Cuando era chica, los viajes familiares se planeaban mucho. Como no teníamos mucho dinero, las guías de hoteles servían para escoger lo más decente a bajo costo. Toda la mesa del comedor se llenaba de guías, mapas y café para planear rutas, estancias, lugares para conocer.
POR ARANTXA COLCHERO
Viajar es una de las actividades que más me gusta, incluidos los viajes de trabajo o por congresos. Los viajes le dan vuelta a la rutina, permiten conocer lugares nuevos, inesperados, conocer gente, distinguir otros colores y sabores. Pero también son introspectivos, permiten hacer recuentos, enfrentar sufrimientos y alegrías en otros contextos. Los viajes refuerzan mi capacidad de sorprenderme.
Empacar me gusta porque se acompaña de la ilusión del viaje, pero con frecuencia se me complica porque nunca sé bien qué ponerme, si hará frío o calor, si necesito zapatos para caminar por algún bosque, para correr o para ir a comer a un lugar lindo. Así que luego cargo con un poco más de lo que necesito. Ya en el lugar, no importa, lo que uno empacó funciona, esos detalles pierden importancia.
Cuando era chica, los viajes familiares se planeaban mucho. Como no teníamos mucho dinero, las guías de hoteles servían para escoger lo más decente a bajo costo. Toda la mesa del comedor se llenaba de guías, mapas y café para planear rutas, estancias, lugares para conocer. El día del viaje, mis padres nos despertaban muy temprano. Casi dormidos emprendíamos la marcha y cuando empezaba a amanecer despertábamos con una rica baguette que nos había preparado mi madre. Era muy emocionante.
Mi padre tenía una cámara buena con todos los aditamentos, pero teníamos que turnarnos todos para cargarla. Para un niño era un poco pesada, aunque el esfuerzo compensaba porque a nuestro regreso veíamos las fotos en diapositivas proyectadas en la pared del comedor. Eran sesiones inmemorables.
Éramos unos niños bastante bien portados, caminábamos mucho, nos parábamos a contemplar monumentos, nos llevaban a museos y los recorríamos sin quejarnos. A mi siempre me gustaron, sobre todo los museos de arte y los de antropología e historia. Desde siempre, el arte a mi me ha llegado primero por los sentidos, después racionalizo y veo los detalles. Me gusta pasar tiempo contemplando una obra que se queda en mi.
El transporte que más disfruto en los viajes son los trenes. Es una sensación muy especial: esperar en el andén dónde ves pasar otros trenes, con un poco de nervio por el riesgo de perder el tuyo o que se vaya sin ti, subirte cuando llega, pasar de un vagón a otro hasta encontrar tu asiento, colocar tus maletas, sentarte y empezar a ver cómo te vas alejando y los paisajes empiezan a pasar a gran velocidad. Algunas estaciones se disfrutan mucho porque conservan su historia, tienen murales o son muy bonitas, sobre todo las que están dentro de una ciudad.
Lástima que en México no hay trenes, aunque sí muchos lugares interesantes que visitar. Estos lugares cercanos han sido un respiro en esta pandemia. Pasar unos días con bajo riesgo de contagio, en pueblos mágicos con una historia de siglos atrás, con una naturaleza nutrida, espacios que aún no son alcanzados por la urbanidad antiestética, es una gran fortuna.
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