El torero de Mixcoac
Foto: Javier González Fisher.
Esta es la historia de un niño, nacido en Mixcoac, al que vestían de soldadito y que el hambre lo forjó como una figura del toreo en México y España. Junto a la mayor leyenda de la historia taurina, Manolete, Luis Castro –El Soldado– inauguró la Plaza México el 5 de febrero de 1946, hace 78 años.
POR GABRIEL ALFONSO HERNÁNDEZ
Entre los célebres artistas, deportistas, celebridades y otros personajes de la vida pública que ha dado Mixcoac a la historia de este país, destaca un torero de tiempos gloriosos.
Luis Castro, El Soldado, nació el domingo 25 de agosto de 1912 en la calzada del Niño Perdido (Hacienda de Narvarte), en una época de guerra, hambre y muerte. En los primeros años de su vida su familia se trasladó a la colonia Mixcoac, cerca de un cuartel, por lo que el niño solía vestirse con ropa que los militares le regalaban; de ahí el sobrenombre que lo acompañó durante casi 60 años, dentro y fuera de los ruedos. Su lugar de hábitat era un pueblo de milpas con 300 o 400 habitantes, algunas casas de adobe y pocas de ladrillo.
Mirar fascinado el paso del ferrocarril que pasaba por la ruta México-Cuernavaca-Pacífico era de las pocas diversiones que interrumpían su aburrimiento dos veces por semana. Muy jovencito, a los 9 años de edad, ya trabajaba cargando canastos –por 50 o 60 centavos el viaje– del mercado de Mixcoac (en la calle Francisco I. Madero) hasta la Estación de Tranvías Eléctricos, en Atizapán.
El Soldado conoció la miseria y al toro en el mismo barrio. La situación económica de su familia era muy mala porque su padre, José Castro, mecánico de autos, era un irresponsable que no los mantenía; su madre, Felisa Sandoval, vendía comida en un lugar llamado “La Cima”, justo donde hacían parada los tranvías de la ruta “La Cima” (Avenida Revolución esquina calle de La Castañeda).
La situación mejoró solo un poco cuando Luis trabajó de chalán en el rastro de Tacubaya, donde actualmente hay un mercado. Allí se ganaba un peso diario, que entregaba íntegramente a su madre. Con el pasar del tiempo llegó a ser carnicero en el mismo rastro, en cuyas cercanías llegaban a torear Carmelo Pérez, Alberto Balderas –“El Torero de México”—y José González, Carnicerito. Al terminar su jornada de trabajo, El Soldado llegaba “de mirón” a los terrenos donde lidiaban los matadores, un lugar que en aquellos tiempos no sólo era considerado una escuela taurina, sino una auténtica universidad, donde las promesas daban sus primeros pasos ante los cebús y los toros criollos.
Un día, ya muy entrada la tarde, Carmelo Pérez (que en realidad se llamaba Armando y le decían “el loco”), evitó encontrarse con su madre, Doña Asunción Gutiérrez, más conocida como “Doña Chonita”, para que no se enterara que andaba dando “tan malos pasos”; A Luis le aventó la capa. “Ándale, chavo –gritó–, dale unos capotazos a este zaíno (toro negro sin mezclas ni manchas) ¿O tienes miedo?” El Soldado se tragó el miedo de golpe. Cogió la capa y, parado frente al toro, descubrió sus propias cualidades para ser torero. Así de golpe le llegó. La afición y el arte.
Fue curiosamente en la plaza de Mixcoac, que desapareció hace décadas, donde El Soldado dejó ver por primera vez su singularidad, cuando se presentó en marzo de 1932 alternando con Fernando Aparicio. Ese éxito le permitió anunciarse al mes siguiente (domingo 3 de abril de 1932) en la plaza El Toreo de la colonia Condesa, de donde salió catapultado como novillero revelación de aquella temporada, en la que llegó a hacer el paseíllo en más de cincuenta ocasiones, veintidós de ellas verificadas en aquel importante ruedo. Con su rápida y exitosa campaña novilleril, al año siguiente, el domingo 5 de marzo de 1933, tomó la alternativa de manos de Joaquín Rodríguez Cagancho y como testigo David Liceaga, con ganado de Coaxamalucan, doctorado al que modestamente renunció para actuar en España.
Durante su estancia en España se consolidó como uno de los novilleros preferidos por la primera afición del mundo, sobre todo aquella tarde del domingo 29 de julio de 1934, cuando fue anunciado junto a Lorenzo Garza Arrambide y Cecilio Barral. Pero El Soldado y Lorenzo terminaron en un memorable “mano a mano” porque Barral sufrió una cornada que lo llevó a la enfermería. Frente a los novillos del hierro de Gamero Cívico, ambos toreros entusiasmaron a la entendida afición de la Villa y Corte, que no cesó de ovacionar sus lances y alardes de valor. El Soldado cortó a su primero orejas y rabo. En esa lidia paseó la vista por la plaza y después como la cosa más natural del mundo, arrojó la muleta a sus espaldas, sacó tranquilamente su pañuelo de bolsillo y, con él en la mano izquierda, entró a matar. Dejó media estocada lagartijera que tumbó patas para arriba al astado ante el delirio del público: las dos orejas, el rabo, dos vueltas al ruedo.
El Soldado Castro demostró que sabía manejar espléndidamente el capote, clavar las banderillas con vistosidad y emoción, y mover la muleta de forma magistral, lo que se tradujo en los cuarenta y tres contratos que, acabada aquella temporada de 1934, había cumplido en suelo español. Al ir a torear a España volvió a tomar la alternativa en la ciudad de Castelló de la Plana, el domingo 24 de marzo de 1935 con Rafael Gómez “El Gallo” de padrino y Lorenzo Garza Arrambide de testigo, con el toro Perlito, de Carmen de Federico (Murube). En Madrid confirmó su alternativa el jueves 2 de mayo de 1935, al cederle los trastos nuevamente Rafael “El Gallo” ante Marcial Lalanda, con el toro “Buenas tardes” de Lamamié de Clairac. Luego debutó en Francia el domingo 2 de junio de 1935, en la plaza de Burdeos: Lidió astados de la vacada de Moreno Ardanuy junto con el segoviano Victoriano de la Serna y el madrileño Félix Colomo.
La pareja Lorenzo Garza–Luis Castro tuvo un significado de pasión. Precisamente, el primero de un largo camino en el que se vieron las caras ocurrió en Celaya, Guanajuato, la tarde del miércoles 25 de diciembre de 1936, con toros de San Mateo, cuando regresaban triunfales de España luego de aquella recordada contienda. Con una entrada de locura, se celebró la corrida de Navidad, donde lidiaron seis toros de Xajay, dos de los cuales resultaron bravísimos, el quinto y el sexto. Lorenzo Garza realizó una de las mejores faenas de su vida, logrando cuajar hasta 17 naturales. Mató estupendamente bien y cortó orejas y rabo. Salió en hombros. El Soldado no se dejó ganar la pelea en el sexto y también hizo una gran faena y cortó orejas. De allí tuvo una carrera deslumbrante, aunque sus 410 actuaciones como matador parecen representar un número muy corto en comparación de las actuales campañas, donde los toreros que encabezan el escalafón aquí o allá, en pocos años superan las mil corridas.
Luis Castro, El Soldado, también se coló en la historia del toreo mundial cuando el 5 de febrero de 1946 formó parte del cartel inaugural de la Monumental Plaza de Toros México, la más grande del mundo y aledaña a Mixcoac, al lado de su compatriota Silverio Pérez y la mayor leyenda que ha dado el toreo, el español Manolete.
Si sus triunfos fueron muchos, los escándalos también. El Soldado eera capaz de armar auténticos mítines teniendo que salir de la plaza bajo el resguardo de la policía, enfrentando la ira popular. Como aquella vez que pretendió matar a Corbejón, de San Diego de los Padres, ¡pero desde el burladero! En aquella tarde, sí que se armó la gorda.