Despedida cíclica
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.
Mecano. Un año más. Foto: Especial
‘Más allá de lo festivo y haciendo referencia a un conocido grupo de pop español de los ochenta, este cierre también se trata de hacer un recuento, ya que cada capítulo tiene sus altas y bajas, sus ganancias y pérdidas’.
POR OSWALDO BARRERA FRANCO
Con la llegada de los primeros fríos decembrinos se cierra otro capítulo de 365 páginas, una por día. De esta forma, conforme se llega a la conclusión de cada volumen anual, uno entra en modo de despedida anunciada y se prepara para escribir las últimas páginas. Quién sabe, tal vez traigan consigo algo del todo inesperado o sólo se repita la misma historia de cada fin de año, la de las reuniones de la oficina y las posadas entre amigos antes de las cenas familiares, como preludio de las novedades que traerá el siguiente capítulo. Por otra parte, valdría la pena tener bien afilado el lápiz, por aquello de que no alcance la tinta y necesitemos un borrador para el comienzo del próximo apartado.
Mientras tanto, en el ambiente ya se nota, junto con el cambio de temperatura y los crepúsculos anticipados, otro ánimo y, a diferencia de los últimos dos años, ahora se percibe más como un verdadero cierre de capítulo que precede otro en el cual tengamos mayor confianza y en el que encontremos mayores retos y oportunidades. Esperemos que al menos llegue algo de la normalidad de antaño, para que las últimas páginas traigan consigo un tono más festivo.
Sin embargo, más allá de lo festivo y haciendo referencia a un conocido grupo de pop español de los ochenta, este cierre también se trata de hacer un recuento, ya que cada capítulo tiene sus altas y bajas, sus ganancias y pérdidas. Y viene bien dicho recuento, ya que nos da la oportunidad de saber dónde nos encontramos y hacia dónde queremos encaminarnos. Por ello, esta temporada es la más introspectiva y solemos hacer un interludio en nuestras actividades cotidianas para darnos un respiro y hacer ese balance, de lo bueno y malo, tan necesario.
En lo personal, y entre lo bueno de este capítulo por concluir, lo despido con una muy breve crónica desde Guadalajara, adonde acudí para cubrir la Feria Internacional del Libro en esta ciudad tapatía; se trata de la mayor feria de Hispanoamérica y, según los números, la segunda más importante del mundo. Encarna un reencuentro anhelado luego de tres años, ya que, como muchos otros acontecimientos de nuestras vidas, tuvo una pausa en 2020 y una versión, llamémosle deslactosada, en 2021, todo por culpa ya saben de qué bicho que no respetó ni siquiera al medio editorial, uno de los más afectados en su momento por la pandemia. La FIL de Guadalajara es el preludio de un gran cierre de capítulo, al menos en lo que se refiere al ámbito del libro y sus fieles lectores. En los pasillos de la feria nos volvemos a ver las caras los editores, agentes literarios, libreros, promotores de lectura y demás fauna fantástica que ve a los libros como sus hijos putativos. Creo que es una experiencia que bien vale la pena vivir, como público o como profesional del ámbito editorial, al menos una vez.
Por otra parte, entre lo malo que encontramos en las últimas páginas de este capítulo, y como parte necesaria del recuento, hay que lamentar las pérdidas, las despedidas adelantadas o inesperadas, ya que en ocasiones pesan demasiado, sobre todo cuando se prolongan de más, y en otras ni siquiera hay tiempo para asimilarlas. Sin embargo, el mismo tiempo se encarga de darles el peso exacto para poderlas sobrellevar; de esta manera, con el paso de los días, se vuelven más ligeras, más llevaderas.
El medio editorial y literario no fue ajeno a pérdidas significativas en este capítulo anual, entre ellas la del autor español Javier Marías o el poeta mexicano David Huerta, así que, como muchos otros, aprovechamos para rendirles un sentido homenaje desde la FIL de Guadalajara a quienes ya partieron y nos dejaron como insuperable epitafio las entrañables páginas con las que marcaron su tránsito en vida y que ahora guardan su memoria. No hay elegía ni obituario que les haga mayor justicia que leer una y otra vez su legado en papel. Ya no los veremos recorrer los pasillos de la FIL ni firmar sus obras en los stands de las editoriales que los cobijaron, pero su ausencia sólo agrandará su notoriedad.
Concluyo esta crónica con el ánimo entusiasta que trae consigo estar rodeado de libros y lectores, quienes han respondido con renovado fervor a la convocatoria de reunirse como antes y como espero que lo sigan haciendo, ya que los primeros no existen sin su público y los lectores se pierden sin las páginas que, de alguna manera, los definen.
Confío entonces en que, al redactar las últimas líneas del año, tengamos un saldo positivo, al menos en cuanto a salud y trabajo. En general, se cuenta con un buen ahorro cuando hemos aprovechado para convivir con los demás, para valorar lo que cada día se nos presenta y nos confronta, y aún más si hemos dedicado tiempo a cultivar nuestras relaciones personales y a nosotros mismos. Creo que ahí está el mayor margen de ganancia y lo que recordaremos con mayor aprecio cuando volvamos a leer cada parte de nuestro periplo en este mundo.
Espero que el balance sea positivo. De una forma u otra, creo que lo será, ya que, de entre lo perdido, siempre se puede rescatar y aprender algo antes de poner el punto final.