A 70 años del encuentro que cambiaría América Latina: Fidel, el Che y una banca vacía en la Tabacalera

Fidel y el Che. Foto: Especial
Fue en un edificio de la colonia Tabacalera. Cuentan que, aunque hablaron 10 horas, en los primeros 5 minutos Ernesto Guevara ya se había sumado a la causa revolucionaria de Fidel Castro.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Una banca desmontada, una placa de metal aún en pie y un aniversario incómodo para muchos marcan el recuerdo de una noche que selló el destino de América Latina. El 8 de julio de 1955, en un departamento de la colonia Tabacalera, se vieron por primera vez dos hombres que cambiarían la historia del siglo XX: Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara.
El edificio de José de Emparán 49, una modesta construcción de tres niveles, no llama la atención al pasar. Pero su fachada conserva una memoria escrita: una placa de cerámica blanca, con letras negras y el escudo de la entonces delegación Cuauhtémoc. Fue colocada en 2014, con el aval de la Secretaría de Turismo del entonces Gobierno del Distrito Federal y la embajada de Cuba. Dice, sin ambages:
“En este lugar de la Cuauhtémoc fue donde se produjo, en el mes de julio de 1955, el primer encuentro entre Fidel Castro Ruz y Ernesto Guevara de la Serna, en honor al protagonismo que ambas personalidades han tenido en la lucha revolucionaria de América Latina.”
No es una placa discreta, pero durante mucho tiempo pasó desapercibida. Como el mismo edificio, que alberga el departamento C, entonces habitado por María Antonia González, una cubana exiliada que acogía a jóvenes revolucionarios. Fue allí donde Raúl Castro presentó a su hermano Fidel con un médico argentino de 27 años, flaco, asmático, vehemente: Ernesto Guevara.

“Apenas habló cinco minutos y ya sabía que me iría con él”, escribiría más tarde el Che. Fidel tenía 29 años y acababa de llegar a México tras ser indultado por Fulgencio Batista, después de su participación en el fallido asalto al cuartel Moncada. Venía a reorganizar su lucha. El Che, por su parte, había huido de Guatemala tras el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz, y había recalado en la capital mexicana, donde trabajaba como médico y como fotógrafo ambulante.

Ambos provenían de universos distintos —el uno abogado, el otro médico; el uno caribeño, el otro sudamericano—, pero compartían un diagnóstico: la injusticia estructural del continente. Desde aquella noche, en un modesto departamento de Tabacalera, se tejió la expedición del yate Granma, la lucha armada, la Revolución Cubana.

En los años cincuenta, la colonia Tabacalera era una zona de bohemia y de tránsito. Sus edificios art déco convivían con cafés donde se leía a Neruda y se hablaba en voz baja de exilios y derrocamientos. El cercano Café La Habana, a unas cuadras de Emparán 49, fue centro de reunión del Movimiento 26 de Julio. En Chalco, Estado de México, entrenaron con Alberto Bayo, un viejo militar español republicano. Y en noviembre de 1956 zarparon desde Tuxpan, Veracruz. Allí, otra escultura con sus figuras —una señalando hacia Cuba— marca el inicio del fin de la dictadura batistiana.
Pero la historia no concluye en heroísmo. Con el paso del tiempo, las figuras de Fidel y el Che se volvieron controversiales. Fidel gobernó con puño de hierro por casi cinco décadas. El Che, idealista en extremo, dirigió tribunales revolucionarios con fusilamientos sumarios. Admirados por unos como símbolos de resistencia antiimperialista; condenados por otros como verdugos.
En 2017, una escultura de bronce, obra de Óscar Ponzanelli, fue colocada sin permisos en el Jardín Tabacalera, a unos 300 metros del edificio de Emparán. Representaba a ambos sentados en una banca, en gesto relajado, como recordando su primer encuentro. Fue retirada en 2018, reinstalada tras ser vandalizada en 2020, y finalmente desmontada el 16 de julio de 2025 por orden de la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, al alegar que era una obra privada sin autorización del Comité de Monumentos y…
La presidenta Claudia Sheinbaum defendió que las esculturas no fueran destruidas, sino reubicadas con respeto. La jefa de gobierno Clara Brugada anunció que se revisarían los permisos y se buscaría preservar el legado histórico. En contraste, sectores conservadores del PAN y comentaristas en redes sociales celebraron el retiro, aludiendo a crímenes de lesa humanidad, homofobia o censura bajo el régimen cubano. La estatua, para ellos, era una afrenta.

El senador Gerardo Fernández Noroña criticó que se pretendiera subastar las figuras. “Ni Sandra Cuevas se atrevió a tanto”, ironizó. Y la Secretaría de Cultura local advirtió que no permitiría el remate del patrimonio cultural de la ciudad. Las esculturas fueron resguardadas. La banca quedó vacía.
Pero en el número 49 de José de Emparán, la placa sigue. No ha sido retirada, ni vandalizada. Allí permanece, discreta y desafiante. Porque aunque las estatuas sean desmontadas con grúas y los bronces sean etiquetados como propaganda, las placas cuentan otra historia. Y a veces, basta una línea escrita sobre cerámica para que el tiempo no borre del todo lo que ocurrió.
Ahí, entre sombra y jacarandas, Tabacalera guarda su secreto. El de dos hombres que, para bien o para mal, transformaron el continente. Y el de un país, México, que les dio cobijo cuando aún eran solo fugitivos con ideas en papel. A 70 años, la historia aún no termina de juzgarlos. Pero está escrita, al menos, en una placa.