Más que hablar de un mal año me inclino a decir que pasé por una mala racha, en cuanto a la sucesión de acontecimientos negativos, inéditos, que afectaron a mi familia en un corto lapso, luego de la partida de mi amada Becky. En contraste, hay que celebrar que estamos vivos.
FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
¡Pinche año! Así, en dos palabras y con un par de admiraciones resume mi querido amigo y admirado colega Gerardo Galarza Torres lo que fue para muchos ese 2022 que acaba de irse. Ambos sumamos a nuestras muchas y casi siempre gratas vivencias personales, familiares y profesionales compartidas a lo largo de cuatro décadas la pérdida prácticamente simultánea e igualmente inesperada de nuestras parejas. Yo en febrero y él en marzo.
A ese dolor inmenso se agregaría en los meses siguientes en las vidas de los dos una serie de contrariedades personales y familiares, inclusive burocráticas, que en conjunto configuraron en efecto un año funesto, pinche, cuyo destino final debiera ser el olvido.
Sin embargo, aunque tanto mi amigo entrañable como yo tenemos motivos de sobra para considerar que el año innombrable fue tal vez el más ingrato de nuestras vidas, no soy proclive a encuadrar vivencias o acontecimientos en marcos de tiempo determinado. Hablar de un mal año, me parece simplemente un lugar común, porque estrictamente no corresponde a un calendario anual.
Es decir, más que hablar de un mal año me inclino a decir que pasé por una mala racha, en cuanto a la sucesión de acontecimientos negativos, inéditos, que afectaron a mi familia en un corto lapso, luego de la partida de mi amada Becky.
Acabamos de sobrevivir a la peor pandemia sufrida por la humanidad en un siglo. Que por cierto no acaba de irse. Tuvimos que adaptar nuestra vida cotidiana a requerimientos y limitaciones que jamás nos había tocado observar, como el aislamiento, la mal llamada sana distancia, el uso de cubrebocas, en no poder convivir durante meses y meses con nuestros familiares y amigos.
Ciertamente hay momentos en que la incredulidad ante lo que estamos viviendo nos lleva a pensar en una especie de maldición que se cierne sobre nosotros por alguna razón que no alcanzamos a dilucidar. Por supuesto que eso es únicamente producto de nuestra incapacidad de asimilar la serie de noticias desfavorables que de pronto parecen venirse en cascada sobre nosotros.
En ese sentido, pienso que lo ocurrido en el año anterior debe servirnos como un aprendizaje para encarar situaciones que en muchos casos no habíamos enfrentado jamás a los largo de nuestra ya prolongada vida, como es mi caso personal. Son cosas que pasan, aunque suele a consuelo convencional.
Les platico que a cambio tengo motivos de sobra para agradecer estar vivo. He disfrutado de una salud envidiable, que me ha permitido mantenerme vigente tanto física como intelectualmente. Las satisfacciones personales derivadas de los logros de mis hijos y mi nieta alimentan mi ánimo y me dan cada día nuevas fuerzas, renovados ánimos.
Acabamos de sobrevivir a la peor pandemia sufrida por la humanidad en un siglo. Que por cierto no acaba de irse. Tuvimos que adaptar nuestra vida cotidiana a requerimientos y limitaciones que jamás nos había tocado observar, como el aislamiento, la mal llamada sana distancia, el uso de cubrebocas, en no poder convivir durante meses y meses con nuestros familiares y amigos.
Tuvimos que renunciar a la mayoría de nuestros entretenimientos favoritos, como la asistencia a espectáculos, los viajes, el disfrute gastronómico y turístico, las fiestas y las reunines. Lamentamos la muerte de personas conocidas o cercanas víctimas del Covid-19, pero celebramos la recuperación de muchas otras, entre ellas mi sobrino Rafael y mi hermano Humberto, que a pesar de sus respectivas comorbilidades vencieron al terrible virus a costa de hospitalizaciones prolongadas.
Pasamos ciertamente momentos muy desagradables, amargos, y nos horrorizamos ante las noticias sobre los estragos de la enfermedad primero en países europeos como España, Francia o Gran Bretaña y luego en nuestra América, en Estados Unidos, Brasil y finalmente en México, donde las cifras oficiales nos hablan de 700 mil muertos. Hay escenas que no olvidaremos jamás.
Padecimos, además, la indolencia criminal de los encargados del tema en el gobierno, que optaron por priorizar las conveniencias políticas sobre las evidencias científicas, con resultados funestos para los mexicanos. Mucho dolor pudo ser evitado.
Siento que en alguna manera ahora apenas amanecemos de una noche de pesadilla, que se prolongó mucho más de lo vaticinado en un principio. Desde finales de 2019, cuando el Mundo se enteró del surgimiento del coronavirus letal, pasaron ya 36 meses, con más de 652 millones de contagiados y alrededor de 15 millones de fallecidos, según estadísticas preliminares de la Organización Mundial de la Salud.
Y sin embargo aquí estamos.
Por lo demás, ya en plan de propósitos de Año Nuevo, valdría la pena contrastar los momentos negros y negativos vividos en ese 2022 con los muchos y muy gratos, incluida la salud en primer término, que la vida nos ha permitido a lo largo de tantas décadas. Creo que con todo y mi dolor, en el balance total, como escribió Gerardo, el saldo resulta favorable.
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