Libre en el Sur

DAR LA VUELTA / Zócalo: Del cuerpo individual al cuerpo colectivo

‘Si cierro los ojos y me enfoco en ese momento, aún siento el rubor en las mejillas, ya fuera por el frío del amanecer o el retraimiento por la decisión tomada.  A esas alturas ya era demasiado tarde para echar marcha atrás’.

POR PATRICIA VEGA

Corría el mes de abril del 2007, unos tres meses antes de mi cumpleaños 50, cuando leímos en las redes sociales la invitación del artista Spencer Tunick para participar en una de sus ya famosas instalaciones –retratos de cientos o miles de cuerpos desnudos en sitios emblemáticos del mundo—que se llevó a cabo en el Zócalo de la Ciudad de México. Fuimos Gabriela y yo fuimos dos de las 18 mil personas –algunos medios estimaron la cifra en 20 mil personas—que, rebosantes de alegría e incertidumbre, acudimos voluntariamente al llamado del fotógrafo estadounidense, ese domingo 6 de mayo del 2007.

La reminiscencia de esa jornada permanece hasta ahora en mi memoria, pero ahora que algunos recuerdos empiezan a borrarse, a volverse nebulosos, he decidido escribir algunas líneas como una manera de volverlos indelebles. Si me esfuerzo un poco vuelve a mí la inquietud de la noche previa: aunque la sesión fotográfica comenzó a las seis de la mañana, la cita fue, por razones logísticas, a las tres de la madrugada.

Todavía a obscuras, llegamos en taxi lo más cerca posible al corazón de la ciudad de México. Con estricto apego a las instrucciones fuimos con ropa muy cómoda y chanclas de las pudiéramos desprendernos con facilidad. En medio de conversaciones insustanciales y risas nerviosas para romper el hielo, nos sumamos a las larguísimas filas y pacientemente esperamos a llegar al lugar que, por azar, nos correspondería en la plancha de piedra del Zócalo, todavía húmeda, pues había sido lavada el día anterior como un gesto de cortesía para los participantes.

Si cierro los ojos y me enfoco en ese momento, aún siento el rubor en las mejillas, ya fuera por el frío del amanecer o el retraimiento por la decisión tomada.  A esas alturas ya era demasiado tarde para echar marcha atrás. Para calmar los nervios la multitud empezó a entonar diferentes canciones a todo pulmón.  Al filo del amanecer, todavía con el sol abajo, Tunick apareció frente a la multitud, subió a una escalera de metal y con megáfono en mano saludó, agradeció la presencia de todos y recordó las instrucciones.

A la cuenta de ¡uno!, ¡dos!, y ¡tres!, todos nos desnudamos –mujeres y hombres entremezclados– al mismo tiempo por lo que no hubo ventaja de una persona sobre otra, estábamos en condiciones de igualdad –y eso es relajante– por lo que tampoco hubo lugar para las miradas morbosas (tal vez, una que otra sí). Luego concentramos nuestra ropa en el suelo en un lugar predeterminado y nos preparamos para asumir las posiciones A, B y C (de pie y manera frontal, con saludo y sin saludo a la bandera que, por cierto, no ondeó en esa ocasión; recostados boca arriba y, por último, hincados en forma de ovillo con la cabeza inclinada hacia un lado).

¿Por qué fuimos al Zócalo a encuerarnos? A la distancia mi respuesta sigue siendo la misma: más que un acto de exhibicionismo nudista, para nosotras esa experiencia estética –uso el término con toda conciencia– nos reconcilió, particularmente, con nuestros cuerpos a los 50 años en una especie de oda visual de la que guardo una fotografía firmada por el propio Spencer Tunick en reciprocidad a nuestra participación. Buen festejo ¿no creen?

Han transcurrido 16 años desde esa experiencia del cuerpo individual que me marcó a nivel íntimo. Ahora, en 2024 volví al Zócalo de manera voluntaria en busca de una expresión política de carácter ciudadano y en apoyo público a una candidata presidencial que, de manera inesperada, se ha convertido en un fenómeno que ya forma parte de la historia reciente del país y que ha rebasado todo tipo de expectativas. La marca es en esta ocasión a nivel colectivo.

Ocurrió el pasado 19 de mayo del año en curso, fue una reunión multitudinaria como pocas han habido en el país; se le conoce con el nombre de “Marea Rosa”, esa que ha inundado calles y plazas en muchas partes del país y tuvo el propósito de refrendar públicamente la confianza en un futuro mejor y con un sistema político democrático a salvo, a pesar de las fallas que se pueden ir reparando. Una mezcla de algarabía e incertidumbre vuelve a estar presente.

En ambas ocasiones vencimos obstáculos internos y externos. Acudimos como ciudadanas, por nuestro propio pie, y de manera voluntaria. Nos hicimos cargo de nuestro transporte y de nuestra alimentación en uno de esos tantos lugares emblemáticos del Centro Histórico a los que fuimos para cerrar el par de jornadas.

¡Viva México!

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