Ciudad de México, julio 11, 2025 21:51
Revista Digital Julio 2025

Árboles, nuestras raíces

“Pongo en pausa el tecleo, entrecierro los ojos y centro mi atención en el sonido del follaje de las buganvilias que se mueve rítmicamente con el paso del viento entre sus ramas”.

POR PATRICIA VEGA

Verde que te quiero verde. /Verde viento. Verdes ramas. /El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña…

                                                                                                                    Federico García Lorca.

Me resulta imposible iniciar este texto de otra manera.

No puedo ocultar el júbilo por el hecho de que Laureano, el laurel de la India que nació y vive en Miguel Laurent 43, esquina con Fresas –a unas cuantas cuadras de donde yo vivo— fue incluido (junto con otros once ejemplares) en la lista que el Gobierno de la Ciudad de México en la lista de “Árboles Patrimoniales” de la CDMX, lo que significa que el ejemplar quedará protegido de cualquier tala o daño por ser un vestigio arbóreo que nos recuerda el pasado del pueblo originario de Tlacoquemécatl.

Sin embargo, el ánimo festivo por el triunfo de un movimiento vecinal que nació al calor de los hechos –una inmobiliaria se disponía a agredir al Laureano ya que el árbol nunca fue contemplado ni integrado al proyecto arquitectónico que contempla la construcción de diez departamentos en lo que fuera una casa unifamiliar—se propuso defender la vida y el futuro de Laureano, no debe provocar que los vecinos bajen la guardia pues la vida del árbol corre peligro mientras no se emita la declaratoria respectiva en la Gaceta Oficial de la Ciudad de México.

Esta noticia, que se da en el contexto del Día del Árbol que recientemente celebramos en nuestro país, me permite evocar las clases de ciencias naturales en la educación primaria y secundaria en las que se nos instruía sobre la importancia de los árboles en las ciudades ya que son los pulmones que purifican el aire que respiramos y más en un entorno tan contaminado como lo es en la actualidad la CDMX.

Una verdad que por ser tan sencilla la olvidamos: no sólo son parte de los paisajes rurales y urbanos; la vida humana y animal en el planeta depende de la existencia y sobrevivencia de áreas verdes que mantengan el equilibrio en los diversos ecosistemas naturales que existen, amenazados por una continua urbanización y especulación inmobiliaria.

Además de motivos personales, una de las razones por las que me avecindé en la Colonia del Valle fue la existencia de una gran cantidad de árboles, plantas y flores en banquetas, avenidas, parques y jardines privados, que dotan a la zona de una belleza y armonía particulares que nos remontan al pasado agrícola de estos lugares. No es casualidad que algunas calles del rumbo lleven el nombre de los cultivos que existían en este rumbo: Fresas, Capulines, Manzanas y un largo etcétera.

En particular vivo en la intersección de un par de calles que están salpicadas de buganvilias, fresnos, truenos, eucaliptos, árboles de pirú y hasta laureles de la India que, además de su indiscutible belleza, son el hogar de múltiples especies animales. Así que considero todo un privilegio el que, en una de las metrópolis más grandes y complejas del mundo, todavía pueda escuchar casi todas las mañanas, en particular las del verano como ahora, los trinos de distintas aves, sonidos de insectos y un deambular de ardillas que me remontan a los bosques a los que solía ir en familia a los inolvidables días de campo, que ya forman parte de un pasado cada vez más remoto.

No es la primera vez que aludo a la soberbia vista que tengo desde los amplios ventanales de mi departamento que se ubica en un modesto edificio que conserva el estilo arquitectónico de las décadas de los años cincuenta y sesenta. Todos los días me despierto con el sonido de las aves y que poco a poco se va mezclando con los sonidos propios de la ciudad. Contemplo con deleite un conjunto de hermosos y enormes árboles de buganvilias, cuyos majestuosos troncos se han tenido que adaptar al tendido de cables de electricidad y telefonía que dan servicio a nuestros hogares y que han transformado sus figuras.

La escritura de estas líneas me hizo recordar un libro que conservo con afecto en mi pequeña biblioteca: La vida secreta de los árboles. Descubre su mundo oculto: qué sienten, qué comunican, escrito por Peter Wohlleben, un antiguo guardia forestal que con una atrevida propuesta invita a observarlos y escucharlos con atención.

Pongo en pausa el tecleo, entrecierro los ojos y centro mi atención en el sonido del follaje de las buganvilias que se mueve rítmicamente con el paso del viento entre sus ramas. Es un aviso de que está a punto de llover.  Ahora distingo con claridad cómo cambia la melodía con el peso de una leve lluvia que cae sobre el cuerpo de esos árboles cuya cercana existencia agradezco con placer y humildad.

Termino con un golpe de realidad: muchos de los añosos árboles de nuestro entorno han enfermado por plagas y falta de cuidados como el echar indiscriminadamente cemento sobre sus raíces, lo que provoca la muerte del ejemplar que se convierte en un peligro. Las fuertes lluvias que han castigado en estos días a gran parte de la ciudad socaban sus raíces. Ojalá a través del trabajo conjunto entre autoridades y vecinos se pueda emprender un programa de revisión del estado de muchos árboles que tal vez se puedan salvar antes de su estrepitoso derrumbe o tengan que ser talados irremediablemente.

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