Ciudad de México, mayo 15, 2025 23:25
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No toda la música orquestal es ‘clásica’: por qué conviene decir sinfónica

Cuando uno escucha a Mahler, Shostakovich o Philip Glass, lo que oye no es “música clásica” en sentido estricto, sino música sinfónica.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Durante años, el término música clásica ha sido una etiqueta amable, cómoda y ampliamente aceptada para referirse a las obras interpretadas por orquestas, cuartetos de cuerdas, pianistas formales, coros solemnes o incluso bandas sonoras de cine con aspiraciones elevadas.

El público general, las escuelas, e incluso los medios la han utilizado como paraguas para designar ese mundo sonoro que suena “culto”, “elevado” o “serio”. Sin embargo, desde el punto de vista técnico e histórico, llamarla así es inexacto. Lo que suele llamarse música clásica es, en muchos casos, más propiamente música sinfónica.

El malentendido empieza con la palabra clásico, que como adjetivo evoca lo canónico, lo perfecto, lo que ha resistido el juicio del tiempo. Es cierto que Mozart o Beethoven son clásicos, como lo pueden ser Cervantes o Shakespeare en la literatura. Pero el término tiene una acepción cronológica concreta en la historia de la música: el periodo clásico.

El periodo clásico musical, delimitado aproximadamente entre 1750 y 1820, es una etapa específica de la evolución de la música occidental. Sus principales representantes son Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven (en su primera etapa). Este periodo se caracteriza por la claridad estructural, el equilibrio, el uso del sistema tonal maduro y formas como la sonata, la sinfonía y el cuarteto de cuerdas. Es una época marcada por el espíritu ilustrado: orden, proporción y elegancia.

Antes de él estuvo el Barroco (con Bach, Vivaldi, Händel), y después vinieron el Romanticismo (con Schubert, Chopin, Brahms), las vanguardias modernas (Stravinsky, Schoenberg), y la música contemporánea (Ligeti, Adams, Glass). Todos estos autores escribieron música académica, a veces orquestal o de cámara, pero no pertenecen al periodo clásico.

Entonces, cuando uno escucha a Mahler, Shostakovich o Philip Glass en el Auditorio Nacional o en una banda sonora, lo que oye no es “música clásica” en sentido estricto, sino música sinfónica, o más ampliamente, música académica o de concierto.

¿Por qué decir sinfónica?

El término música sinfónica hace referencia a aquella escrita para orquesta sinfónica: es decir, una gran agrupación instrumental que incluye cuerdas, maderas, metales y percusiones. No depende del periodo histórico ni del estilo: puede tratarse de una sinfonía de Brahms, una suite de Debussy, una banda sonora de John Williams o una pieza contemporánea de Arturo Márquez. Todas ellas son músicas sinfónicas, aunque sólo algunas sean clásicas en el sentido temporal.

Además, lo sinfónico implica una escala mayor, una arquitectura sonora compleja, una relación entre múltiples voces instrumentales y un tratamiento orquestal que va más allá del solo de piano o la canción de cámara. Así, hablar de “temporada sinfónica” o “programa de música sinfónica” es más específico que decir “temporada de música clásica”, que puede prestarse a confusiones.

A pesar de todo, el término música clásica sigue teniendo una fuerza cultural enorme. Su uso es conveniente en campañas educativas, programas escolares o iniciativas de difusión cultural que buscan una rápida identificación del público. No es incorrecto si se entiende como categoría genérica. Pero sí puede volverse equívoco si en un programa se anuncia “música clásica” y se interpreta Stravinsky, o si se dice que “la música clásica acompaña una película” cuando en realidad se trata de una composición de Hans Zimmer con orquesta.

De ahí que los músicos, críticos y programadores culturales prefieran hablar de música de conciertomúsica académica o música sinfónica, términos más justos con la diversidad estilística y cronológica del repertorio.

Una defensa del lenguaje exacto

Llamar correctamente las cosas es también un acto de respeto hacia la historia y hacia los creadores. No es pedantería decir que Mozart es clásico, pero Ravel es impresionista, y que Mahler es romántico tardío con ambiciones sinfónicas monumentales. Al hacerlo, enriquecemos el vocabulario con que nombramos nuestras experiencias estéticas y dejamos atrás el estereotipo de que todo lo tocado por una orquesta vestida de frac es “clásico”.

La música sinfónica es viva, plural, emocionante. Puede ser heroica, nostálgica, experimental o cinematográfica. No necesita el corsé de lo “clásico” para conmovernos. Basta con escucharla, o dejar que una orquesta nos atraviese el alma desde el primer compás.

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