabasqueño llama “conservadores”: provienen de familias tradicionales y católicas y, para mí, absolutamente respetables. Y por supuesto que tengo otros amigos que, desencantados o precavidos desde siempre ante el obradorismo, se mueven en los espacios de la academia y la cultura y defienden las más nobles ideas liberales, liberales de veras, que antes que nada aceptan y respetan las diferencias de los individuos, sin estigmatizaciones.
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