Ciudad de México, octubre 8, 2025 17:02
Mariana Leñero Opinión Revista Digital Octubre 2025

El día que conocí a Ricky Martin

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

 “Yo me quedé sola en un pasillo, temblando. Ricky había dicho que me vería antes de las fotos. Respiraba hondo. Entonces apareció. Altísimo. Moreno. Guapo”.

POR MARIANA LEÑERO

Vivir en el extranjero tiene sus trucos: basta escuchar el mismo cantadito chilango para sentir que ya encontraste a tu cuatacha del alma. Así conocí a Alicia Enciso. Nos presentó un amigo en común, Andrés, y nos vimos un par de veces. Nestlé la había trasladado a Los Ángeles como directora de mercadotecnia. La distancia entre nuestras casas era demasiada para coincidir.

Sin embargo, ella no se olvidó y un día me llamó:
—Recuerdo que eres fan de Ricky Martin… harán un concierto privado para los ejecutivos de Nestlé y tengo un boleto. Pablo no quiere ir. ¿Vienes conmigo?

No había ni que pensarlo. Yo ya estaba cantando: un, dos, tres… un pasito pa’lante, María (na), un, dos, tres… (ni) un pasito pa’tras.

Para agradecerle, le escribí un correo. No podía quedarme solo con el “sí voy”. Tenía que decirle la verdad. Le conté que cuando mi padre enfermó había elegido hablarle de Ricky Martin. Usaba su libro Yo, encontrado en la farmacia de abajo del hospital .Con sus canciones espantábamos lágrimas; con sus anécdotas llenábamos silencios. Ricky fue nuestro compañero en los momentos más difíciles. Ese correo, años después, se convirtió en otro de mis escritos: Cuéntame algo que no duela.

Pensé que ahí quedaría, pero Alicia compartió la carta con la manager de Ricky, y la manager con él. Días después volvió a llamarme: Ricky había leído mi carta. Y quería conocerme minutos antes de las fotos oficiales. A mí. Sí, a mí. En mi cabeza ya sonaba: tal vez será que esta historia ya (no) tiene final, tal vez seráaaa…

Con Alicia. Foto: Especial

Y como si un gallo se me atravesara en medio de los acordes, recordé lo peor. El fleco.

Semanas antes me había dado por cambiar de look. Saúl, mi peluquero (en ese entonces querido), se inspiró de más. Tijeretazo. Un fleco tan corto que parecía mordida de burro ansioso. “Pero me falta emparejarlo”, me gritaba mientras yo escapaba con todo y batita. Quedé tronchada y emputada. Y ahora apanicada: no había de otra, Ricky me conocería así.

Mi hija Sofía me rescató. Do you really want it? Go, go, go… ale, ale, ale… entonaba mientras tomaba el cepillo, me llenaba la frente de gel, jalea y resistol transparente. Sin perdón me ensartaba los pasadores en el cráneo como agujas. Con frente lisa, más barata que el bótox, y con dolor de cabeza incluido, mi fleco quedó controlado, atrapado en la red pegajosa del remedio casero. “No te toques mucho el pelo”, me advirtió, como madrina de Cenicienta empujándome a mi Uber-calabaza.

El ensayo fue un regalo. Segunda fila. Aunque estaba prohibido filmar, saqué algunas fotos y hasta uno que otro videíto. Ricky llevaba pants y zapatos. A cualquiera se le vería ridículo. A él le quedaba perfecto. Movía un hombro, probaba un foco. Ya era show completo. Todo el teatro vibraba. Yo miraba al cielo: la vida loca sí existe… y está aquí.

Terminando, Alicia desapareció entre saludos. Yo me quedé sola en un pasillo, temblando. Ricky había dicho que me vería antes de las fotos. Respiraba hondo. Entonces apareció. Altísimo. Moreno. Guapo. Ni con tacones ni de puntitas le alcanzaba la barbilla. Llevaba una camiseta blanca, nuevecita. Se acercó y me abrazó. Descubrí que no olía a Chanel, ni a Dior, ni a Acqua di Giò. Olía a Vel Rosita. A Downy. A Suavitel. Ese olor perfecto de ropa limpia.

La camiseta era otra cosa. Suave. Lisa. Impecable. No supe si era por el algodón o por los músculos debajo. Tal vez ambas cosas. No recuerdo qué me dijo. Solo recuerdo el abrazo, el aroma, el disparo al corazón, y el eco en mi cabeza: vuelve, que sin ti la vida se me va… oh, oh, vuelve, que me falta el aire si tú no estás.

Después vinieron las fotos. Yo lo miraba desde una esquina, apendejada, drogada de emoción. Clic, clic, clic. De pronto, Ricky me miró y dijo:    
—Chica, ¿y tú no te vas a tirar una foto?

Vente pa’ca, vente pa’ca, vente pa’caaaa. Me acerqué. Su bufanda negra me rozó la nuca. Ese roce se guardó donde se guardan las eternidades íntimas.

Un chico compasivo tomó mi celular, aventado por ahí. Clic, clic. La foto salió borrosa, torcida, sudada. Pero para mí siempre será perfecta.

Desde entonces voy a todos sus conciertos posibles, con mis amigas, con mis cómplices. Ellas lo saben y comparten el secreto. Cada evento me ofrece dos caminos: llorar lo perdido o bailarlo. Yo elijo lo segundo. Elijo reírlo, cantarlo, gritarlo. Cada vez que suenan los acordes de La vida loca, recuerdo ese rayo de suerte. Cada vez que arranca con su go, go, go… ale, ale, ale, me río del peluquero y de los jalones de Sofía.

Elijo la alegría. Me subo a la moto y paseo en los recuerdos bellos con mi padre, como si siguiera aquí, pero sin pena ni dudas. Lo que llega no es el dolor, sino la luz: ¡ven, claridad, llega ya, aparece de una vez!

Con Ricky tengo un pacto secreto: elegir la alegría, siempre que se pueda. Y con Alicia Enciso, el agradecimiento eterno por haberme regalado ese instante que aún me acompaña como un coro: un, dos, tres… un pasito pa’lante, María (na), un, dos, tres… (ni) un pasito pa’tras.

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