CARTAS A LOS REYES MAGOS / De monstruos y de héroes
Rodrigo Hernández y Solene Albores en acto circense. Foto: Gaby Merz
“Sé que estarán conmovidos. Y lo que les pido –se los pido lleno de esperanza, como un niño– es que en esta ocasión no recen, ni hagan magia; les pido que tomen acciones concretas por la solidaridad”.
POR RODRIGO HERNÁNDEZ
Todos los días, dos veces por día, cruzo una cortina y dejo atrás todos mis problemas, mis preocupaciones, las discusiones con mi pareja, incluso mi dolor de espalda; cuando cruzo la cortina no hay lugar para el desgano, para la fatiga ni para esa depresión que me viene rondando con este nuevo año; cuando cruzo la cortina, lo único que importa son las personas que me rodean, por un momento me encargaré de que sonrían, de que se asombren. Son mi público, de modo que haré mi mejor esfuerzo para que miren el mundo con los ojos de un niño –sin prejuicios respecto a lo que es posible y lo que no–. Soy artista de circo, y me gusta pensar que dos veces al día hago un pequeño bien a la sociedad.
Me gusta pensar que el arte le hace bien a la sociedad, que promueve en la gente una mirada sensible, pero luego me aplasta la insoslayable evidencia de que la sensibilidad humana padece de un trastorno de personalidad disociada. ¿De qué otro modo podría explicarse que seamos capaces de asombrarnos y conmovernos ante una representación escénica, pero nos mantengamos indiferentes ante la belleza del prójimo e impertérritos ante su sufrimiento?
La humanidad está compuesta por algunos monstruos, seres dispuestos a matar o a provocar sufrimientos inconmensurables con tal de conseguir sus ambiciones; es gente mala, pero me niego a creer que estas personas sean más que un puñado. Así como las personalidades heróicas tampoco abundan, y no me refiero al héroe en el sentido homérico, aquél cuyas acciones están guiadas por la búsqueda de alcanzar la gloria y el renombre –en el cual finalmente veo la supremacía del individuo–, no, me refiero a la heroicidad de quien antepone el bien común a los intereses propios y, con plena libertad de acción, está dispuesto a sacrificarse a sí mismo por ello, aún en el anonimato. Esa es la personalidad heróica a la que me refiero y, si bien no pienso que abunden las personas así –como no abundan las malvadas–, creo que hay un poco de esa personalidad en todos nosotros, en constante contradicción con los rasgos de maldad, que también encontramos en todos.
Hablo de monstruos y de héroes, y podría parecer que hago una lectura infantil de nuestro mundo (es que, vaya, finalmente esto es una carta a los Reyes Magos), pero estoy hablando de dos maneras distintas de concebirnos como humanidad, de dos maneras contrapuestas de construirnos como sociedad: el individualismo en oposición a la solidaridad. Dos caras de nuestra personalidad disociada. Dos rasgos que están en permanente disputa tanto en nuestro fuero más íntimo como en la esfera pública, así en la geopolítica como en la micropolítica –esa que practicamos todos los días al relacionarnos con los demás y cuya importancia ha sido ampliamente descrita por autores como Foucault o Bourdieu–.
Señores Reyes Magos, espero que no se hayan aburrido con el preámbulo de esta carta, para mi no es fácil dirigirme a ustedes pues en esencia soy republicano, no monarquista, además soy escéptico; así que ni por reyes ni por magos me provocan ustedes mucha simpatía, pero son momentos difíciles. La solidaridad requiere alianzas y cartas a los Reyes –aunque sean reyes, aunque sean magos–. Sé que para ustedes este será un año difícil, habrán de viajar a una Palestina víctima de un genocidio, donde los niños son asesinados de a miles, uno de ellos podría ser el niño Jesús. Encontrarán un pesebre en ruinas, rodeado de alambre de púas. Sé que estarán conmovidos. Y lo que les pido –se los pido lleno de esperanza, como un niño– es que en esta ocasión no recen, ni hagan magia; les pido que tomen acciones concretas por la solidaridad. Que traten de convencer a sus súbditos de que vale la pena defender la solidaridad, y a otros reyes (que ustedes han de conocer a varios), y a la gente que cree en ustedes, a los niños, sobre todo a los niños.
Gieco le pide a Dios que la guerra no le sea indiferente, qué razón tiene al decir que es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente, qué razón tiene al no querer morir sin haber hecho lo suficiente. ¡Qué importante es tomar acciones coherentes para que la muerte no nos alcance vacíos, solos!
Lleno de esperanza les pido, señores Reyes Magos, que hagamos lo suficiente, juntos, solidariamente, para frenar el avance arrollador del individualismo. Les pido enseñarle a los niños que los verdaderos héroes se construyen día a día, con acciones cotidianas comprometidas y coherentes. Y para enseñar a los niños, señores, no debe haber mejor método que dar un buen ejemplo.
Cirquero.