Ciudad de México, mayo 11, 2025 13:53
Opinión Revista Digital Mayo 2025

Fandango y francachela

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

¿Por qué festejamos la vida? Porque la muerte, antes de llevarnos con ella, nos dice susurrando al oído: “¡Vive, vive, vive!”

POR RODRIGO VERA

Cuando estoy en una fiesta de cumpleaños –de quienquiera que sea–me invaden siempre dos sentimientos encontrados: por un lado el gozo de festejar un año más de vida, pero también la congoja

de sentir el paso del tiempo que nos aproxima cada vez más a la muerte.  Son las dos caras de la misma moneda; vida y muerte.

Y al asistir a los funerales de algún amigo o familiar, vuelvo a ver el mismo giro de la moneda mostrando sus dos caras, pues el paso de los años festejados desemboca irremediablemente en el sepelio.

Quizá sea esta la razón por la que me sugestiona muchísimo el  grabado de Jose Guadalupe Posada Gran fandango y francachela, donde un grupo de esqueletos convive alegremente mientras baila, toca música y bebe tarros de pulque que extrae de un barril de madera.

En el centro de la ilustración, un hombre y una mujer descarnados bailan un zapateado. Él lleva colgado un zarape sobre el hombro izquierdo y en la cabeza trae puesto un sombrero de ala ancha de los usados a fines del siglo XIX. La mujer sonrié mostrando una gran dentadura, levantándose la falda con sus dos manos huesudas.

Otro ensombrerado rasca las cuerdas de un arpa con la que ameniza el fandango. Otro más bebe pulque con avidez echando la cabeza hacia atrás. Y sobre un comal redondo, una mujer calaca cocina las fritangas del jolgorio.       

Los muertos celebran dichosamente la vida en este grabado de Posada, donde muerte y vida se complementan.  

Los festejos de aniversario son una señal que colocamos en el imparable transcurrir del tiempo; marcamos un día de algún mes del año para celebrar un hecho ocurrido en la misma fecha, pero de un tiempo ido que se va alejando cada vez más de nosotros.

En una lucha contra el olvido –una lucha perdida de antemano–, la memoria se obstina en marcar en el calendario las fechas de nuestros cumpleaños, bodas, onomásticos, graduaciones escolares y otros eventos importantes que vale la pena recordar año con año.   

No me refiero a las grandes festividades públicas organizadas por los Estados para recordar a próceres de la patria o a batallas heroicas. Éstos son eventos multitudinarios destinados a perdurar mucho más tiempo por ser parte de la memoria colectiva y de la “Historia” con mayúscula. Hablo más bien de los aniversarios privados realizados en familia, en pequeños círculos de amigos o entre compañeros de alguna profesión.  

En esas ocasiones, entre abrazos, chocar de copas y apretones de mano, nos decimos unos a otros: “que vivas muchos años más”, “muchos días de éstos”, “felicidades”, “que tengas larga vida por delante”….

Para no ir tan lejos, Libre en el Sur –donde se publica este texto y ocasionalmente colaboro— está cumpliendo 22 años de vida este mes de mayo. Es ya una cantidad considerable de tiempo. Comenzó como una publicación impresa que anteriormente yo recibía debajo de mi puerta. Brincó después al espacio digital. Le deseo, por supuesto, muchos años más de actividad periodística.

Y el próximo mes de junio, en un patio sombreado de la Hacienda de Corralejo, entre extensos magueyales del municipio guanajuatense de Pénjamo, mis compañeros de escuela secundaria y yo celebraremos un año más de habernos graduado. Año con año nos reunimos en algún sitio para celebrar aquella lejana graduación, que solo es un pretexto para seguir conviviendo mientras podamos hacerlo. 

En uno de sus poemas, Jaime Sabines escribió:

         Alguien me habló todos los días de mi vida

         al oído, despacio, lentamente.

         Me dijo: ¡vive, vive, vive!

         Era la muerte.

Muy cierto. ¿Por qué festejamos la vida? Porque la muerte, antes de llevarnos con ella, nos dice susurrando al oído: “¡Vive, vive, vive!”.

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas