Ciudad de México, agosto 8, 2025 05:54
Alcaldía Benito Juárez Medio ambiente Reporte especial

Las historias de Laureano y el Ficus de San Jacinto (Sevilla) se entrelazan a 9 mil kilómetros

El laurel de Tlacoquemécatl podría correr la misma suerte que el tesoro de Triana: la muerte

Ambos árboles enfrentaron decisiones administrativas que, si bien invocaron la legalidad, no contemplaron el verdadero valor del entorno del árbol ni la dimensión de sus raíces invisibles.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

El caso del ficus centenario de Sevilla y el del laurel de la India conocido como Laureano en Ciudad de México, separados por un océano pero no por la lengua ni por la historia, comparten demasiadas coincidencias como para ignorarse. Ambos árboles, con más de un siglo de vida, fueron sembrados en el corazón de barrios tradicionales, acompañaron generaciones, dieron sombra, estructura, identidad. Y ambos están o estuvieron en riesgo por la misma amenaza: la intervención humana sin cuidado del entorno.

En Sevilla, el ficus de San Jacinto fue plantado en 1913 por frailes dominicos frente a la iglesia que le dio nombre. Durante más de cien años ofreció sombra y compañía a feligreses y vecinos. En 2021, tras la caída de una rama que causó un accidente, comenzaron los debates sobre su permanencia. Aunque fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC), eso no lo salvó. En agosto de 2022, el Ayuntamiento autorizó una poda que redujo el árbol en un 70 %. Hubo protestas, cadenas humanas, litigios. Pero fue tarde. El daño estructural ya no era reversible. En septiembre de 2024 se declaró su muerte técnica y el 5 de agosto pasado fue talado definitivamente.

En la colonia Tlacoquemécatl del Valle, Laureano —un laurel de la India (Ficus benjamina) que de acuerdo con pobladores originarios supera los 80 años— vive en condiciones similares a las que tuvo el ficus sevillano antes de su colapso. Pero a diferencia de aquel, Laureano aún permanece portentoso, majestuoso, firme en su envergadura y su verdor, como un centinela vegetal de la memoria barrial. Declarado patrimonio cultural y natural por el gobierno de Ciudad de México este agosto de 2025, su tronco, copa y presencia dominan el predio donde fue sembrado. Pero también aquí hay un conflicto: un proyecto inmobiliario pretende construir un edificio de departamentos de lujo sobre el mismo terreno que alberga sus raíces.

Ambos árboles tienen raíces expansivas. En Sevilla, el Ayuntamiento encargó en 2021 un estudio técnico con tecnología Tree Radar, que confirmó que las raíces del ficus se extendían más de 15 metros en distintas direcciones. En el caso de Laureano, especialistas en arboricultura en México y Estados Unidos han documentado —en estudios científicos disponibles en bases de datos internacionales y en publicaciones técnicas— que las raíces de la especie Ficus benjamina pueden extenderse hasta tres veces el diámetro de su copa. En el caso de Laureano, cuya copa mide entre 18 y 20 metros, esto implicaría un sistema radicular de hasta 60 metros de extensión bajo tierra.

Las semejanzas son estructurales. En Sevilla, el árbol se encontraba adyacente a un templo histórico; en Ciudad de México, Laureano está vinculado a un barrio fundado por floricultores, declarado zona de valor patrimonial por su origen como pueblo. En ambos casos, los árboles no solo tienen valor ecológico, sino también cultural y simbólico.

Ambos enfrentaron decisiones administrativas que, si bien invocaron la legalidad, no contemplaron el verdadero valor del entorno del árbol ni la dimensión de sus raíces invisibles. En Sevilla, la poda llevó a la muerte. En Tlacoquemécatl, el vaciado de tierra y el avance de obra amenazan con repetir la tragedia.

Incluso los vecinos se parecen. En Triana, hubo cadenas humanas, recursos legales y campañas para detener la tala. En la Benito Juárez, el movimiento #SalvemosALaureano ha impulsado una defensa férrea en los medios, en las calles y ante las autoridades. En ambos casos, la comunidad entendió que proteger un árbol no es proteger solo un tronco, sino todo un ecosistema cultural y biológico.

Laureano. Foto: Francisco Ortiz Pardo

La gran diferencia es que Laureano aún vive. Y por eso el caso de Sevilla importa tanto: porque documenta lo que pasa cuando se actúa tarde, cuando se sobrepone el desarrollo al enraizamiento, cuando se privilegia la inercia política por encima del entendimiento del territorio.

Los árboles monumentales mueren dos veces: primero, cuando se les mutila el subsuelo; después, cuando se les rinde homenaje con una placa. Laureano todavía puede evitar esa segunda muerte.

Por eso, la demanda del movimiento #SalvemosALaureano —para que en el predio no se construya un edificio de lujo, sino un parque vibracional y un huerto urbano— no es una aspiración romántica: es una exigencia con todo el sustento de la experiencia. Lo ocurrido con el ficus de Sevilla lo confirma. No basta una declaratoria. No basta una foto. No basta una placa. Si se permite que Laureano caiga, también caerá una parte viva del patrimonio barrial, de la memoria ambiental y de la identidad colectiva de un pueblo originario que hoy se ve acorralado por la gentrificación.

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