Será que he actuado correctamente y haciendo caso de las recomendaciones y de esa báscula, cuando todo termine, no me cause un infarto nervioso que me haga acudir nuevamente a mi ya olvidada terapia…
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Me declaro culpable ante el temor (pánico, diría) de subir a la báscula y constatar si el confinamiento ha causado estragos. Soy una mujer obsesiva por mi peso y aunque me digan lo contrario, tengo unos 2 o 3 años que mi figura (medicamente se le atribuye a la edad) es otra ante el espejo.
Mi psiquiatra dice que es distorsión de la imagen, y a lo mejor tiene razón. De otro modo no entiendo porque transcurren meses y años y siempre tiene un espacio reservado para mí en su ocupada agenda diría. Algo andará mal y mi padecimiento continúa presente, pienso entonces; pero no es de mi médico, casi casi de cabecera de quien quiero referirme.
Es sobre los hábitos de alimentación que se han tenido durante la pandemia.
¿Son los mismos, que antes?, pregunto. O acaso, la facilidad del servicio a domicilio nos hace “pecar” con esos antojos que reservamos para los fines de semana.
Acaso el hecho de estar frente a una pantalla, disfrutando serie o película y en lo que menos se piensa es en cocinar, cuando es más fácil obtener lo que dirían comida chatarra y así saciar nuestras ganas de ingerir algún alimento, lamentablemente casi siempre con alto valor calórico.
Otra, y ha sido mi caso, tengo una vecina que cocina exquisitamente bien. Como buena oriunda de Oaxaca, esa tierra de grandes platillos que deleitar; cada que tiene oportunidad, y es muy frecuente, me convida los platillos tradicionales que cocina para ella y su esposo.
Dichos manjares me salvan de mi única ingesta que hago en el día. Aquí les recuerdo que soy una obsesiva con el peso y por una mala costumbre profesional, no era hasta termina el trabajo, cuando me permitía comer a gusto y con placer, segura de que nadie interferiría en impedir disfrutar mis sagrados alimentos.
En fin, será pues que en estos meses de aislamiento a la animada escapada a la tiendita de verduras y frutas, me logré percatar que hay un sinfín de productos que he dejado a un lado y aún más que el precio es más barato que el de los que se acostumbra ya preparados en algunos restaurantes o fondas.
O de plano que hay otros productos que desconocía que no fueran latas, sobres de comida precocida, arroz, frijoles, salsas, pastas y un sin fin de artículos que hacen del cocinar una comodidad.
La ociosidad que llega a veces en el confinamiento hace que se busquen opciones para cocinar y de paso sorprender a los que con nosotros habitan, o de plano para un solitario deleite. Claro, mis mensajes a mi hermana, buena cocinera, o en la búsqueda de recetas en algún portal me han ayudado en mi nuevo hábito de la cocina. Aquí no debo de olvidar a mi gran amiga Patricia, quién fue la primera en enseñarme los primeros conocimiento culinarios.
Será que he actuado correctamente y haciendo caso de las recomendaciones y esa báscula, cuando todo termine, no me cause un infarto nervioso que me haga acudir nuevamente a mi ya olvidada terapia, por lo menos durante este aún para mi confinamiento. Esa sí es una buena pregunta.
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